Como no hay muchos

Qué fácil resulta en este tipo de casos comprometerse con la causa, aferrarse a las fibras más íntimas de la calidez humana, de acompañar ciento por ciento la toma de una decisión. En definitiva es lo que hay que hacer. Desde donde se pueda, hay que hacerle sentir a Guillermo Coria que su determinación, sea la correcta o no, es valedera si su convencimiento es genuino. Ahora, ¿alguien tomó real conciencia de que el Mago ya no paseará más por los courts? Porque... ¿cuántos jugadores hay que muestren las cualidades técnicas que exhibió el rufinense en su corta carrera? Muy poquitos. Y tal vez por eso fue distinto. Distinto no sólo a la hora de pelear un partido, sino en el simple acto de golpear la pelota. Tan simple. Tan contundente.

  No es la idea comparar al Mago con Gaudio, Nalbandian o hasta el propio Vilas. No pasa por ahí la cuestión. Ni de ver cuántos torneos ganó, los que perdió y de qué forma. Todo podría reducirse al gusto que daba (cuesta entender que ya deba hablarse en pasado) verlo renegar, fastidiarse o simplemente sacar un partido adelante.

  Cuando en la final de Copa Davis, en noviembre de 2008, el Mago apareció como uno de los comentaristas de TyC Sports desde este medio se habló de la angustia que provocaba verlo fuera de la cancha, con un micrófono rodeando su cara en lugar de una raqueta en la mano. Cinco meses después el final que se venía anunciando tomó cuerpo y forma.

  Si con esto su cabeza encontrará la tranquilidad que le costó hallar para sortear momentos complicados en su carrera, bienvenido sea. Del lado de las sensaciones sólo hay dos cosas por hacer. Primero: apoyar la decisión y desearle lo mejor a alguien, que, en lo suyo, fue número tres del mundo (para muchos parece una insignificancia), y segundo: simplemente agradecer porque el tenis haya sido alguna vez una conjunción de ilusión y juego. Una especie de magia. l