—Y otra vez alguien ha golpeado a mi puerta y dejó varios escritos. Fue un día bien temprano. Entre tales palabras, que bien he leído, legó una carta de una joven.
Por Candi II
—Y otra vez alguien ha golpeado a mi puerta y dejó varios escritos. Fue un día bien temprano. Entre tales palabras, que bien he leído, legó una carta de una joven.
—¿No me diga? Qué suerte es tener buena relación con los jóvenes.
—Ella es una joven de 91 años y se llama Amanda Elena Bustos. Voy a leer su carta que es muy, pero muy interesante: "El domingo 6 de enero de 2007, a seis días de cumplir mis noventa y un años de vida, los tres reyes magos me dejaron un regalo. En la imperdible columna de contratapa del diario La Capital. Candi e Inocencio nos muestran a sentir y vivir la vida, a amarla y honrarla y descubrir que aún en la oscuridad Dios nos tiende un puente que nos permite cruzar y ver la luz".
—Muchas gracias por esas palabras, pero siga leyendo la carta Candi.
—Lo que sigue es muy hermoso y tiene un significado muy grande: "Yo soy la luz, y no me miras./Yo soy el camino y no me sigues./Yo soy la verdad y no me crees./Yo soy la vida y no me buscas./Yo soy el maestro y no me conoces./Yo soy tu amigo y no me amas./Yo soy el Señor y no me obedeces./Yo soy el agua viva y no me bebes./Yo soy la paz y no me quieres./Yo soy tu Dios y no me rezas./Yo soy el puente y no me cruzas./ Si eres desdichado?no me culpes". ¿Qué le ha parecido, Inocencio, estas reflexiones de la chica de 91?
—¡Hermosas! Diré algo, Candi, a propósito de la edad de la señora que escribió estas palabras. A menudo en esta sociedad tendemos a apartar a los seres mayores señalando que han cumplido su ciclo y que deben retirarse, que deben dejar el espacio a la fuerza y vitalidad de los jóvenes o de los que aún están preparados para la ardua lucha de la vida. En otras palabras, que se les suele correr a los mayores dejándolos en un costado del camino. Son pocos los que comprenden que el alma no tiene edad y que la experiencia y la sabiduría de una persona mayor son inestimables y en ocasiones imprescindibles y que todo ser humano, hasta el último instante de su vida, tiene un rol que cumplir. Ahora quisiera su breve reflexión sobre el contenido de las palabras de Amanda Elena.
—"Yo soy el puente y no me cruzas". Me ha gustado mucho eso, muchísimo. Muchas veces preferimos quedarnos de este lado de la vida. El lado de la angustia, de la soledad, del resentimiento, de la falsa gloria, de la acumulación de bienes materiales. Este lado donde los sentidos disfrutan por momentos y en donde el corazón, más tarde o más temprano, queda abatido o derrotado. Este lado donde los miedos, el sentirse inferior o superior (porque los dos sentimientos son nefastos), la envidia, los celos y la violencia física o moral hiere y mata. Estamos atrapados aquí, maravillados o maniatados por imágenes inconsistentes que apenas son reflejo de la vacuidad. Cruzar el puente nos parece ridículo. A veces se supone atentatorio contra nuestro bien. Cruzar el puente, Amanda (usted seguramente lo sabrá) supone el valor, el coraje, la fe determinante y atreverse. No es fácil, para el apegado a las cosas del mundo, pasar al otro lado. Mas los sabios y los que han llegado saben que allí está la verdad.
Candi II
Por Claudio Berón