Los últimos twitts de la presidente Cristina Kirchner confirman metafóricamente su decisión de permanecer encerrada en sí misma acompañada sólo con su particular prisma de mirar la realidad y las prioridades de la Nación. En poco más de 24 horas arremetió contra los medios opositores que critican “si hablo porque hablo y si no, porque no” y jugó a destilar ironía contra algunos diarios mezclando un inglés socarrón con un “arigató” post visita de los monarcas japoneses. De lo que le molesta hace una profusa manifestación. De la inflación, de la caída de reservas y de las paritarias y cuestiones económicas en general, ni una palabra. Su mundo es el enojo con el infierno ajeno que ella se construye.
No hay dudas de que la primera magistrada ha variado su modo público de ejercer el poder luego de su intervención quirúrgica del pasado mes de octubre. A las diarias conferencias en cuasi cadena oficial en donde podía anunciar desde la recuperación de YPF hasta la admonición al abuelito amarrete que regalaba 100 dólares a su nieto, se le contrapone este estilo de meditado silencio con una aparición hace días luego de 34 jornadas de ausencia de palabra total. Los escasos integrantes del gabinete que hablan del tema con los periodistas (en estricto off, por supuesto) creen que así se sucederán los dos años que restan de mandato. “Al menos, mientras dure la crisis”, explica uno de ellos. Es que en algunos sectores de la casa rosada se reconoce que atravesamos una crisis. No es poco.
Axel Kicillof vive días de magras satisfacciones. Los reclamos le vienen desde afuera de su ministerio pero también desde los escritorios de sus colegas de gobierno. Ni los más optimistas funcionarios se atreven ya a sostener públicamente los anuncios realizados en los últimos diez días. “No se entiende cómo no se pensó en un plan integral. Política monetaria, devaluación, acuerdo de precios y sinceramiento de las mediciones de inflación”, le dijo un importante ministro al presidente de una cámara de electrodomésticos que lo cruzó este miércoles en Balcarce 50. “Evaporamos el efecto shock de confianza en quince minutos”, concluyó el secretario de Estado. Le guste a quien le guste lo que se hizo fue aplicar una receta clásica de la ortodoxia económica. Devaluación, suba de tasas de interés y, como consecuencia, enfriamiento de la economía. ¿Qué kirchnerista que suele enarbolar a los gritos el modelo nacional y popular va a defender que se realice lo que se negó más veces que Pedro a Cristo? Y encima, anunciado con contradicciones (las internas de los ministerios y la jefatura de gabinete son palmarias) y con falta de sincronización.
No caben dudas que hay sectores que desearían ver un irreversible fracaso de este gobierno. Estarían (¿están ya?) dispuestos a jugar a la timba financiera para “intranquilizar” como lo han hecho por décadas. Pero la actual coyuntura de zozobra económica es letra y música de una gestión que no quiso escuchar, que despreció no sólo el disenso sino cualquier aporte de ideas que no fuese acatar con obediencia debida y un pésimo diagnóstico a la hora de cambiar algunas variables del modelo que fueron útiles para salir de la crisis pero no debían ser eternas. La Presidente “twitea” contra títulos periodísticos que la irritan. La realidad del ciudadano de a pie es bien distinta. Nadie de su entorno se atreve a decirle que hubo una fábula de un rey desnudo.
Cada cual en su juego: mientras la crisis económica sigue sin abordaje claro por parte del gobierno, el resto de los actores políticos empieza a jugar sus fichas. Para muchos, el 2015 ya está presente. Daniel Scioli recrea su eterna posición de equilibrista y define la situación como “delicada y sensible” pero no se desmarca del oficialismo de quien espera cosechar, en lo inmediato, la garantía de sustentabilidad económica de su gobierno y, más a futuro, la base electoral del kirchnerismo. Cada vez le cuesta más ese camino. El ministro Florencio Randazzo responderá sin disgusto sobre sus aspiraciones para el año que viene cuando visite esta semana Rosario, en medio de anuncios sobre ferrocarriles. Cuenta en el haber para sus intenciones la permanente gestión en cuestiones útiles para el ciudadano común como documentos o avances concretos en proyectos del área de transporte. Los gobernadores saben que lo mejor es hacer silencio y controlar sus territorios. Si no, que lo diga el misionero Maurice Closs que recurrió al penoso “me sacaron de contexto” para desdecirse de su advertencia sobre situaciones similares al fin del mandato de Raúl Alfonsin.
Del lado de la oposición hay un denominador común: ninguno estuvo en condiciones de ofrecer un plan articulado y aplicable como opción a lo que hace el gobierno. Semejante orfandad de ideas preocupa. ¿Quién de las fuerzas políticas no oficiales estaría hoy en condiciones de gobernar la Argentina?, es la pregunta que una universidad privada le hizo a 850 encuestados de todo el país. El resultado, que se conocerá en pocos días, indica que 6 de cada 10 consultados dijo “ninguno”. Es que algunos gestos de dirigentes con vocación presidencial en tiempos críticos de la economía son insólitos. No alcanza con subirse a un escenario de un teatro marplatense o chapotear en piscinas públicas para demostrar que hay cierta empatía popular. Menos, como tantos otros que residen en Santa Fe, ofrecer silencio y lugares comunes cuando se los consulta sobre tópicos específicos como devaluación o emisión monetaria. De seguridad tampoco puede hablarse mucho en una provincia que tiene en su principal ciudad más de un homicidio por día en el mes de enero que acaba de terminar.
Será febrero un mes clave para saber si la confianza ciudadana admite dejar andar las medidas económicas soltadas por estos días sin eje profundo o si obligará a la presidente a ocuparse menos de twitter y decidir cambios estructurales. De ministros y de ejecución de políticas.