Parece una pequeñez detenerse en la manera que jugó Central en Tucumán cuando el
rédito matemático que logró fue lo máximo a lo que aspira cualquier equipo. Tampoco vale la pena
profundizar en el estilo que ya le imprimió Merlo a un grupo de jugadores que hace más de un mes
estaban para ser crucificados en el Monumento a la Bandera. Sobre todo porque este mismo plantel
que hoy colecciona victorias sin merecerlas es el mismo que se había acostumbrado a perder en el
ciclo de Alfaro. En definitiva, todo es pura cháchara porque lo único que realmente cuenta en la
circunstancia canalla es sacar la cabeza del precipicio.
Planteada la cosa en estos términos, se impone hundir el
bisturí del análisis en lo que tiene el equipo y no en lo que le falta. Para qué modificar algo que
hasta ahora funciona a la perfección en la tabla de los promedios.
Precisamente el primer gran cambio que experimentó Central
fueron los resultados. Porque de la misma forma que en el proceso anterior hacía beneficencia hasta
con sus sombras, ahora los gana sin patear al arco, como ocurrió el domingo ante San Martín en La
Ciudadela.
Es evidente el golpe de efecto que causó Merlo. No es obra
de la providencia que esa buena estrella coincida con la llegada de Mostaza. Sin dudas, Central
tiene a un entrenador que calza como un guante para afrontar la coyuntura de la promoción y el
descenso. Su mérito fue concientizar al equipo de que no es necesario ser un derroche de virtudes
para alcanzar el objetivo. El técnico llegó con un libreto archiconocido y en poco tiempo armó un
equipo rocoso, que se transformó en un incordio de rival para cualquiera. Lo demostró en la
victoria ante San Lorenzo, en la goleada frente a Arsenal, en la forma que sacó adelante el
encuentro contra Vélez y ni hablar frente a los tucumanos.
Merlo levantó las cenizas y diseñó una formación hermética.
Que responde a las coordenadas de una idea y luce convencida de que el mensaje es el indicado para
el momento. Por eso a Central no se le caen los anillos a la hora de proponer un partido. De hecho,
nunca lleva las riendas del trámite. Ni cuando juega en el Gigante. Aunque a la larga dispone de lo
más preciado que son los resultados. Es la envidia de los equipos que luchan por evitar el
calvario. Racing, Gimnasia (LP), Gimnasia de Jujuy, San Martín, Banfield y Godoy Cruz seguramente
juegan mejor que Central, pero en los últimos cuatro partidos no lograron 10 puntos.
Seguro y cómodo. Daría la impresión de que a este Central tampoco le interesa
demasiado amoldarse a otra manera de jugar. Ya automatizó un estilo y se siente cada vez más cómodo
con ese ropaje. Por eso cualquier retoque que sufre la estructura táctica no desemboca en una
modificación de fondo.
Encima, el equipo demostró que sabe convivir con el
sufrimiento con una naturalidad asombrosa. No pierde los estribos ni siquiera cuando lo zamarrean.
Es más, parece sentirse muy a gusto en esa postura de agazapado.
Se viene una seguidilla titánica de cinco partidos
cruciales que tiene como estación final el clásico ante Newell’s en el Gigante de
Arroyito.
No parece un paredón al que Central no pueda derribar. Al contrario.
Racing, Gimnasia (LP), Boca, los jujeños y el propio Newell’s ya tomaron debida nota de lo
que les espera. Un rival al que podrán dominar en el desarrollo, pero que siempre se las arregla
para quedarse con la última palabra.