Su foto en blanco y negro, con cara semiseria, gorra policial y chaqueta con birretes, está estampada en el catálogo de la IV Convención Internacional de Historietas “Crack, bang, boom”. Y quien la ve y no es del palo del cómic no sabe si se trata de una broma o de qué. Va en serio: la imagen es la del guionista Ray Collins, nacido en Buenos Aires en 1936 como Eugenio Zappietro, y especial homenajeado de este encuentro, que luego de cuatro días, termina hoy (desde las 13 a las 21) en el Centro de Expresiones Contemporáneas (Sargento Cabral y el río). Collins, un hombre con más seudónimos y caras que Falsafaz.
Comenzó su profesión escribiendo historias de amor y fotonovelas, fue comisario inspector de la Policía Federal Argentina, cronista deportivo y actualmente sigue haciendo guiones, es historiador y director del Museo Policial e Investigaciones Históricas.
Escritor incontinente o serial: tiene en su haber 4 mil guiones (El Cobra, Aguila Negra, Rocky Keegan y Mandy Riley, entre otros). Tan reconocido como Germán Oesterheld (guionista del Eternauta y desaparecido junto a sus cuatro hijas por la dictadura cívico militar) o como Robin Wood. Todo un personaje.
—¿Qué se siente ser el homenajeado de este festival?
—En realidad es un homenaje a la historieta. Uno sólo es parte de esto. La historieta es una pasión, o una deformación, no sé, y no la hice yo sólo, la hicimos unos cuantos, es un trabajo en equipo.
—Justamente, ¿qué tan importante es formar un buen equipo de dibujante y guionista?
—Salvo con uno o dos, hice pareja con todos los dibujantes, me he prostituido realmente. Carlos Roume fue uno, un verdadero artista con el que trabajé diez años. Hoy en el festival tuve la oportunidad de verlo, los dibujantes están a un dedo de ser grandes pintores o plásticos.
—Bueno, ser un buen guionista no es moco de pavo, hay que contar buenas historias.
—Es cierto y encima, desde Sófocles hasta hoy está todo escrito. Uno lee Edipo Rey y dice: “Acá esta todo”, todos los vicios, todos los sueños. Shakespeare dijo: “Estamos hechos a la manera de los sueños”. El tema es que sigo leyendo como un loco las buenas historias del oeste porque me encantan, tanto como las historias de gauchos o de vikingos. Siempre digo que el gaucho es un vikingo con chiripá y el vikingo un comboy con cuernos. Sigo buscando buenas historias y viendo televisión y cine. Cuando las encuentro, cuando cuento una buena historia a través de una historieta, me hago un amigo. A través de mis trabajos tengo amigos con los que nos separan 30 años de edad, es increíble. El lector no es un cliente, es un amigo. Ahí retomo el tema del principio, no hay una dupla dibujante y guionista, hay un triángulo perfectamente equilátero junto al lector. Yo con el guión, como en el cine, planto la historia...
—Suena a quien “planta el arma” en el policial.
—Falluta la palabra... es que el guioinista de historieta, en el cuadro uno o en la toma uno en el caso del cine, es el armador, el director de escena, el escenógrafo, el iluminador. Y el que pone la carnadura, las caras, es el dibujante .
—Antes de venir a la nota le comenté a alguien que entrevistaría a un policía que también es guionista y me preguntó: “¿No será represor, no?”
—Espero no haya sido cómplice mío con su silencio y le haya contestado que “sí”, porque maté a mucha gente en el oeste. A la policía no es que se la odie: se la cuestiona. Todo lo que es imposición genera rechazo. “A ver los documentos, por favor...”. Eso ya es una agresión...
—¿Ser policía le ayudó a crear sus guiones?
—Sí, eliminé (pone voz de cómic) a varios. En una oportunidad dije en la revista Siete Días que la policía existe porque la sociedad fracasa,y sigo creyendo que es así. El ser humano, aún no sé por qué, necesita controles y luego los burla.
—¿Usted se burló de los controles escribiendo guiones?
—Seguro. Trabajé en varias comisarías y empecé a empaparme con distintos tipos de personas, con sus vericuetos, con sus pequeñas miserias. Eso me sirvió.
—¿Qué está escribiendo ahora y que personaje le sigue gustando?
—Estoy escribiendo la historia de un detective argentino de 1950, que alguna vez fue boxeador, ilustra Horacio Lalía, ya tenemos varios capítulos. Y una historieta, también argentina, que va de 1880-1900, a través de las crónicas de Eduardo Gutiérrez, el creador de Juan Moreira, y una más. Y me gusta ese policía no siempre correcto encarnado por el actor pelirrojo David Caruso, hablo del teniente Horacio Caine de la serie de televisión CSI Miami. Un policía entrañable.