Era tarde, poco antes de la medianoche, había apagado la computadora para descansar, cuando recibí la noticia por segunda vez en el día, de otro hecho de violencia a mano armada. Este segundo fue peor que el primero, terminó con la muerte de un joven. Sentí un intenso dolor en el pecho y la necesidad imperiosa de aliviarlo con esto que tanto me gusta hacer, escribir. La primera frase que vino a mi mente fue "combatir la violencia". La había escuchado temprano en la mañana, en un programa radial que alertaba sobre el aumento de los índices de violencia en nuestra ciudad y la disputa política de quien se haría jurisdiccionalmente responsable: ¿El municipio, la provincia o la Nación? El problema de la violencia no se resuelve buscando culpables, sino estudiando profundamente el problema y asumiendo cado uno nuestra responsabilidad en su resolución.
Este flagelo de la especie humana tiene muchas facetas, generalmente advertimos violencia en los hechos que más nos asustan, asociados al temor de salir a la calle, ser asaltados, arrebatados, violados y asesinados. Ahora bien, necesitamos reconocer que participamos en una sociedad entramada en la violencia: la descalificación, la intolerancia, la desconfianza, el abandono, el maltrato, el abuso, la discriminación, el desprecio, la exclusión y la crítica nunca constructiva siempre destructiva, son parte de nuestros vínculos cotidianos. Sufrimos y provocamos diversos actos de violencia, que no disparan balas, peor aún gatillan la negación de la otredad. Quizás a esta violencia más "sutil", que la academia ha llamado "simbólica" deberíamos tenerle más temor, ya que opera lenta pero certeramente, corrompiendo la red vincular en la que todos estamos afectados. El biólogo Humberto Maturana señala que todos necesitamos ser mirados, reconocidos, tenidos en cuenta, en definitiva amados. Es en este sentido que negar al otro, se está tornando cada vez más peligroso y violento.
La violencia es el producto de creer de que "el otro no soy yo". De que el otro poco o nada tiene que ver conmigo. Si bien la tradición psicológica, especialmente a la largo del siglo XX ha generado destacadas teorías para distinguir certeramente el yo del tú; también durante dicho siglo hubo un importante despliegue de conocimiento, al que se sumó la física, la biología y la ecología entre muchas otras, que nos condujeron a comprender que vivimos inevitablemente en un mundo tramado por relaciones. De ello resulta, que inevitablemente lo que te pasa a ti, me estará pasando tarde o temprano a mí. Este mundo misteriosamente entrelazado que la cuántica develó, en donde nos podemos identificar como diferentes partículas/individuos, solo encontrará paz y armonía cuando podamos vivir en él, comprendiendo que el individuo es lo indiviso, lo que no se puede dividir. Esto significa que, aunque diversos, ineludiblemente estamos juntos, somos uno, y que lo único que como especie humana nos resta aprender, es cómo vivir siendo nosotros.
Al respecto, conviene preguntarnos ¿Qué sentido tiene "combatir la violencia" cuando no somos capaces de protegernos? ¿Hasta qué punto la emergencia de la primera no es causa y consecuencia de la falta de cuidado que tenemos sobre la vida? La violencia no puede ser combatida, esta estrategia solo producirá más de lo mismo. Necesitamos abandonar en nuestro discurso las metáforas bélicas e ideas de las películas de cowboy que nos entretuvieron cuando niños. Éstas últimas nos dejaron en la ignorancia de la existencia de un mundo de buenos y malos, de los que tienen razón y de los que están equivocados. Ubicarnos y ubicar al otro en alguno de estos extremos es profundamente violento. Estos dualismos que han sido reforzados por nuestro modelo de pensamiento cartesiano y que se encuentran fuertemente arraigados en nuestra práctica político-social, constituyen hoy un grave obstáculo al momento de pensar soluciones inteligentes para los problemas de violencia que viven nuestras sociedades actuales. Francisco Varela, relevante biólogo expresó: "Es inteligente aquel que puede vivir en un mundo compartido".
La violencia solo podrá ser diluida cuando se recobre la protección de la vida. El cuidado de sí mismo y de los otros no se recupera con más control, policías, cámaras de seguridad, alarmas y perímetros electrificados. Los profundos problemas de violencia que tenemos en nuestras sociedades no requieren de soluciones tecnológicas y económicas. La violencia tampoco se diluye con planes sociales, ni con más puestos de trabajo fabriles, donde en muchos casos la velocidad de la línea y la fiebre de la productividad, termina generando más de ésta. Nuestra responsabilidad colectiva es no acrecentarla, avivarla y reproducirla. La violencia se desvanecerá con la re-educación de la afectividad, donde la preservación del vínculo, de la trama que sostiene lo colectivo, esté en el centro y por sobre las ilusas "partes" que aún sueñan la pesadilla de "los unos o los otros".
En la evolución de la afectividad la humanidad aún se encuentra en la edad de piedra. Necesitamos despertar ahora mismo y darnos cuenta que en este sistema social, político y económico, la convivencia y el nosotros no tienen lugar y es esto mismo lo que genera violencia. Ésta es un emergente de una sociedad incoherente que no puede moverse como un todo, así lo expresa el físico David Bohm. Y menos coherente es pretender combatirla. Este problema requiere de un plan mucho más grande, inteligente y sabio. Esto es un fuerte y urgente compromiso con una educación basada en los vínculos donde aprender: el reconocimiento del otro como un legítimo otro, el respeto por las diferencias, la escucha atenta, el hablar cuidadoso. Urge pasar del debate tosco al diálogo generativo, de la competencia a la colaboración, de la jerarquía a la red, del conflicto a la controversia, del poder como control al poder como influencia recíproca, de las instituciones patriarcales a las instituciones centradas en la vida. En síntesis, necesitamos pasar de la sociedad del miedo y el control a la de la confianza y el amor, reconociendo nuestra participación ineludible en esta construcción. La población objetivo prioritaria de este plan no son los jóvenes y niños, somos nosotros los adultos: padres, docentes, investigadores, políticos, funcionarios, empresarios, empleados, ciudadanos todos responsables de la vida colectiva. Sepa el lector que esto no es una simple retórica desiderativa, ni un ingenuo sueño. Se trata de un currículum real y vivido que actualmente estamos desarrollando en organizaciones educativas y laborales, que han decidido producir algo más que conocimientos, bienes y servicios; han resuelto cuidar a las personas que allí trabajan, para que se desenvuelvan de manera afectiva, evolutiva y definitivamente alejadas de la violencia.
Ya ha pasado la medianoche, la escritura me produjo el acostumbrado alivio personal, que ahora deseo poder compartir con los lectores. Ya es un nuevo día, no sé si es temprano, pero tampoco es demasiado tarde para despertar nuestra conciencia a un mundo comprometido con el cuidado de la vida.