—Doctor, tengo miedo. Escucho voces...
—Doctor, tengo miedo. Escucho voces...
—¿Y qué le dicen?
—Dicen que, pese a la debacle de los mercados producto de las malas artes especulativas de quienes hacen dinero sin trabajar, deben seguir siendo las AFJP las que manejen los recursos del sistema previsional que debería abastecer dignamente a los viejitos.
—Ajá, usted tiene miedo a envejecer, es muy común... Pero tampoco se crea el cuentito de que a los viejitos japoneses los respetan porque, en realidad, los únicos viejos que la pasaban bien, si le parece que ir todas las noches a un karaoke con esa gorda que se banca desde hace 45 años es pasarla bien, eran los que se jubilaban en Miami lejos de sus hijos fanáticos del hockey sobre hielo. Pero eso se les terminó. ¿Qué cree que va a quedar para nosotros? No tema, su vejez será indigna, da igual quien le maneje la platita. O me va a decir que confía en sus hijos...
—Mi hijo tiene 4 años, doctor.
—Con más razón, es un pichón de flogger anómico-posmodernoso-angustiado y condenado a la New Age. Mire, cuando usted se jubile el mundo será de los floggers, ¿cree que le harán un lugar? Con suerte podrá hablar con un par de viejos chotos sobre los buenos tiempos de sus padres, cuando podían hacer una cola de 7 horas al sol para cobrar 2 con 50. ¿Se imagina arrimarse a ventanilla y que lo atienda un flogger?
—Entonces hago bien en tener miedo, doctor.
—Quién sabe... tener miedo es como mirar tele todo el día: con el tiempo uno termina creyendo cualquier pelotudez.
—Necesito una respuesta, ¿da lo mismo AFJP y Estado?
—Más bien diría que son lo mismo. Le hago un test, a ver si entiende. Dígame una diferencia sustancial y concreta entre Alfonsín, Menem, De la Rúa, Puertarrodríguezsaácamañoduhalde, Kirchner y Cristina. Tiempo...ya.
—Eh... ¿usted pregunta en qué se diferencian los presidentes que tuvimos en estos 25 años de democracia?
—Sí, estúpido, ¿por qué repregunta como un telemarketer? Acá el tiempo va en su contra.
—Bueno... no debe ser muy difícil... este... ¿puede ser que a Camaño nadie lo conoce?
—¿Y quién conoce de verdad a los otros?
—Eh... ¿me da una ayudita?
—¿Ve alguno más a la izquierda o a la derecha que otro?
—No doctor, escucho voces pero no veo visiones.
—¿Y la política económica?
—Hicieron los deberes de endeudar al Estado y compartir los intereses con el pueblo, más allá de la jodita del Adolfo.
—¿Y con los votantes?
—Primero idilio y depués silbatina, salvo Duhalde que juró no volver y Kirchner que se disfrazó de mujer.
—Bueno, terminemos el test. Dígame las semejanzas...
—Y... son todo uno reverend...
—No. Pare. Esta terapia no es gratis. No vale decir "son todoijo de puta, mentiroso sicorructos". Para ir a lugares comunes llame a una radio o comente en un sitio web.
—Bueno, me siento perdido.
—Le explico. Le nombré distintas versiones de lo mismo, agentes de cambio que aparecen para que nada cambie. Pero mientras ellos rotan, ¿para distraer tal vez?, algo sigue inalterable y naturalizado como eterno. Tal vez sea usted proclive a perderse en las cortinas de humo de problemas socioeconómicos, de salud y educación, o las tasas delictivas resultantes de la creciente desigualdad e intolerancia porque nadie puede relacionarse por fuera de esquemas determinados por las posesiones. Pero mientras su sarta de supuestos bienpensantes reclaman soluciones a sus presunciones, el verdadero problema sigue ahí, cual Riquelme en conferencia de prensa, haciéndose el perro boludo: es Julio Grondona, quien hace 30 años que maneja nada menos que el fútbol argentino o fulbo, en función de los cánticos que resuenan en su bolsillo trasero.
—¿Pero yo le pago para que usted me diga que mi angustia y los problemas de todo un país obedecen a que el presidente de la AFA hace con el fútbol lo que se le canta el culo?
—Noooooo. Primero: este hombre no hace lo que quiere sino lo mejor. Segundo: su angustia es porque desde 1986 no ganamos un mundial. Y tercero, hoy no le cobro la sesión.
—Al final siempre me termina convenciendo, doctor...
—Y... Son años de seguir a Don Julio.