No se busca ser pájaro de mal agüero ni bajar los niveles de euforia que provoca el paso ganador de la selección argentina en Brasil 2014. Pero en el fútbol, como en la vida, a las cosas hay que llamarlas por su nombre. No es ningún secreto ventilar que Argentina está jugando realmente mal. Tampoco hay que tenerle miedo a decir que hasta ahora sólo ganó porque las genialidades de Messi alumbraron los atajos para encadenar cuatro victorias frente a rivales quebradizos, más propensos a colgarse del travesaño que a plantear un partido con fuerzas equivalentes. Así y todo, Argentina nunca pudo bajarse de la cornisa y sólo dio el salto con la propulsión del genio rosarino. Pero no se puede vivir siempre a remolque de la inspiración individual de un jugador por más planetario que sea. Contra Bélgica habrá que ayudarlo y tenderle una mano a Leo. Enfrente habrá un rival que exigirá hasta el paroxismo con su desenfreno y con las apariciones relampagueantes de Hazard, Origi, Mertens y compañía. Es difícil pensar que a esta altura del Mundial Argentina entregue señales de ser un portento colectivo. Si no lo fue nunca, por qué debiera serlo ahora. Pero para ganarles a los belgas Messi necesita que alguien más que Di María saque la cara por el equipo.





























