Nadie habla de otra cosa. De la sonrisa de Carla Peterson, del talento de Mike Amigorena, de las salidas de Diego Ramos. Los entendidos, o mejor, los que se hacen los entendidos, se llenan la boca con elogios para Sebastián Ortega porque, para hablar "en serio" de televisión, hay que hablar del negocio, de la producción, y no de la artística, eso hay que dejarlo para el gran público que, resignado a vivir en el Planeta Tinelli, se acostumbró mansamente al menú de las moscas, y el hijo de Palito Ortega es el cerebro detrás del gran suceso televisivo del último tramo del año: "Los exitosos Pells". Tonterías. Lo que ejerce una atracción irresistible de la tira es la historia, las actuaciones, los giros humorísticos inesperados, los riesgos que asumen tanto el elenco como los autores cada vez que enfrentan el desafío de hacer su trabajo. En buena medida, el éxito de los Pells se apoya en la curiosidad que siente la gente por saber qué hacen las estrellas cuando se apagan las luces del estudio. Una curiosidad morbosa y lícita. Claro. De ahí el suceso que tienen los programas de chimentos que animan las tardes de la pequeña pantalla. Porque nadie sabe mejor que el gran público que la televisión es una impostura, una puesta en escena, y nada lo inquieta más que enterarse qué pasa cuando caen las máscaras. Hay que decirlo, la cruda realidad no es distinta a la ficción que presenta, convenientemente estilizada, cada noche Telefé. O alguien cree que Luis Novaresio tiene siempre buenos sentimientos, que cuando va al volante de su auto en el enjambre endemoniado en que se ha convertido el tránsito rosarino no se le escapa un insulto. O que Susana Rueda se levanta todas las mañanas con aires de femme fatal, que no se toma unos mates abajo de la parra, batón, ruleros y cara lavada. O que Chiqui Abecasis siempre tiene un chiste en la punta de la lengua para zafar de una situación comprometida, que no se enoja, maldice en cinco idiomas o simplemente se queda callado con cara de nada sin saber qué decir. La verdad es que esos personajes que creemos conocer tan bien cómo a nosotros mismos no son lo que parecen. Los escuchamos cada día, los vemos cada día, nos levantamos con ellos, nos vamos a dormir con ellos, están a nuestro lado cuando nadie más lo hace y así y todo sólo conocemos una pequeñísima parte de sus vidas. La que ellos nos quieren mostrar, porque hay otra, les aseguro, que esmeradamente se cuidan de mantener en el más absoluto secreto. Esa que ellos llaman "la vida privada" y que es de la que no hablan, de la que no quieren que se sepa nada, ni el más mínimo detalle. ¿Qué ocultan? Nada, nimiedades, pura liturgia doméstica, que si se supiera no cambiaría la opinión de nadie. O creen que es tan grave que a Marcelo Megna se le pasa el arroz o que Sergio Roulier no se ríe con ganas o que Gachi Santone no sabe caminar sin tacos altos. Las celebridades piensan que sí, que si les sacan con una foto con barba de tres días o sin delinarse los ojos, el mundo se les derrumba sobres los hombros. Que si alguien se entera que están haciendo la dieta del Dr. Ravenna o que se inyectaron botox en la frente o en vez de salir a correr hacen pilates, su credibilidad se hace añicos. Ser vanidoso no es una virtud, es cierto, pero tampoco es el infierno. ¿Por qué tanto celo entonces? Quizás porque si se desvela la trastienda los medios pierdan su encanto. Como los magos que cuando revelan sus trucos quedan expuestos cómo lo que son: hombres, ingeniosos, hábiles, seductores, pero hombres al fin. Con sus luces y sombras. De eso habla "Los exitosos Pells", de eso habla la gente.