Para los amantes del boxeo fue el Chino Pita, a secas. El nombre Oscar sobraba, y mucho más Pietta, su apellido real. A trompadas se ganó un lugar en el boxeo cuando el deporte convocaba a multitudes en la década del 50. Fue tan popular que hasta le escribieron un tango. Movió multitudes y su muerte, ocurrida el martes pasado, no es capaz de nublar los recuerdos del que fue uno de los máximos ídolos del pugilismo rosarino.
a dos cuadras del Abasto
ahí reside el punto alto
que en el ring es un campeón.
Oscar Pita
dice el público que grita
y que te idolatra ya.
Vocería de amigos y compañeros
que quieren verte ganar.
Las estrofas, que pertenecen al tango "A Oscar Pita" de Angel María Bellia y Francisco Pacino, son casi una síntesis de la vida del Chino.
Nacido en la localidad cordobesa de La Cruz (6 de noviembre de 1933), se crió en Rosario, en Sarmiento entre Pasco y Cochabamba. El destino quiso que fuera cerca del Rosarino Boxing Club, casi su segundo hogar, ubicado en Corrientes ente Pellegrini y Cochamba.
La barra del bar de Sarmiento y Pellegrini fueron sus incondicionales. Llenó estadios, como sucedió varias veces en el ya desaparecido Estadio Norte, donde hoy se encuentra la Galería Norte (Alberdi y Juan José Paso).
Los rasgos de su rostro simplificaron la búsqueda de un apodo propio de todo boxeador. Fue por siempre el Chino.
Como amateur fue campeón argentino en 1948 y participó en los Juegos Olímpicos de Londres de ese año.
Compitió en los primeros Juegos Panamericanos, en Buenos Aires. El Chino sumó una de las tantas medallas doradas para la delegación argentina, en el Luna Park.
A la Catedral del boxeo volvería el 23 de diciembre de 1953 para vencer por puntos al riojano Alfonso Moreno y conquistar el título argentino welter, que había quedado vacante por el retiro de otro rosarino, Amelio Piceda.
Peleó dos veces en Estados Unidos (en la foto de arriba, a la izquierda, antes de viajar), en 1955, y les ganó a Fred Monforte (en Massachusets) y Gene Poirier (en Nueva York).
Con 48 peleas, era imbatible. Pero el 28 de diciembre de 1955 le tocó el mendocino Cirilo Gil. No se sabe quién, pero se puso a disposición un colectivo para ir gratis al Luna Park. Sus amigos vieron como el Chino caía por puntos y comenzaba el final de una de las grandes glorias del boxeo rosarino. Su muerte no es capaz de borrar esos recuerdos.