No hizo bien los deberes. Y tuvo que conformarse con un empate con sabor a poco. La obligación de Central era ganar. Y se falló a sí mismo. De nada sirve lamentar que erró un penal justo cuando era momento de sepultar a Tigre. El fútbol es para vivos. Y el Canalla, una vez más, no lo fue. Como consuelo le queda que cortó una serie de tres cachetazos en serie. No obstante, los dos puntos dejados en el camino anoche le abrieron un poco más la herida del orgullo.
La primera acción de enojo auriazul fue a los escasos 40 segundos. Lazo trepó y mandó un centro envenenado, pero Luna llegó tarde y por eso todo quedó en buenas intenciones. Se percibía en cada uno de los rincones que la necesidad apremiaba por Arroyito y por eso el equipo se veía obligado a atacar en pos de bajar las pulsaciones de la ansiedad que dominaba a todas las almas.
Y así fue que en el primer cuarto de hora el Gigante casi explota de felicidad. Ferrari sacó un gran remate que hizo lucir con esfuerzo a Javier García cuando la pelota pedía permiso para entrar por sobre el uno de Tigre.
Central insinuaba y amagaba con ponerse el traje de protagonista. Principalmente porque Carrizo y Méndez estaban activos. Luna ofrecía su corazón aguerrido. Ferrari marcaba los tiempos, pese a su improvisado rol de lateral izquierdo. Había cierto orden en los anfitriones que hacía presagiar un cierre positivo desde lo emocional en la noche rosarina.
Pero el equipo de Russo exhibía una gran falencia. No lograba meter la estocada final. Esa que es indispensable para gritar ganador. A ese cuadro de situación hay que agregarle que con el devenir de los minutos el encuentro se fue haciendo chato y poco atractivo. Lo único que hizo desperezar y esperanzar a los hinchas fue una jugada con sabor a penal de Vesco a Luna.
Inclusive hasta los que habían salido con las luces encendidas se apagaron sin previo aviso. Y por eso todos se fueron al descanso dejando una imagen con sabor a poco desde lo global.
Central fallaba en su lectura de juego. Chocaba contra su propia voluntad. No ingeniaba ni lograba coordinar sus líneas por impericia de sus hombres, quienes parecían haber perdido por completo la brújula. Sólo era un puñado de voluntad empujado por la vergüenza de no saber cómo arrodillar al limitado Tigre.
Si embargo, el fútbol es imprevisible. Todo puede suceder de un segundo a otro. Y fue así que a los 18’ Carrizo dibujó una diablura por izquierda y metió un gran cambio de frente para Lazo. El Melli sacó un centro como si fuera un lateral brasileño al corazón del área y Ferrari hizo lo que no podían los delanteros: meterse entre los centrales con guapeza. El Loncho metió un cabezazo seco de puro atrevido nomás y abrió la cuenta. Al local no le sobraba nada. Pero ganaba.
Y mientras aún perduraba el festejo en varios puntos del Gigante casi llega el segundo. Godoy bajó a Acuña y el árbitro Herrera cobró penal. Abreu metió el zurdazo, pero García le adivinó la punta y por eso el lamento fue gigante.
Luego de un lapso para el olvido, ya que ambos mostraban poco y nada, sobre el cierre llegó lo que nadie quería. El gol de Tigre. Ese gol de Vitti, quien se formó en la cantera canalla y por eso no lo gritó, aunque igual recibió un par de insultos y varios silbidos. Justo cerca del cierre, casi sin tiempo de nada.
Y si Central empató fue porque no supo cómo hacer para ganar. Si se lo analiza desde el punto de vista que cortó una serie de tres derrotas al hilo, entonces el punto le sirve. Pero a la hora de ver el rival y encima que necesitaba vencer, el punto fue de castigo.