Hugo Moyano se convirtió en la pieza clave a la cual se aferra el gobierno
nacional. Casi con exageración, sin disimulo, la presidenta de la Nación, Cristina Fernández, y su
antecesor y marido, Néstor Kirchner, le dieron ayer al jefe de la CGT honores que jamás hubiera
esperado. No es Moyano un referente del nuevo sindicalismo —ni mucho menos— al que el
kirchnerismo quería apostar cuando inició su ciclo en el 2003. Pero la necesidad y la realidad
tienen cara de herejes.
El poder del camionero quedó plasmado en oportunidad de enfrentarse con la
entonces ministra de Salud de la Nación, Graciela Ocaña, cuando la funcionaria nacional intentó
controlar los fondos que se giraban a la obra social. Ocaña se fue y Moyano continúa manejando la
voluminosa plata que le permite lograr lo que se propone.
Al gobierno, Moyano les resulta funcional nada más ni nada menos que para
controlar las calles, pero también para actuar como grupo de choque ante todo sector económico que
se atreva a desafiar el poder de la Casa Rosada. Un ejemplo es la actitud durante varias madrugadas
en las plantas de Clarín y La Nación impidiendo la salida normal de los diarios.
Ambos (gobierno y Moyano) saben que la caída del poder de uno coincidirá con el
bajón del poder del otro. El titular cegetista se animó a entrar al cementerio pese a la debacle
del kirchnerismo y cuando el péndulo termine su recorrido en el 2011 deberá vérselas con las 62
Organizaciones de Gerónimo Venegas y otros caciques.
"Los trabajadores tenemos que tomar el poder y no andar pidiendo por favor que
nos dejen ocupar un cargo. No muy lejos, un hombre del movimiento obrero va a ocupar la Casa
Rosada", dijo Moyano hace poco, envalentonado hasta perder el sentido común: llegó a candidatearse
a la Presidencia apenas pasó el 28 de junio y la derrota kirchnerista.
Cada vez que el gobierno amenaza con rozar algún interés del Negro (tal el
apodo), éste amenaza con romper lanzas e inmediatamente es convocado a Balcarce 50 para recomponer
el estado de las cosas. Es imprescindible leer "El hombre del camión", un libro de los periodistas
Mariano Martín y Emilia Delfino, para entender la lógica del sindicalista más poderoso de la
Argentina. "Moyano cita a Perón en una de cada dos frases. Es un duro pero también un pragmático.
Si en su juventud militó en los grupos de la derecha más radicalizados de Mar del Plata, no tuvo
inconvenientes en trabar una alianza, por ahora inquebrantable, con los Kirchner. Hace todo lo
necesario para acumular poder", se lee en la biografía, y es imposible no compararlo con Kirchner,
quien desveló a los progresistas con cantos de sirena pero a la hora de ejercer el poder no trepidó
(como no trepida su esposa) en aliarse con quien, por ejemplo, Carta Abierta repudia.
Pero el camionero sabe cómo usar su poder. A partir de su denuncia sobre "la
Banelco" el gobierno de la Alianza se desplomó definitivamente y esfumó la imagen de transparencia
que quería transmitir. Tampoco puede negársele su oposición a Carlos Menem en los últimos años de
gobierno. Y, sus afiliados, gozan de salarios y beneficios envidiados por todos los trabajadores
asalariados.
El extraordinario trato que recibió ayer en Vélez es también una radiografía
sobre las carencias del gobierno. Hay quienes no creen que "el hombre del camión" acompañe un
entierro político. "Siempre se las va a ingeniar para pegar el salto un minuto antes. Hoy los
camioneros de Moyano son lo que fueron los metalúrgicos de Lorenzo Miguel, listos para traicionar
cuando la realidad lo pida", dice un conocedor del mundo sindical.
Moyano es vital para los Kirchner, quienes temen perder el control de la calle
por la abrupta aparición de movimientos sociales y piqueteros que se hartaron de quedar al margen
de las dádivas otorgadas a Luis D’Elía, Emilio Pérsico y otros dirigentes que son atentamente
recibidos por el secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, aquel enfático defensor en
el Congreso de la privatización de YPF decidida por el gobierno menemista.
A fin de cuentas lo que hace Moyano con Cristina es lo que sueña hacer la
inmensa mayoría de los caudillos sindicales: tener más poder que todos los ministros juntos, evitar
que se investigue el uso de las obras sociales y pasearse por la alfombra roja como uno más de los
poderosos que forman parte de la real politik.
Cómo será la dependencia kirchnerista hacia el fornido líder de la CGT que la
propia presidenta se tomó su tiempo para presentarle al Papa Benedicto XI "al líder de los
trabajadores argentinos".
Eso es tener poder.