Los puntos de contacto entre situaciones políticas de distintos orígenes, historia y desarrollo son difíciles de establecer. En caso que existan y que las distancias no contribuyan a arriesgar un análisis equivocado, es interesante al menos pensarlos para tratar de interpretarlos un poco más.
El actual caos en Egipto, por ejemplo, ¿tiene un mínimo de relación con lo que ocurre hoy en la Argentina? La respuesta es rotundamente negativa. Nada que ver. Egipto, una nación de unos 80 millones de habitantes y con un producto bruto interno e ingreso per cápita inferiores al de nuestro país, está sumergida desde hace dos años en una violenta crisis política. Tras décadas de mandato autoritario del ex presidente Hosni Mubarak, el país no encuentra señales de estabilidad y los muertos se suman de a decenas todos los días.
El enfrentamiento interno en Egipto se origina por un reciente golpe de Estado militar contra el electo mandatario Mohamed Mursi, ligado a los Hermanos Musulmanes, un grupo fundado en 1928 que promueve la aplicación estricta del Islam bajo gobiernos teocráticos en el mundo musulmán. El choque entre esta organización y los militares egipcios, que no adhieren a esa línea de rigidez religiosa, es la que está llevando al país a una guerra civil.
Egipto había vivido décadas de estabilidad de la mano de distintas dictaduras militares y líderes casi vitalicios. Los dos últimos, Sadat y Mubarak tuvieron distintos destinos. El primero, se acercó a Occidente a fines de la década del 70, visitó Jerusalén y firmó un tratado de paz con Israel, que le devolvió la península del desierto del Sinaí capturada en una guerra anterior. En una de las localidades de ese desierto, de increíbles playas sobre el golfo de Aqaba y el mar Rojo, hace unos días grupos islámicos que apoyan al depuesto presidente Mursi emboscaron y mataron a 23 policías egipcios. Fue en represalia por la "tentativa de fuga" que alegaron los militares en la muerte por asfixia de 37 prisioneros pertenecientes a los Hermanos Musulmanes.
Volviendo a Sadat, el giro político pro-occidental que imprimió a Egipto fue el motivo de su asesinato en octubre de 1981. Lo balearon mientras asistía a un desfile militar en El Cairo. Lo sucedió el entonces vicepresidente Mubarak, quien estaba junto a Sadat en el palco que fue ametrallado por un grupo de soldados que se apartaron del desfile y dispararon furiosamente. Mubarak resultó herido pero salvó su vida y gobernó Egipto con mano dura y sospechosas elecciones hasta 2011, cuando víctima de la primavera árabe que irrumpió en la región fue forzado a abandonar el cargo. Todavía vive y el jueves pasado fue liberado tras dos años de cárcel. Lo enviaron a un hospital militar bajo arresto domiciliario. Tiene pendiente cargos por corrupción y por haber ordenado una matanza de civiles que se oponían a su régimen.
La situación de Egipto transcurre entre dos opciones: dictaduras militares laicas o gobiernos teocráticos islámicos. En los últimos comicios ganaron los islámicos, pero los militares tienen los tanques y acabaron con Mursi, que está preso. Estalló la violencia, que incluyó la quema de iglesias coptas cristianas, una minoría que viene apoyando a las fuerzas armadas.
Toda esta situación es lo más parecido a un caos. Además, crece el temor por una guerra civil similar a la que se desarrolla en Siria desde hace dos años y que parece no tener fin. Miles y miles de civiles sirios inocentes son masacrados (gases químicos incluidos) ante la mirada pasiva de un mundo globalizado y sus instituciones políticas internacionales que parecen ser de una inutilidad manifiesta.
Otro cuadro. Las pocas líneas anteriores que describen superficialmente la dramática realidad egipcia tienen, sin embargo, un elemento común con la Argentina. Es el empleo de la palabra caos, allí concreto, palpable, y aquí sobredimensionado y azuzado con la finalidad de generar temor. Después de las elecciones primarias de hace dos semanas se advierte cierta confusión en el uso semántico de ese vocablo. ¿Qué ha ocurrido para que desde algunos sectores importantes del país se pretenda instalar esa sensación?
No ocurrió nada extraordinario: el gobierno perdió las elecciones en distritos claves del país, la fantasía de la re-reelección del núcleo duro del kirchnerismo terminó y en 2015 algún candidato de la oposición tendrá posibilidades de alcanzar la presidencia. ¿Eso es el caos o el normal desarrollo político de un país? Es simplemente la democracia, que tiene alternancias de poder, debate y diversidad de opiniones.
Caos fue lo que ocurrió en la semana trágica de diciembre de 2001 con saqueos generalizados, muertes en las calles y un presidente huyendo en helicóptero.
Ahora, sólo resta que un gobierno elegido en las urnas culmine su mandato, que presente un candidato en 2015 y que la población decida si castiga o avala las políticas de la última década. Sólo eso.
Si los medios contribuyen a generar una sensación de desasosiego en donde no lo hay, puede convertirse en un arma peligrosa. Precisamente hace pocos días se conocieron documentos desclasificados sobre la directa acción de la CIA en el golpe militar de 1953 que derrocó al primer ministro de Irán cuando nacionalizó una compañía de petróleo inglesa. Los medios occidentales de ese entonces pintaban al político persa como un loco o un senil, entre otras cosas que contribuyeron a derrocarlo, pero la realidad era que Estados Unidos quería garantizar los intereses económicos de esa empresa británica y evitar que el oro negro iraní cayera en manos soviéticas en medio de la Guerra Fría. Sesenta años después las cosas están peor en Irán.
En la Argentina, durante las últimas semanas se han escuchado tantos disparates desde el oficialismo y la oposición (periodismo incluido que, además, transita por su peor hora en décadas) que en realidad se podría sostener que el pretendido caos es producto de la verborragia sin filtros. Análisis políticos apocalípticos, diagnósticos médicos sobre salud mental por televisión y pronósticos llamativos nos quieren hacer creer que Egipto está a la vuelta de la esquina. Nada de eso tiene que ver con la realidad. Lo que ocurre es un irreconciliable enfrentamiento entre dos sectores por el poder político y económico del país.
Por casa. Si se traslada la situación nacional al pago chico, Rosario o la provincia, por ejemplo, ¿qué ocurrió? El socialismo ganó las elecciones pero perdió algo de caudal electoral en la ciudad. Además, una ex modelo y ahora periodista que hizo campaña sólo 90 días obtuvo 43 mil votos, la mitad que el candidato a concejal oficialista y sólo unos 15 mil menos que otros que han tenido destacada actividad pública durante los últimos veinte años. Por si eso fuera poco, un veterinario mediático sin experiencia política cosechó casi 17 mil sufragios.
¿Todo esto significa algo? ¿Es un desmedro para la calidad del elector? ¿Es el comienzo de un cambio político en la provincia y en la ciudad? Los encuestadores y los consultores políticos seguro que tendrán la respuesta, pero por supuesto equivocada.
Ganar o perder una elección no genera caos. Los gobiernos municipal, provincial y nacional estuvieron a la altura de las circunstancias ante la tragedia de la calle Salta y dieron señales, antes y después de los comicios, de una gran organización ante la emergencia.
Un caos es el descontrol en la función pública, cosa que no se advierte en ningún estamento de los tres niveles de gobierno.
Alejados esos fantasmas, el peligro es que una sociedad bombardeada con mensajes intencionados, desde diferentes sectores y con distintos objetivos, internalice e interprete con deformaciones la realidad.
Argentina no es Suiza, pero tampoco Egipto.