Está comprobado que a mayor grado de desarrollo de una comunidad, mayor es su consumo energético. El desarrollo conseguido por la humanidad durante un siglo y medio de explotación de yacimientos que brindaron energía barata, estaría en su ocaso, ya que se cree que grandes yacimientos como los de Oriente Medio ya no volverán a descubrirse, además de los incrementos de costos atribuíbles al cuidado ambiental. No obstante, el progreso tecnológico va incorporando -aunque a mayor costo- nuevos yacimientos que en concomitancia con la infraestructura existente, hacen pensar que hasta dentro de 20 ó 30 años el petróleo y el gas natural serán componentes preponderantes de la matriz energética mundial.
La combinatoria de dos factores resultan necesarios para el usufructo de la energía: los recursos naturales no renovables (petróleo, gas natural, carbón mineral y nuclear) y renovables (hidráulica, solar, eólica, biocombustibles), por una parte, y la infraestructura de transformación (refinerías de petróleo, tratamiento de gas, generadores eléctricos) y almacenaje y distribución (redes eléctricas, gasoductos, poliductos, estaciones de carga), por otra. La realidad nacional actual nos encuentra en un momento crítico. La prolongación por años de políticas de coyuntura de manejo de crisis económica: retraso y desfase de precios del petróleo y gas natural y subsidio a la oferta, resulta una combinación insostenible.
En cuanto a la producción de hidrocarburos, el retraso y desalineo de los precios respecto del mercado internacional incrementó la tendencia a monetizar las reservas existentes y desalentó la inversión en exploración, que permitieron mantener el horizonte de reservas. Asimismo los subsidios a la oferta de energía contribuyeron a exacerbar la demanda desmedidamente.
La condición global de la economía del mundo restringe la posibilidad del desarrollo de políticas autónomas, y la energía no está exenta al estar ligada estrechamente a la decisión de orientación del flujo de capitales.
Por estos motivos, asistimos a una aniquilación de los stocks de reservas que han trastocado la posición de autoabastecimiento e incluso superavitaria en petróleo y gas natural por otra francamente deficitaria, que obliga a la importación de combustibles y gas natural licuado a precios de paridad de importación. Año tras año asistimos a la caída de las reservas y la producción de petróleo y gas natural y a sucesivos incrementos en la demanda.
De dicha situación resulta una posición de debilidad nacional (la infraestructura receptiva no está preparada para ser importador a valores competitivos), deterioro del balance del comercio exterior, pérdida de ingresos fiscales (ante la necesidad de importar por parte del Estado sin impuestos), a la vez que enmascara el verdadero valor de los componentes de la energía: lo que no se paga en forma directa se paga vía subsidios del tesoro financiados por impuestos, tornando a fin de cuentas al conjunto a valores internacionales.
Si se tiene en cuenta que durante 2013 se debió importar aproximadamente el 30 por ciento del gas natural consumido (desde Bolivia al triple del precio que se le reconoce al productor nacional y seis veces el valor para el gas natural licuado) y el 25 por ciento del gas oil ( además de fuel oil para las usinas y hasta motonaftas) y que se prevé para el 2014 la importación directamente de petróleo crudo liviano para suplir el déficit de crudo Medanito, la erogación de divisas podría ascender a los 14.000 millones de dólares, por lo que casi la totalidad del déficit fiscal es atribuible a este rubro.
Pero semejante erogación que debemos asumir los argentinos, sólo suple el déficit energético actual, montos que podrían verse incrementados si se pretende mantener un crecimiento del PBI a valores del 3 ó 4 por ciento por año. Se debe tener en cuenta también que todo deterioro del tipo de cambio impacta directamente, al ser necesarios mayor cantidad de pesos para pagar los combustibles a importar.
Concurrentemente resulta insoslayable el sostenimiento de inversiones de unos 5.000/7.000 millones de dólares/año durante 5 u 8 años de modo tal de recuperar el autoabastecimiento para la próxima década.
La formación de Vaca Muerta, donde existen recursos de los más importantes a nivel mundial, permite ser optimista al respecto, siempre teniendo como premisa que no resultará posible sostener las erogaciones para importar combustibles y a la vez realizar fuertes inversiones de riesgo, solamente apropiando recursos del Estado.
En tal sentido, se requiere un cambio de enfoque que permita encaminar semejante desafío, ya que controles de precios, subsidios indiscriminados a la oferta, barreras arancelarias, precios apartados de los internacionales e inseguridad jurídica distorsionan los mercados y desalientan la inversión.
Desde otro punto de vista, si bien se considera que la energía tendrá en las próximas décadas aún gran preponderancia en utilización de combustibles fósiles, serán necesarias mayores restricciones ambientales y acelerar la tendencia a la sustitución por energías limpias y renovables. Por lo tanto, también se debe aprovechar la oportunidad de reconvertir en la medida de lo posible la matriz energética argentina, integrada casi en un 90 por ciento por combustibles fósiles, de las menos diversificadas del mundo.
La condición de país agrícola ofrece la oportunidad de la utilización de biocombustibles (biodiesel y bioetanol) en volúmenes crecientes, que otorgan la facilidad de uso, ya que no es necesaria la modificación del parque automotor existente ni de la logística de abastecimiento, además de poder utilizarse el biodiesel como combustible de usinas térmicas. Pero desatinos de política económica (tributos que encarecen el biodiesel haciendo que las empresas petroleras prefieran que el Estado importe gas oil sin impuestos), que no tienen en cuenta el principio de la sustitución de importaciones y el balance de divisas, desvirtúan el espíritu de una ley de fomento a la industria y hacen que se desaproveche una capacidad de producción instalada, y en este aspecto, la provincia de Santa Fe cuenta con ventajas competitivas inigualables a la hora de hablar del futuro.
(*) Grupo de Estudios Políticos y Estratégicos