A medio camino entre la utopía y el voluntarismo, el medio siglo de Brasilia
—la capital más soñada y planificada del mundo— encontró a Brasil en un momento de
consolidación mundial como una de las potencias económicas y demográficas más relevantes del siglo
XXI. Con dos millones y medio de habitantes, la ciudad gestada en los años 50 bajo el impulso
modernista del presidente Juscelino Kubitschek es hoy patrimonio de la humanidad de la Unesco y uno
de los símbolos más fuertes de Latinoamérica de lo que puede dar la unión entre arte y
política.
La ciudad fue construida en un contexto de auge económico y nació a la luz de
las ideas del Instituto Superior de Estudios Brasileños, que imponía un camino según el cual la
cultura era “el futuro, lo no hecho, el edificio a construir”.
Kubitschek supo y pudo transformar lo era catalogado como un delirio
megalomaníaco en la utopía de una nación, porque la construcción de Brasilia era presentada como la
reconstrucción de Brasil. Admirada por su planificación urbana y criticada por su falta de alma, la
capital es la demostración material de la construcción de un sueño colectivo a gran escala.
Trasladar la ciudad capital fue parte de los sueños fundantes de muchos y
variados presidentes latinoamericanos a lo largo de la historia. Desde el mismo momento en que
proclamó su independencia de la metrópolis portuguesa en 1822, sucesivos gobiernos brasileños
coquetearon con la idea de refundar el país sobre bases nuevas y autónomas que lograran
desprenderse de la herencia colonial. Una ciudad nueva para un nuevo poder nacional: parecía ser un
paso histórico necesario para borrar el legado colonial, reforzar los destinos soberanos y encarar
un nuevo proceso de desarrollo económico.
Tras la proclamación de la república, ese proyecto se plasmó en un artículo de
la Constitución de 1891 que preveía la creación de un Distrito Federal en el Estado de Goiás, en el
Planalto Central. Sin embargo, recién en 1953, bien avanzado el siglo XX, el presidente Getúlio
Vargas nombró una Comisión de Ubicación de la Nueva Capital Federal con el objetivo declarado de
elegir el lugar indicado.
La concreción de la obra llegó de la mano de Juscelino Kubitschek, tal vez junto
con Lula da Silva el mandatario más carismático y popular de la historia contemporánea brasileña.
El fue el encargado de llevar a cabo el proyecto a partir del año 1956, bajo un tiempo récord de
cinco años. En 1956 el Congreso aprobó el proyecto de ley que autorizaba la construcción de la
nueva ciudad, y fue el propio presidente quien invitó al arquitecto Oscar Niemeyer a ser el creador
de los edificios gubernamentales. Por sugerencia del propio Niemeyer, se abrió un concurso nacional
para la elaboración del plan piloto, ganado por unanimidad por el arquitecto y urbanista Lucio
Costa.
Planificación y progreso
Brasilia, inaugurada el 21 de abril de 1960, es una experiencia única en el
ámbito de la arquitectura moderna mundial. Fue pensada de cero para trasladar el poder político y
administrativo al centro del país, como una ciudad más luminosa y funcional. El esqueleto de la
ciudad se diseñó en torno a dos ejes perpendiculares, uno consagrado al poder público y
administrativo, el otro a la vida particular. La circulación está asegurada por un sistema de
calles que evita los cruces y separa el tráfico por categorías. Según Costa, el dibujo de la ciudad
“nació de un gesto primario de quien señala un sitio o de él toma posesión: dos ejes que se
cruzan en ángulo recto, es decir, la propia señal de la cruz”.
Oscar Niemeyer calificó la construcción de la ciudad como “un momento de
entusiasmo y de optimismo” que hizo mucho bien a toda la nación brasileña. “Hablo con
entusiasmo pero no por mi trabajo ni por lo que lo hice, que fue como siempre sobre un tablero de
dibujo. No obstante construir una ciudad, sus plazas y sus calles, fue algo fantástico. Le dio una
idea al pueblo brasileño de que podía lograr lo que se propusiera”, dijo Niemeyer.
Manchas posmodernas
A pesar de su cuidada planificación, o tal vez a causa de eso mismo, Brasilia no
pudo escaparse de algunas de las tendencias que abrazaron a casi todas las ciudades a lo largo del
siglo XX. Así, el crecimiento poblacional fue muy superior a los cálculos y las estimaciones de
Niemeyer y Costa, lo que terminó con la construcción de pequeñas ciudades-satélite en muchos casos
pauperizadas y marginales. “Brasilia fue un momento maravilloso”, dijo su
arquitecto.
“Diseñé una cabaña de madera y todos vivíamos ahí: yo, los ingenieros, los
amigos que venían de visita y el propio presidente. Ibamos a los mismos bares y lugares de baile
que los trabajadores. Fue un momento de liberación. Parecía el nacimiento de una nueva sociedad en
la que las barreras tradicionales se hacían a un lado”. Sin embargo, el propio Niemeyer
aseguró que eso no funcionó en el tiempo. “Ahora Brasilia es demasiado grande. Los
desarrolladores, los capitalistas, están ahí; dividen la sociedad y arruinan la ciudad. Brasilia
tiene que hacer un alto”, reflexionó el intelectual, que con 102 años es una referencia
mundial en la materia.