El precio internacional del petróleo cayó 40% en seis meses y el jueves pasado perforó por primera vez en cinco años la barrera psicológica de 60 dólares por barril. Para el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Jack Lew, se trata del equivalente a una baja de impuestos para los consumidores de ese país, que apuntalará la recuperación de esa economía. Para los países que se han convertido en importadores de energía, como Argentina, la caída de la materia prima que mueve el mundo representa un alivio en la factura importadora. En este caso, un peso que agigantó un problema histórico de la economía, como es la restricción externa.
La reducción de costos que podría estimular a la alicaída economía global es la mitad del vaso lleno de la nueva “crisis” del petróleo. La mitad vacía la comienzan a ver las compañías energéticas y los países que basan su economía en la exportación de petróleo, como Venezuela, que sentirán el impacto de los nuevos precios en su balanza de pagos.
Pero el drama de los grandes productores, que se escenificó hace unas semanas cuando no lograron cerrar un acuerdo para recortar la producción de crudo en la cumbre de la Organización de Países de Exportadores de Petróleo (Opep), entronca con un fenómeno más preocupante, como es el bajo crecimiento de la economía mundial.
Por eso, el crudo no cae sólo. Lo hace con las principales materias primas, incluidos los commodities agropecuarios. De nuevo, a través de la baja de más del 30% de los precios de la soja desde principios de año, Argentina siente las líneas de transmisión de esta tendencia. Cada mercado tiene sus fundamentos particulares, pero los movimientos bajistas de los principales commodities están íntimamente relacionados con una demanda que se mueve más lenta y una producción en alza. La explotación de shale oil y shale gas en EEUU es parte activa de este cambio.
La crisis financiera de 2008 provocó una fuerte contracción de la economía mundial, parcialmente revertida por los planes de expansión monetaria de Estados Unidos y por el crecimiento de los países emergentes, encabezados por China. Pero la convergencia entre potencias centrales y en desarrollo, sumada a decisiones de política económica, intervenciones en el flujo de comercio y nuevas configuraciones geopolíticas, derivó una desaceleración en el ritmo de salida de esa crisis.
El Fondo Monetario Internacional (FMI), que comenzó el año con previsiones relativamente optimistas respecto del crecimiento de los países centrales, sobre todo Europa, revisó seis meses después las proyecciones. El estancamiento en regiones como el viejo continente, donde la deflación se ha transformado en un problema hasta para las políticas conservadoras del Banco Central Europeo (BCE), y también en China, Rusia, Brasil y otros grandes emergentes, lo llevó a pronosticar un crecimiento de la economía global del 3,3% durante su última asamblea semestral. Para 2015, prevé un crecimiento de 3,8%, pero con diferencias. Mientras ve a Estados Unidos creciendo al 2,2%, ve a la zona euro en el nivel de 1,6%.
El pronóstico parece optimista, si se tiene en cuenta que el organismo monetario común acusó la amenaza de una recesión en esa región, advirtiendo que tiene un paquete de estímulos monetarios dispuesto a lanzar para revertir la fase depresiva.
América latina, que vivió una década de expansión económica, apalancada por el boom de precios de commodities energéticos, mineros y alimentarios, comenzó ya a recibir los coletazos de este probable cambio de ciclo en la economía internacional.
Hace pocas semanas, la Comisión Económica para América latina y el Caribe, revisó a la baja sus previsiones de crecimiento. Estimó que la región cerrará el año con crecimiento de apenas 1,1% en 2014 y para 2015 espera un leve repunte de 2,2%. Si bien Argentina y Venezuela son las economías que presentan crecimiento negativo para este año, el organismo advirtió sobre la fuerte desaceleración que enfrentan todos los países de la región. Y centró la preocupación, por su peso en la economía regional y su rol de tractor de la demanda, en Brasil.
La primera economía sudamericana no crecerá en 2014 y crecerá 1,6% en 2015, de acuerdo a los pronósticos cepalinos. Un amesetamiento de esa naturaleza tiene implicancias importantes en el resto de los países. El documento que acompañó las previsiones del organismo internacional centró su advertencia en el fin del ciclo altamente expansivo del precio de los commodities y en la necesidad de fortalecer el comercio intrarregional y las inversiones.
El activismo económico de los gobiernos será clave en la nueva etapa de la economía global. El riesgo de la deflación a nivel global, el bajo crecimiento del cual se hicieron eco los países del G-20 en su última cumbre, el fin del programa de expansión monetaria de Estados Unidos, el fortalecimiento del dólar y la caída de los precios de las materias primas dibujan un nuevo panorama, que tiene una doble faz. Para algunos, los bajos precios conducirán a una recuperación de la economía. Para otros, a un efecto pobreza que impone nuevos desafíos.
Para el analista Jorge Castro, que el viernes disertó en Rosario invitado por la Cámara Argentina de Fabricantes de Maquinaria Agrícola, hay un cambio radical: EEUU deja su condición de importador de energía, lo cual lo llevará a “cerrar el déficit de cuenta corriente” y le permitirá “recuperar su extraordinaria capacidad de compra” y su rol de principal demandante de productos a nivel mundial, por encima de China. “Entramos en la era de la economía energética de la abundancia”, vaticinó.