Ismael Serrano tira frases que parecen sacadas de un libro de citas. Pero claro, lejos está de esos aforismos edulcorados, lo suyo está en la metáfora, en el mensaje social. Y aquí, en este nuevo disco “La llamada”, le suma a su palabra la intención de convocar voluntades, y lo hace desde el ritmo, y también desde la celebración. “El presente es un regalo, por eso tiene ese nombre”, dijo el músico español que hoy, a las 21.30, se presenta con su grupo en el teatro El Círculo (Laprida y Mendoza).
Serrano desmenuza las principales canciones de “La llamada” en diálogo con Escenario. Y al hablar de ellas evocará a sus referentes, contará cómo es llegar a los 40 años, dirá lo poco que sabe de la vida, a la que considera como un eterno interrogante. Y ayudará a entender, fiel a su metáfora, que si el presente es un regalo, sus nuevas canciones vienen con moño y todo.
—Sí, creo que sí, es una vuelta de tuerca a lo que venía haciendo, es un disco que desde sus orígenes está hecho de manera diferente. Por lo general, a la hora de enfrentarme a las canciones, yo parto de la melodía y la armonía, y ahora quería partir más del ritmo. Pero compuse desde el ritmo acudiendo a la tradición latinoamericana, de la música sobre todo, porque hay alguna guiños al folk irlandés y demás, pero fundamentalmente a la música de este lado del océano, y en ese sentido es un disco con una contundencia y profundidad mayor, y esto hace que sea un disco más rotundo.
—¿A qué te referís cuando hablás de ritmo con tradición latinoamericana?
—Simplemente que quería componer desde el ritmo y acudí a la tradición que siento más cercana, como parte de mi patrimonio. Y por otro lado que es probablemente la más rica rítmicamente, porque confluyen los ritmos de España, del otro lado del océano, los anglosajones, los africanos, de los pueblos originarios, que dan lugar a la bachata, al candombe, al son, esa mezcla tan plural. Y acudí a eso para darle la contundencia necesaria al mensaje.
—¿Por qué surge “La llamada”?
—Porque creo que en España estamos viviendo un momento de cierta urgencia, donde es necesario hacer una llamada para generar espacios de encuentro para alcanzar las complicidades y las fuerzas necesarias para cambiar las cosas. Creo que todas las canciones de este disco tienen esa vocación, la de convocatoria, y también una vocación de celebración, aunque estamos en una realidad difícil. La llamada que da título al disco habla de la precariedad en la que vive mucha gente, la precariedad laboral y demás. Pero también de los vínculos entre unos y otros, como en la canción “La llamada” cuando dice “la tristeza si es compartida se vuelve rabia que cambia vida”, me refiero a un motor de cambio. Cuando se comparte en lo estético los sentimientos uno acaba recuperando la conciencia en lo que respecta a su capacidad para influir en la realidad, recupera capacidad de influencia y yo creo que en ese sentido estamos viviendo un momento único en España.
—¿Ese momento único que decís en qué se manifiesta concretamente?
—Hay un cierto sentimiento de oportunidad en el ambiente, esta es una oportunidad para cambiar las cosas, para avanzar en el desarrollo de la democracia, en el momento político que nos toca vivir. Quizá también tenga que ver con un momento personal, a mis 40 años, una etapa de transición, de paternidad, y eso es muy ilusionante e imprime un carácter de celebración. Para este disco me acordé mucho de las llamadas del carnaval uruguayo, que tienen ese mismo carácter de convocatoria, eso de “salgan de sus casas, vénganse a la fiesta”. Las canciones tienen ese carácter de celebración, irreverente y contestatario, que creo que es más necesario que nunca, y hecho siempre desde el compromiso.
—En el primer tema del disco decís “Apenas sé nada de la vida” y en el cierre, con “La llamada”, afirmás que “la vida fue un ensayo hasta ahora”. ¿Qué mensaje sobre la vida querés transmitir con estas canciones?
—Al decir “la vida fue un ensayo hasta ahora” tiene que ver con esa sensación de oportunidad que tenemos que tener siempre en nuestra vida. El presente es un regalo, por eso tiene ese nombre. Es un regalo y como tal tenemos que asumir la responsabilidad que nos toca este reto, y entender la vida como un reto que nos tiene que impulsar a huir de la resignación. “La llamada”, fundamentalmente, es una llamada a huir de la resignación, y la vida ha de consistir en eso. En lo referente a “Apenas sé nada de la vida” habla de huir de los dogmas, de las respuestas ya dadas, ir a las preguntas, buscar el eterno interrogante, “el que siempre gana nada sabe de la vida”, dice la canción. Todo nos deja una enseñanza, nunca dejamos de aprender cosas. A mis 40 años, cuando pienso en el legado que le puedo dar a mi hija, ahí me doy cuenta que uno apenas sabe nada de la vida. La vida es un eterno interrogante, y lejos de ser una frustración es un motor de vida. Más vale tener siempre una pregunta en la cabeza que una respuesta rotunda y contundente, por eso digo que hay que huir de los dogmas y de las respuestas dadas para buscar las propias.
—¿Aunque los cambios sociales tardan en llegar, es una misión como artista cantarle a la rebeldía y convocar a la unión para un mundo mejor?
—No solamente eso, porque de lo contrario nos instalamos en el lamento. La tristeza desde el punto de vista estético es muy atractiva y sobre todo la pose de perdedor. A veces el cantautor se instala en esa pose de derrota permanente, porque es verdad que la música tiene esa capacidad de rescatar belleza entre el escombro, de rescatar del olvido ciertas cosas, de retratar esa ética del fracasado. Decía Mario Benedetti “hay una dignidad que el vencedor nunca podrá conocer”. Bueno, pues quizá ahí, y sólo ahí, Benedetti se equivocó. A ver si podemos levantar la mirada y huir un poquito de esa profecía autocumplida, de “nunca vamos a cambiar las cosas”, la repetimos tanto que al final lo asumimos como una ley casi científica, como si hubiera un determinismo que nos obligara a asumir el fracaso como algo ineludible, y creo que nos tenemos que despojar un poco de esa actitud.
—Citaste a Benedetti, pero en este trabajo también le rendís homenaje a una galería de personajes que va desde Serrat, Silvio Rodríguez y Sabina al comandante Marcos, Kundera y Kurt Cobain. ¿Todos de algún modo marcaron tu vida?
—Sí, es rendirles homenaje y también tratar de situarme. Una forma de rendirles homenaje es alejarse un poquito de esas referencias. No hace mucho leía una frase de Jimi Hendrix, que decía: “Hay gente que me admira tanto y que me imita tan bien, que hasta imita mis propios errores en los punteos”. Y creo que a veces nos pasa eso, y es que admiramos tanto a ciertos héroes literarios o históricos, que a veces repetimos sus mismos errores, porque los engrandecemos. El mejor homenaje es relativizar sus figuras, tenerlas como referencias claras, respetarlas, adorarlas, pero tratando de hacer tu propio camino y distanciándose un poquito de ellos, de alguna manera. Yo creo en el respeto a las tradiciones y a los referentes, siempre me ha jodido mucho esa pose posmodernista que pretende romper con todo eso. Yo no, yo reivindico sus figuras, pero también soy consciente de que tenemos que trazar un camino propio.
—Al igual que en toda su discografía, siempre le cantás al amor además de tu permanente mensaje social ¿Cómo hacés para no caer en un lugar de romanticismo excelso?
—Bueno, no lo sé, trato de ser honesto cuando le canto también al amor. Hay una postura ideológica también cuando se le canta al amor. Es muy difícil no ponerse cursi cuando uno hace ciertas declaraciones de amor en la música. El reto es este, es ser honesto y capaz de poner el corazón y darle un vuelo poético y retratar esa épica que hay en toda historia de amor, que convierte cada batalla doméstica en una batalla casi definitiva e histórica, y tratar de darle una dimensión poética de la que no siempre somos capaces. Yo creo que el amor tiene esa capacidad, de sacar la mejor versión de uno mismo, el resto es ser capaz de trasladar eso a una canción.