"Mire jefe, yo le voy a decir la verdad. Me peleé con un gil que me arrebató en la puerta de la casa de un amigo en Deán Funes al 4100". Esa suerte de confesión soltó Matías Rubén Godoy cuando la policía lo detuvo en una esquina de villa La Boca junto a su bicicleta y con un golpe sobre el ojo derecho. Justo en la cuadra que mencionó habían asesinado hacía minutos a Eduardo David Gismondi, un chico de 18 años que quería ser locutor y que recibió una puñalada en el pecho cuando intentaron asaltarlo frente a la casa de su novia. Ocho meses después, el detenido fue enviado a juicio como autor del homicidio bajo una figura penal que prevé prisión perpetua.
Godoy, de 25 años, fue considerado ejecutor del crimen en base a una serie de pruebas que lo ubicaron en esa escena: fue detenido la misma noche con una bicicleta igual a la usada por el atacante; la víctima había golpeado al ladrón en el rostro, justo donde él presentaba un golpe reciente; estaba vestido tal como los testigos describieron al homicida. Finalmente, la novia de Gismondi lo reconoció en una rueda de personas.
En base a esas pruebas el juez de Instrucción Juan Carlos Vienna lo procesó como autor de un homicidio calificado críminis causa. Lo acusó de matar al ver frustrada la posibilidad de concretar el asalto. Esto agrava el delito, que bajo ese encuadre prevé prisión perpetua y que el caso se juzgue en un debate oral y público.
Por unas horas. La tarde del 14 de octubre pasado Eduardo David Gismondi llegó de jugar al fútbol en el club Domingo Matheu a su casa del barrio Avellaneda Oeste, donde vivía con su abuela y su madre. "Se bañó, se perfumó y se fue", contó entonces Ana, la abuela, que sin saberlo lo saludó por última vez cuando su nieto se despidió diciendo: "Desaparezco por unas horas".
Se había graduado un año antes en la escuela media Domingo Faustino Sarmiento, el ex Nacional 1. Había sido el abanderado de su curso y quería ser locutor, pero los brackets le jugaron una mala pasada en el examen de ingreso a la carrera de locución en el Iset 18. Daba clases de guitarra y hacía sus primeros pasos en la locución en un programa de radio Libertad.
A las 22.15 de esa noche Eduardo estaba con su novia Micaela en la vereda de Deán Funes al 4100, frente a la casa de ella. Entonces vieron acercarse a un muchacho en bicicleta. "Este nos va a robar", le dijo a su novia. El desconocido se acercó, bajó de la bici y encaró al joven: "Quedate quieto y dame todo", le dijo, según consta en la resolución judicial. Eduardo le gritó a su novia que corriera y forcejeó con el ladrón, que le aplicó un puntazo en el abdomen.
La chica alcanzó a ver que al acercarse a Eduardo el ladrón "sacó al algo del bolsillo del pantalón" y que su novio le pegó "dos piñas en la cara". Ya herido, el joven corrió unos metros hacia donde estaba ella y empezó a perder sangre. "Me pegó un puntazo", dijo. Los vecinos lo asistieron, le taparon la herida con toallas y lo trasladaron al Heca, donde falleció a la media hora.
Aunque nadie escuchó una detonación, en un primer momento se creyó que había sido herido de bala. Así consta en la primera indagatoria que le formularon al acusado, en el primer parte médico del hospital y en un preliminar informe de autopsia. Pero en las radiografías no se detectó la presencia de un proyectil. Tras un análisis de los distintos informes forenses, en la resolución se determinó que en realidad había sufrido un herida con un objeto "penetrante, de punta aguzada y contorno redondeado con una longitud no menor de 12 o 14 centímetros".
Colores. Los vecinos que presenciaron el ataque describieron al homicida como un muchacho que iba en una bicicleta roja y negra vestido con una campera de Rosario Central. Al rato, en Río de Janeiro al 3500, policías del Comando Radioeléctrico detuvieron a Godoy con una bicicleta de esas características y así vestido. No llevaba armas, pero tenía sangre en la ropa y una lesión sobre la ceja derecha. Tenía media docena de antecedentes penales.
En su declaración dijo que esa noche salía de un cumpleaños en la casa de un amigo en Río de Janeiro entre Garay y Deán Funes y lo llevaron preso en averiguación de antecedentes para, horas más tarde, culparlo por el crimen. "Me están haciendo cargo de una cosa con la que no tengo nada que ver. No tengo armas ni cuchillos", dijo, y pidió que le realizaran la prueba de parafina para demostrar que no había disparado.
Luego fue reconocido en una rueda judicial: "Para mí es el ocho. Por la forma de la chuequera de las piernas. Estaba vestido de negro o de azul y por la forma del cuerpo", dijo la novia de Eduardo, mientras que una vecina dudó entre él y otro integrante de la rueda.
Para el juez Vienna, el crimen fue cometido "por no haber obtenido el resultado que se había propuesto en el otro delito", es decir, como represalia por no poder concretar el robo, lo que agravó la imputación.