"La puta que vale la pena estar vivo". Al fin, Rosario. Al fin. De nuevo el clásico, el querido clásico, al que ningún amante del fútbol de la ciudad le es indiferente. El que siempre se marcó en el calendario en cada sorteo de fixture, pero que venía tan teñido de intolerancia que se llenó de los miedos que impusieron las minorías violentas. Por eso tanta tensión previa, tanta incertidumbre. Era el obligatorio luego del retorno canalla, después de ese frustrado intento veraniego que alimentó los malos presagios. Y aún cuando fue el primero sin hinchas visitantes, por la consecuencia de aquellos y que en un futuro deberá ser corregido, sólo quedó espacio para hablar de lo que pasó en la cancha. Y en ella Central consumó una alegría de aquellas, de los tiempos que ya se animan a volver, por ser el más inteligente, el que más pensó el partido, haciendo notar al cabo que, pese al pasado reciente de uno y otro, pudo llevar la contienda al terreno de iguales y empezar a ganarse ya el reconocimiento, como lo hizo un Gigante exultante, azul y amarillo de felicidad por donde se lo mire.