Son las cinco de la tarde en Nueva Delhi y el sol se parece a una luna naranja. Un avión cruza bajo pero casi no se ve. Por momentos el olor a combustión inunda el aire. Esas son apenas algunas señales del smog en una de las ciudades más contaminadas del mundo. Aunque algunos guías de turismo insistan en corregir que lo que impide que el cielo se vea claro es una niebla característica en esta época del año, donde los hindúes están pasando del invierno al otoño y la temperatura oscila entre los 12 y los 25 grados.
Como en otras ciudades indias, en su capital el tráfico terrestre es una pesadilla y alcanza niveles insostenibles. Sólo un dato explica todo: 10 millones de vehículos circulan por día. Y el consumo de combustible de pésima calidad que se quemaba en un humo denso agravó el problema. Recién en 2001 el gobierno obligó a todos los taxistas a reconvertirse al gas y a todos los vehículos nuevos a utilizar nafta sin plomo.
Pero lo peor es que el 50 por ciento de la energía que se consume en la India es producida por la quema de carbón. Esa combustión produce un efecto parecido al que se vivió en Rosario aquellos días de fuego constante en las islas frente a la ciudad. Pero acá es siempre y desde hace mucho tiempo.
La capital de la India no es, de primer impacto, una ciudad agradable, aunque tiene otra categoría con respecto a Hyderabad. El tráfico imposible y la basura que tapiza algunas calles aturden y apabullan. Se necesitan varios días de adaptación para que guste.
Esta ciudad en la que viven casi en su círculo más cerrado 17 millones de personas (y 37 si se suman las comunidades satélites), en realidad está formada por ocho ciudades, cada una construida en un período histórico distinto, aunque las más conocidas son la Vieja (donde están la mayoría de los monumentos históricos) y la Nueva (la bellísima parte moderna levantada por los británicos a partir de 1931).
La Old Delhi fue la capital del sultanato y de los mongoles. Algunos barrios son intrincados callejones atestados de gente, donde entre la suciedad deambulan mendigos, vendedores, artesanos y contorsionistas, y se encuentran bazares, puestos de comida, templos y mezquitas, tiendas de seda y barberos que atienden en la vereda. Pero pese a sus incomodidades, Delhi tiene mucho para ofrecer en su parte nueva. El contraste es notorio y, a diferencia de lo que suele suceder en otras ciudades históricas, la zona moderna tiene cierto encanto. No hay enormes bloques de cemento que desentonen. Allí los británicos edificaron un nuevo centro administrativo cuando en 1911 cambiaron la capital de Calcuta a Delhi.
En esta área están la Puerta de la India, un arco del triunfo más alto que el de Francia (tiene 42 metros) y la Casa del Presidente, que fue la residencia del rey de Inglaterra y hoy sede del gobierno central y federal de la India.