—¿Dónde estarán aquellos que ya no están aquí? ¿En qué tiempos, en qué
espacios andarán? Me preguntaba tal cosa, Inocencio, mientras sentado a la orilla del mar observaba
a lo lejos, montado sobre la línea del mágico y misterioso horizonte, a un gran barco que la
lejanía convertía apenas en un punto diminuto. Y me pregunté ello no sólo porque la magia, la gran
distancia que mediaba con aquel navío me recordó a esa balsa con la que el oscuro personaje cruza a
las almas rumbo al Hades, sino porque mientras observaba el lento pero inexorable desplazamiento de
la embarcación, el violín de esa maravillosa melodía de la película "La lista de Schindler", me
invitó a esas reflexiones.
—Estruja el corazón esa música. ¡Pero qué hermosa!
—Imaginé de pronto a esas mujeres entrando en las cámaras de gas, dejando
afuera absortos y atormentados a sus hijos, a sus esposos, a sus seres queridos que, días más
tarde, correrían la misma suerte. Algunos de ellos se salvarían, para tormento eterno de sus
corazones.
—Fue un momento de tristeza el suyo.
—Pensé entonces dónde estaría mi padre, esa abuela que me ayudó en aquella
lejana infancia, aquellas buenas almas que partieron temprano. ¿Cómo hubiera sido mi vida sin esas
ausencias?
—Todo hubiera sido distinto, tal vez muy distinto.
—Desde luego, y como es mi costumbre, pensé en los tripulantes de aquel
lejano barco, mientras el violín de la hermosa pero nostálgica melodía llenaba mi alma ¿Qué
sentiría el marinero imaginado? ¿Extrañaría su tierra natal, sus distantes amados? ¿Qué penas, que
sueños, surcarían el corazón empapado de mar y de tristeza? o ¿qué dichas lo poblarían?
—Siempre romántico e inquisidor usted.
—Más que inquisidor interesado en el caso humano. Porque, Inocencio, muchas
veces aún estando cerca no nos interesamos por el devenir del otro y, por tanto, nos alejamos de
ellos para luego sufrir las consecuencias.
—Es cierto.
—Amigo, si cada ser humano se preocupara y ocupara por el presente y el
futuro de las demás criaturas, la vida no resultaría en ocasiones tan fatigosa. Recuerdo que hace
muchos años un anciano me recomendó: "Ocúpate de tu vida, pero no descuides la del que tienes al
lado, porque su destino está ligado al tuyo". Durante bastante tiempo descuidé ese consejo, lo
confieso. Más un buen día algo sucedió y despertó aquellas cosas que duermen siempre en el corazón
del hombre. No es, claro,que me convirtiera en un ser luminoso, sólo que descubrí que la luz
existe.
—No es poco.
—Así es que hoy, mientras escucho ese violín desgarrador, me pregunto qué
será de aquellos que no están junto a mí, qué de aquellos que van pasando allá a lo lejos. Bueno,
estoy convencido de que una ola de paz se cierne sobre ellos al sentir que los recuerdo con mi
mejores deseos. Porque los sentimientos, aunque no se expresen, llegan hasta los otros
corazones.
Candi II
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