El espectáculo se llama "Rain" y "ustedes deberán imaginar la lluvia", dice el presentador del sorprendente y cálido show que el canadiense Cirque Eloize hizo y hace hoy y mañana en el teatro El Círculo. Técnicas gimnásticas, teatro y artes urbanas se combinan para inducir a los espectadores al mejor de los mundos, el de la infancia. Pero no son exactamente esas irrealizables performances lo que sorprende de este espectáculo de "circo moderno", sino que contradiciendo el llamado a la imaginación (o entremezclando realidad y fantasía) haya hecho llover en el interior de la histórica sala de Laprida y Mendoza.
Así, a través de un dispositivo técnico que funciona como una piscina playa, el Cirque Eloize viaja en el tiempo y propone revisitar recuerdos de cuando un día de lluvia podía ser garantía de aburrimiento, si no fuera por la capacidad de inventar otras existencias propia de la niñez. Y ni hablar si algún mayor autorizaba a salir a jugar bajo el agua y sobre charcos convertidos en objetos de diversión.
Concebido como una secuencia fragmentaria, el espectáculo se desarrolla entre telones que van separando la infinita progresión de cuadros, creando a veces, gracias a la transparencia de alguno de ellos, una sensación onírica donde suceden varias cosas a la vez.
Es allí donde encuentran su lugar de exhibición montañas humanas y saltos en alto acompañados con bossa nova. Con un público obligado a contener la respiración (y otros que ponen en peligro a los artistas sacando fotos con flash), forzudos inventan raras figuras utilizando sus cuerpos y los trapecios densamente iluminados le ofrecen a la puesta una textura de ensueño.
La música en vivo y malabares con botellas, clavas o con los mismos compañeros de escena dejan su lugar a una danza de aros e impulso, y a un humor cándido y aniñado, de esos que dibujan sonrisas hasta en el más impertérrito. Por el contrario, los pibes se descosen de la risa.
En ese marco sobresale la docena de artistas-gimnastas que crean constantemente personajes tan irreales como reconocibles. Como el de la niña que pese a su oposición, es guardada en una valija, mostrando los siempre admirables movimientos del contorsionismo.
“Hay historias que no son tales, son recuerdos”, dice el presentador para recurrir directamente a las sensaciones y sentimientos que los juegos de la infancia tallaron en las almas de todos.
Pero como si la detallada construcción de los cuadros y el ritmo incansable de las actuaciones resultara poco, aún falta la segunda parte y la mejor del show.
Un intervalo de 20 minutos sirve para que un poco más tarde el asombro se apodere de los espectadores. Un cuadro de telas en rojos y negros alimenta un dramatismo asociado, quizás por la fecha, a una crucifixión y al color de la sangre.
Luego, una pelota colorada como objeto de manipulación, impactantes figuras sobre trapecios y otros ejercicios sobre cajones son la antesala de un impensado juego colectivo.
Con globos en lugar de nubes, la imaginación le da paso a un inesperado truco técnico: sin decir “agua va”, comienza a llover sobre el escenario de El Círculo. Y todos, locos de contentos, se tiran de pechito al agua, y chapotean jugando al fútbol. La visión de la lluvia dentro de la sala es un espectáculo aparte, cuando los reflejos de la luz se confunden con los frescos de los techos y molduras.
Con simpatía y destreza, entrenamiento y pulso actoral, el Cirque Eloize logra enviar a su público años atrás apelando a los recuerdos de cada uno sobre su propia niñez. Pero “la felicidad es como la lluvia, así como viene se va”, dice una de la actrices. Una sentencia que fácilmente se asocia a la vida misma.
Tan actores como gimnastas
El espectáculo “Rain” del canadiense Cirque Eloize está escrito y dirigido por Daniel Finzi Pasca. Por su parte, el equipo de actores y gimnastas está integrado por Natalia Adamieka, Benoit Landry, Ashley Carr, Philippe Dreyfuss, Emilie Grenon Emiroglou, Angelika Kogut, Yann Leblanc, Valerie Doucet, Tomasz Ludwicki, Lukasz Misztela, Jonathon Roitman y Anna Ward.