El fútbol suele guiarse por los resultados. Desde ese punto de vista cabría la lectura de que un triunfo y una derrota en los dos partidos disputados en lo que va del torneo estaría dentro de los parámetros normales. El tema para Central es cuando el análisis se torna un poco más fino, cuando se pone en la balanza todo lo que rodea al funcionamiento colectivo, que es ni más ni menos que la plataforma a partir de la cual puede, y debe, abarcarse todo con una mirada que incluya las minucias. Desde ese costado es donde el análisis comienza a ubicar más cosas del lado del debe que del haber. Es que hasta aquí el Canalla funcionó a un cuarto de máquina (se excluye el choque por Copa Argentina, ver aparte), con un mal primer tiempo y un complemento con una cara un poco mejorada ante Quilmes, y con un 90 minutos decididamente malos en lo que fue su segunda presentación, en el Monumental. Casualidad o no, en esos tiempos mal jugados, en todos le convirtieron.
Cuando se habla de regularidad se hace referencia a ese ideal que todo equipo busca y a partir del cual su puede tejer el anhelo de protagonismo. Central viene con un rendimiento regular, pero mostrando un nivel de bajo vuelo futbolístico. Y eso es lo que, seguramente, más preocupa al cuerpo técnico.
Lo del debut contra Quilmes tuvo dos caras. Una preocupante, la del primer tiempo, y otra que terminó de conformar más por el lado del resultado que por el juego en sí. Porque a nadie escapa que la ventaja de dos goles sobre el cervecero fue más producto del temperamento que de la fluidez del juego como verdadero sostén. Es que nadie escapa a la realidad de que, aún con sus limitaciones, Quilmes tuvo todo para meter un golpe de nocaut antes de la arremetida canalla.
Lo destacó Russo ni bien terminó ese encuentro, en el Gigante. "Cuando Central encuentra el ritmo es un equipo difícil de contener", en clara alusión a los inconvenientes que habían tenido en los primeros 45 minutos, donde, según su criterio, fue muy cortado. Más allá de eso, las falencias quedaron expuestas, amén de la remontada en la parte final.
Por lo demás, el recuerdo está aún demasiado fresco. Las imágenes del choque en el Monumental todavía repiquetean en ese ánimo, aún de descontento. Pero el asterisco hay que ponerlo donde merece ser puesto. Que es en lo que fue otro mal funcionamiento, aunque en esta ocasión, de principio a fin, donde ni siquiera las variantes de nombres y también de posicionamientos lograron aplacar esa tremenda supremacía que River le refregó en la cara.
Puede acudirse al atenuante de que la historia en el torneo recién comienza, que el equipo está todavía en tiempo de formación, más allá de que la base se mantuvo y que fueron pocas las caras nuevas que llegaron. Y es atendible. Pero de la misma forma no puede obviarse las dificultades que hasta aquí marcharon de la mano junto al equipo.
Desde estas páginas se hizo hincapié ya más de una vez (desde que comenzó el campeonato) que los mayores inconvenientes están en la zona del mediocampo, que, por ahora, no oficia de primer dique de contención y que tampoco ha logrado transformase en el motor del juego ofensivo. Pero eso parece sólo una parte de la historia.
"Creo que fue el peor partido del ciclo", tiró Russo en el vestuario de River. "No nos gusta jugar así", argumentó Paulo Ferrari. "Tuvimos problemas en todas las líneas", se sinceró Alejandro Donatti. Y como esas, aparecen otras muchas frases que pintan lo que hoy es un cuadro de situación para atender.
Se insiste, se podría intentar un desvío de la atención si el triunfo con Quilmes se analiza pura y exclusivamente desde el resultado. Porque hubo otra parte de una historia que, sumado a lo ocurrido días atrás en el Monumental, intranquiliza. Y esa historia es la de un equipo que, se presume, tiene argumentos para mejorar, pero que hasta aquí parece haber funcionado a un cuarto de máquina.