La sucesión de crisis propias y ajenas sacó violentamente al Estado del armario para ponerlo en la primera línea de fuego de la política económica, tanto aquí como en el resto del mundo.
La sucesión de crisis propias y ajenas sacó violentamente al Estado del armario para ponerlo en la primera línea de fuego de la política económica, tanto aquí como en el resto del mundo.
El fin de la jubilación privada condensó como nunca el nuevo estado de debate al respecto.
Si algo no faltó este año fue acción. Tampoco política, que como pocas veces derrumbó el mito contemporáneo de que sólo es un ruido molesto en la actividad económica.
El presidente de la primera potencia mundial, plomeros que desde los más ignotos lugares del planeta financiaron sus crisis, chacareros embravecidos de la pampa húmeda, estrellas estrelladas de Wall Street, trabajadores que ganaron la calle para discutir paritarias, encuadramientos o puestos de trabajo, grises vicepresidentes convertidos en próceres. Nadie quedó afuera de la foto de un año intenso en el que muchos papeles se quemaron y otros tantos renacieron de las cenizas.
Por Lucas Ameriso