A esta altura cuesta ponerle palabras, con la exactitud necesaria como si se tratara de una ecuación matemática, a lo que es la campaña de Rosario Central. Puede que el torneo Final decante para que el balance tome cuerpo y forma. Como debe ser. Sí hay algunos datos elocuentes. Uno de ellos es la incapacidad que mostró el equipo frente a determinadas situaciones. No límites, pero sí que pudieron marcar un mojón en esto de las aspiraciones a más. En todas quedaron materias pendientes. No aprobadas. Es cierto que esas situaciones límites también pueden incluir lo que fue, por ejemplo, el clásico del torneo Inicial (superado con creces), el partido contra Boca en el Final, que hizo despegar al equipo de una manera elocuente de cara a la consolidación en primera, y ni hablar de lo realizado otra vez contra Newell's, esta vez en el Coloso. Pero al equipo siempre le faltó algo para dar el salto de calidad y aspirar a ser candidato.
Hoy el embrollo de emociones es tal que se admite el conformismo por estar a sólo un punto de alcanzar la línea de los 50 puntos, lo que siempre fue el gran objetivo del grupo. De la misma forma se entiende que pueda existir cierto fastidio por flaquear cuando la mesa estaba servida para degustar un plato mucho más tentador que el de la permanencia.
Un paso que no puede dejar de cumplirse es reconocer el temple que mostró el equipo para cumplir con el objetivo propuesto. Pero ir por metas más superadoras no deja de ser una cuenta pendiente.
Por supuesto que el recuerdo más cercano, del que todos hoy aún están hablando, tiene que ver con lo acontecido hace unos pocos días en la cancha de Vélez. Y es el que más crudeza carga. Porque no se trató sólo de una derrota que le impidió al equipo seguir prendido en la pelea por el título y apuntalar su sueño de clasificar a la Copa Sudamericana, sino que ese intento fallido contó con el agravante de una puesta en escena tentadora para quien esté dispuesto a mostrar un mínimo de ensañamiento.
Russo se tomó un par de segundos para pensar si había sido lo peor de Central en el torneo. Contestó de manera ambigua, aduciendo que hubo otros partidos flojos y que le generaron el mismo grado de preocupación. Tal vez haya sido una respuesta para aliviar la angustia del momento. Pero el resultado habla por sí solo. Lo que ocurrió en Liniers fue lapidario. Irremontable desde la dialéctica.
No perdiendo de vista nunca cuál era el objetivo a cumplir, Central tuvo su primer episodio de endeblez cuando viajó a Mendoza, en la cuarta fecha, donde si ganaba se convertiría en el único líder del campeonato. También perdió por tres goles, más allá de que la imagen haya sido apenas más conformista. Se trató de hacer borrón y cuenta nueva, pero el mal paso ya estaba consumado.
No tuvo el mismo nivel de adrenalina por parte de los hinchas, pero a los cinco días llegó el encuentro contra Colón en el Gigante de Arroyito, cuando los tres puntos lo hubieran puesto nuevamente allá arriba, atendiendo también a que el Tomba ya había jugado y que Estudiantes y San Lorenzo lo hacían al día siguiente.
Esos dos partidos fueron el inicio de una seguidilla de malos resultados, hasta que llegó la levantada en un momento crucial y otra vez la chance de medirse el traje de protagonista.
Entonado por la gran victoria en el clásico, el triunfo contra Belgrano lo iba a catapultar otra vez a la punta, aunque de manera transitoria, claro, ya que había que esperar los resultados de San Lorenzo, Estudiantes y Colón.
¿Qué pasó? Nuevo paso en falso. Que no significó un blanco de enormes críticas precisamente porque no se perdió, pero sobre todo por esa adrenalina positiva que venía de arrastre por lo hecho en el Coloso. Segunda chance desperdiciada pese a que se mantenía en la pelea.
Estudiantes fue el cuarto episodio. Al Gigante llegaba uno de los líderes (el otro era Colón), con una diferencia de tres puntos, por lo que una victoria hubiera significado, otra vez, meterse en el vestidor y elegir un frac para ponerse. Claro, la categoría del rival, y hasta el trámite mismo del partido (flaco por parte de Central), hizo que ese empate sin goles en cierta forma se terminara ponderando. No obstante, la sensación de que se había dejado pasar una nueva oportunidad no hay quién pueda refutarla.
Y después lo ya expresado en cancha de Vélez. Que decididamente sacó al equipo de la pelea por el título, pero lo dejó en stand by en lo que tiene que ver con la clasificación a la Sudamericana.
Las superaciones en momentos complejos, cuando las rachas de resultados adversos hacían de las suyas, también existieron. Y son irrefutables. Tan irrefutables como los 49 puntos hasta aquí obtenidos y que son la base de una campaña a la que muchos le hubieran puesto la firma allá por agosto de 2013, cuando el retorno a primera división tenía como meta no caer nuevamente en la degradación futbolística que significó la estadía de tres años en la B Nacional.
Todo forma parte de esas sensaciones enmarañadas, cruzadas y hasta contradictorias sobre un equipo que hasta aquí cumplió con lo propuesto (todavía tiene tiempo de superarlo por un amplio margen), pero al que le faltó la cuota de rebeldía e inteligencia para probarse un traje que, a la vista de las experiencias vividas, todavía no le calza a medida.