Los detractores de la ecología siempre dicen que la preocupación por el
medioambiente es algo así como un pasatiempo de los ciudadanos de los países ricos que, como no
tienen que preocuparse por llegar a fin de mes ni por los paros docentes deciden proteger a las
ballenas del Atlántico Sur o a los pandas chinos.
Para Joan Martínez Alier, experto español en economía ecológica, ese conservacionismo con raíces
casi estéticas —que efectivamente existe— se da de frente contra lo que él define como
el ecologismo de los pobres, un ambientalismo protagonizado por gente "que muchas veces ni siquiera
sabe que lo está haciendo, pero que actúa de manera de defender el medio ambiente". Así lo expuso
en Rosario durante una charla-debate organizada por el Taller Ecologista de Rosario.
Martínez Alier es especialista en Historia Agraria y Ambiental, Economía Ecológica, Política
Ambiental y Ecología Política. Buena parte de su trabajo en el terreno se desarrolla con pequeñas
comunidades de países pobres emergentes donde los temas medioambientales ni figuran en las agendas
políticas.
Para ilustrar de qué se trata eso de "ecologismo de los pobres", el especialista retomó dos
ejemplos cercanos en el tiempo y en el espacio: la matanza ocurrida en junio pasado en Baguá, Perú,
cuando un enfrentamiento entre indígenas que reclamaban por sus tierras y militares dejó más de 30
muertos; y el referéndum organizado en Esquel en 2006 en contra de la utilización de cianuro en una
mina.
"La resistencia autogestionada al abuso puede tomar maneras conflictivas, como pasó hace poco en
la Amazonía peruana, o adoptar formas más pacíficas, como fue el caso en Esquel. Pero ambos casos
tienen algo en común y corresponden a lo que llamo ecologismo popular, porque fueron protestas
espontáneas que surgieron como respuesta a una necesidad concreta, sin una organización
preestablecida pero si con redes de apoyo local e internacional", explicó.
Para Martínez Alier, las causas que llevan a estas manifestaciones populares tienen que ver con
lo que muchas veces se llama conflicto territoriales, y otras veces neoliberalismo. O sea, con
factores relacionados con la tenencia y el uso y abuso de la tierra.
Sin embargo, en su opinión la clave está en otra parte: "Si hay crecimiento de la economía a
nivel mundial, si la actividad aumenta, entonces aumenta el metabolismo, porque aumenta el consumo
de agua, de energía, de materias primas y de residuos".
En definitiva, es el consumo excesivo de recursos lo que hace colapsar al medioambiente, sea
esto bajo un régimen neoliberal, socialdemocrático o comunista. "Si crece la economía, crece el
metabolismo socio-económico" en términos de flujos de materiales y energía, y de la producción de
residuos.
Daños
Desde un punto de vista de análisis sistémico, para el eco-economista Argentina es un
agroexportador barato en el contexto de las relaciones económicas internacionales. "Las
exportaciones argentinas de soja salen al mercado con una gran mochila ecológica encima, porque su
precio competitivo tiene que ver con daños infligidos al medioambiente que nadie repara", dijo
Martínez Alier, para quien no sólo hay que contar el agua utilizada aún en terrenos a priori no
aptos para ese cultivo —como en Santiago del Estero—, sino también lo que se denomina
"exportación de nutrientes". O sea los minerales que la soja "chupa" a la tierra y que los
chacareros suelen no reponer bajo el pretexto de los altos precios de los fertilizantes.
"Con cada tonelada de soja argentina se va agua virtual y nutrientes en proporciones
alarmantes", disparó el especialista. Una opción podría ser la aplicación de "retenciones
ambientales" para cerrar la canilla de las exportaciones a mansalva y proteger así de mejor manera
la calidad natural de las tierras nacionales.
El ejemplo de la soja le sirvió para ilustrar un fenómeno que en realidad se hace extensivo a
todos los países productores de materias primas. "En la Unión Europea, por cada tonelada que se
exporta se importan 4 toneladas. Esto significa que lo que se vende tiene alto valor agregado, y lo
que se compra es más que nada materia prima. Esa relación es la inversa en América latina, que
exporta en promedio 6 ó 7 veces más de lo que importa".
Ecuador
Si bien no figura en el top petrolero mundial, Ecuador posee reservas interesantes de crudo bajo
sus verdes tierras. Lo original, en este caso, es que el gobierno de ese país —comandado por
Rafael Correa, de centroizquierda— encaró hace dos años un giro sustancial en su política
petrolera al proponer dejar bajo la tierra el petróleo pesado de los yacimientos del Parque
Nacional Yasuní —un territorio amazónico con presencia indígena— a condición de que los
países del norte (sean o no acreedores externos de Ecuador), los bancos y las organizaciones
ecologistas internacionales compensen a Ecuador con el cincuenta por ciento de lo que producirían
esos campos en los próximos diez años en caso de ser explotados.
"Se trata de 200 ó 300 millones de dólares al año en concepto de no extracción, ya que lo que no
se saca, no contamina. Es una idea política que evita a futuro las emisiones de dióxido de carbono.
Un cambio de paradigma desde la economía depredadora a la economía ecológica", dijo.