Durante su primer ciclo en Central una vez Miguel Angel Russo se enojó tanto por la sucesión de errores incomprensibles que cometía su equipo y que terminaban en derrotas que disparó "esto no es para boludos". Pasaron los años, frases similares fueron pronunciadas por otros técnicos y jugadores, y así la oración mantuvo vigencia. Claro que periodísticamente no es una definición académica, razón por la cual bien podría decirse que el actual Central de Russo es al menos un equipo ingenuo. Aunque como certeramente enseñó el Negro Fontanarrosa, "boludos" no es una mala palabra y en su pronunciación transmite mucho mejor el concepto que la palabra "ingenuos". Por lo que para no herir susceptibilidades bien podría afirmarse que algunos jugadores ingenuos cometen errores boludos. Y así dejar allanado el camino para un futuro mejor.
Es que transcurrieron siete fechas y Central aún no decodificó que volvió a la primera división. Aunque su torneo sea de 38 fechas, debe conformar un equipo a la brevedad, porque hasta ahora exhibió una precariedad no sólo técnica sino también actitudinal. Y lo más preocupante es que Russo, en su afán por intentar corregir la ausencia de un patrón de juego, también dejó al descubierto que el remedio no sólo no resuelve el cuadro sino que lo agrava, porque a las derrotas le sumó desorientación. Y lo que es peor, preocupantes vestigios de resignación que se hicieron evidentes tras el segundo gol de Tigre.
El técnico jamás enviará a la hoguera a alguno de sus dirigidos para maquillar la crisis. Se pondrá al frente del temporal y defenderá a sus jugadores. Elegirá declaraciones vacías de contenido para exhibir una autocrítica, pero en su interior sabrá que aquella frase que alguna vez pronunció en este presente adquiere significación para definir a este boceto de equipo irresoluto que deambula sin destino cierto.
Por supuesto que Russo es el primer responsable de este momento, que ya no sólo debe ocuparlo sino también preocuparlo. El entrenador aún no pudo hacer funcionar la zona de volantes, allí donde debe instalarse la usina futbolística. Porque sin enganche debe conformarse un doble cinco en el que deben contener y manejar los tiempos, eligiendo la pausa y la aceleración en los momentos oportunos, lateralizando para los volantes externos o metiendo pases entrelíneas para los delanteros, retrocediendo ordenado junto al resto y siendo profundo en posición ofensiva.
Pero Central aún no lo logró. Ni contener ni contar con el intérprete necesario para manejar los tiempos del partido. Arrancó con Carrizo. No funcionó. Probó con Pol Fernández y no cambió. Puso a Matías Ballini para tratar de ser menos vulnerable y tampoco resultó. Pero siempre estuvo Nery Domínguez, y allí radica parte del problema, porque no tiene reemplazante y es quien no juega como se espera. Tal vez su período de adaptación a la primera división no se produjo aún y esto hizo colapsar lo poco y rentable que mostró el equipo en su camino de regreso a la categoría.
Y en esa búsqueda se fue deteriorando colectiva e individualmente. Porque hasta aquellos que asomaban como pilotos de tormentas terminaron arrastrados junto al resto. Paulo Ferrari apareció en la foto de la mayoría de los goles rivales. Los zagueros centrales quedaron expuestos en su lentitud. Encina y Lagos ya no tuvieron su impronta por los costados. Y es una lógica consecuencia que sin juego, ni orden ni actitud los delanteros puedan gravitar. Y para colmo los rivales llegan al gol con la comodidad del fair play canalla, en otra muestra de exasperante ingenuidad.
En tiempos de cólera es habitual que aparezcan vendedores de tempestades, pero si se repasan los planteles en pugna podrá comprobarse que el Canalla integra el lote de un grupo de equipos que están en condiciones de dar batalla, claro que para ello es fundamental una organización futbolística sustentada en los aspectos tácticos, técnicos, físicos y anímicos, varios que deben ser reparados para así poner en pista a este Central que se está acostumbrando a estar en boxes. El reto es perder ingenuidad y corregir los errores boludos, y así evitar que los adjetivos se inviertan.