Central casi siempre dio para todo, y para todas las paradojas. Este equipo emocional de los González, desde la inteligencia y verticalidad del Equi y la sapiencia del Kily, y mesurado de Russo; este conjunto que se realimentó desde la cobarde salida de Merlo, este equipo desbordante de presencia popular. Exigido, necesitado, a veces fervoroso, a veces titubeante, cargado de ansiedades propias y ajenas. Este equipo que hace rato se acostumbró a sufrir más que a disfrutar, aunque ayer en menor medida. Como precio a cuenta de la soñada reivindicación futbolera que quizá algún día espante los fantasmas. O sufre, mientras tanto, en cada partido, con la esperanza de llegar del goce atado al pitazo final. Porque ese fue el precio que debió pagar por la anhelada victoria ante Boca (2 a 0), que ofició como un bálsamo para la ansiada recuperación. Y el desahogo sonó estridente. Más que otras veces.