El mosquito Aedes Aegypti se ha convertido por estos días en el insecto más famoso del continente. Principal portador y propagador de las enfermedades del dengue, la chikungunya y el virus zika, se ha puesto en boca de todos en las últimas semanas. Pero, ¿qué se siente al portar esa enfermedad? Muchas son las campañas de prevención que aconsejan qué hacer en caso de comenzar a tener los síntomas de las distintas enfermedades que transmite el Aedes. Tras conocerse la noticia del primer caso autóctono en la ciudad, surgen algunos testimonios de personas que han sufrido las consecuencias de la picadura del insecto del que habla toda Sudamérica. El dengue contado en primera persona, una forma más de entender cuán riesgoso es no tomar las medidas preventivas correspondientes.
Irse de luna de miel augura que, por algunos días, se podrá disfrutar en pareja de una estadía placentera y relajada. En abril del año pasado, Lucas Fernández fue con esa premisa a Isla Verde, "a unos 60 kilómetros de Río de Janeiro". La vuelta, según cuenta, no fue la mejor. "Al momento de volverme a Rosario ya tenía fiebre, incluso arriba del avión. Estaba muy desganado y se me inflamó la garganta. Al llegar a la ciudad, llamé dos veces a urgencias: ambos médicos coincidieron en que tenía un cuadro gripal producto del estrés del casamiento y el viaje".
Lejos de mejorar, su estado empeoró: "De noche tenía 39 grados de fiebre, de día bajaba a 38. No te dan ganas de moverte, te llama la atención el desgano que te provoca. Fui a la guardia de un sanatorio a los dos días de empezar a sentirme mal, les expliqué que había estado en Brasil y me sacaron una muestra de sangre, para luego dejarme internado. Al principio no me dijeron nada, pero la médica desde el primer momento suponía que yo tenía dengue", recuerda.
El principal motivo para dejarlo internado fueron sus bajas defensas. Quienes le realizaron el análisis le dijeron que tenía los glóbulos blancos "por el piso". "Me derivaron al Sanatorio Británico, me volvieron a internar y, tras cuatro días, me confirmaron que era dengue", agrega.
"A los tres días el virus te deja sin hambre. No te dan ganas de comer nada. Yo bajé alrededor de cinco kilos en todo el proceso", sostiene.
Como medida de precaución, cuenta que su departamento y un restaurant que había frecuentado unos días antes también debieron ser desinfectados.
"Lo peor es que allá (en Brasil) pedí repelente, porque me venían picando los mosquitos y no tenían nada. Ellos no saben de lo que puede producir el mosquito, no tienen información", asegura quien vivió la penosa experiencia de la enfermedad.
"Sentía mucho frío en verano"
María M. es brasilera y hace más de dos décadas que vive en la ciudad. Oriunda de Río de Janeiro, cuenta que se infectó del virus junto con su esposo hace algunos años. "Primero fui yo y después él. Ya había casos en esa época, después se controló más; aunque creo que ahora volvió a brotar", asegura quien contrajo el virus cuando trabajaba en una escuela de bajos recursos en zonas aledañas a la ciudad carioca que será sede de los próximos Juegos Olímpicos.
Sobre el contexto que vivía por esos días, dice: "Trabajaba con muchos chicos pobres, que iban al colegio a comer. Las madres los mandaban enfermos y era muy probable contagiarse. Más o menos a los 15 días comencé a sentir los síntomas", recuerda.
Asegura que primero sintió "un frío intenso mientras hacía las compras. Tuve que dejar el changuito e irme a mi casa del frío que tenía". Al momento de ir al médico, cuenta que sí o sí había que pasar por las entidades públicas para contribuir a las estadísticas que se realizaban por aquel entonces en el vecino país sobre la enfermedad.
"Estuve muy mal durante cuatro días, con muchísimo dolor de cabeza y de estómago, además de vómitos. Fueron diez días más o menos. Fue muy feo: era verano y uno sentía por momentos frío, y en otros calor", amplía y afirma que la fiebre es severa y que se siente "como si te pasara un camión por encima. Te duele todo el cuerpo, es horrible".
"Me dolía ver la luz"
Valeria Pereyra es una rosarina que en 2004 fue a vacacionar a Buzios y, luego de recorrer las playas de la ciudad brasilera, contrajo dengue. “Volví a trabajar un lunes, y el martes ya me sentía mal; temblaba mucho, pero no tenía fiebre. Me atendí e intentaron una interconsulta con un infectólogo que estaba de vacaciones y por eso me derivaron. De inmediato avisaron a las autoridades, porque me dijeron que se podía tratar de dengue”, recuerda hoy y asegura que en ese momento “no se conocía tanto el virus”.
A medida que pasaban los días el cuadro fue empeorando. “Tenía puntitos rojos por todo el cuerpo, como un sarpullido. Además, ya me había subido la fiebre por encima de 40 grados y no me bajaba con nada. Ni siquiera podía comer porque no tenía hambre del dolor en el cuerpo que sentía”.
Por esos años, la enfermedad era algo casi nuevo y Valeria recuerda que se hizo un gran operativo en su barrio para poder controlar un posible brote, recorriendo la zona y desinfectando todo.
El calvario que sufrió demandó 20 días en los que cuenta que estuvo muy mal, y diez restantes en los cuales se fue recuperando de a poco. “Masticaba hielo y tomaba jugo, porque me pidieron que esté siempre bien hidratada. Bajé entre 10 y 15 kilos y estaba todo el día con los ojos cerrados porque me dolían si veía la luz”.
Al término de la enfermedad, llamó al hotel en el que se alojó en Buzios para advertir sobre la presencia del peligro por el insecto, aunque desde el alojamiento le contestaron que era “algo normal”.