Tal vez porque en política todo, siempre, resulta impredecible y paradojal, el kirchnerismo
logró al fin encontrarse con una fervorosa adhesión de sectores medios y medios bajos —que
tan afanosamente buscó— en el momento en que su líder y creador, el propio Néstor Kirchner,
fallece.
La explosión de afecto y emoción que una multitud protagonizó ayer en la Casa Rosada y sus
alrededores para con Néstor y Cristina Kirchner constituye el acontecimiento político más
significativo de los últimos años y modifica de raíz la relación de fuerzas imperante en Argentina
hasta la noche previa al trágico desenlace.
Aunque a estas horas nadie puede valorar con precisión los alcances de la bomba atómica de amor
kirchnerista que se desplegó en todo el territorio nacional a partir de la muerte de Néstor, todos
reconocen que la pérdida, dramática, del santacruceño, tendrá un impacto, también dramático, en los
sueños opositores por recuperar el control de la Casa Rosada a partir de 2011.
Sólo una decisión personal, íntima, de la presidenta, de dar por terminado el sepelio hoy a las
10 de la mañana, atendiendo a una ecuación elemental de límite de sus propias fuerzas físicas para
sostener el gigantesco trajín, explica por qué el kirchnerismo no decidió continuar con el sepelio
masivo y emotivo, capitalizando su enorme impacto político.
Límite a la despedida. De haber primado esa especulación, y por la presencia de militantes en
las calles con vocación de entrar a la Casa Rosada, el sepelio hubiera podido extenderse hasta bien
entrado el fin de semana. Sin embargo, en medio de su conmoción, Cristina tal vez pensó que lo
bueno, si breve, dos veces bueno.
Diego Maradona, Marcelo Tinelli, media docena de presidentes, decenas de famosos, miles de
ignotos, dijeron presente.
Como adelantó en exclusiva La Capital en su edición de ayer, la anunciada presencia de
Julio Cobos estaba en riesgo. Y por el repudio generalizado que hubiera sufrido, finalmente el
mendocino decidió no ir a La Casa Rosada.
El cuerpo de Néstor Kirchner recorrerá hoy por última vez las calles de Buenos Aires, con una
caravana que lo conducirá desde la Casa Rosada hasta el Aeroparque Jorge Newery, para volar luego
desde allí hasta su destino final en Río Gallegos, Santa Cruz.
Además del cuerpo, La Capital pudo saber que dentro del féretro lo acompañan para siempre
un par —ya gastado— de los míticos mocasines, un clásico de su vestimenta.
La caravana saldrá por avenida Alem, luego tomará Córdoba, 9 de Julio, Libertador, Salguero,
hasta la estación aérea. Unos 7 kilómetros por los barrios privilegiados de Buenos Aires, donde se
prevé tendrá el acompañamiento de los miles y miles que hasta anoche, hicieron una cola de 25
cuadras, esperaron 6 horas, y nunca lograron entrar a la Casa Rosada.
El desfile para despedir a Néstor y dar fuerzas a Cristina Fernández tuvo, además de masividad y
emoción, un dato distintivo en la heterogeneidad: de clase social, generacional y cultural. De
color de piel, trabajadores de mameluco, de saco y corbata, jóvenes porteños y del conurbano; del
interior del país, humildes, acomodados, jubilados, parejas con niños. Adolescentes solos, mujeres,
hombres, tal vez en proporciones parecidas. ¿Dónde estaba todo ese amor por Néstor y Cristina que
no había aflorado nunca con esa dimensión e intensidad?
La tesis de cierta inclinación hacia la necrofilia —que tiene sus impulsores— de la
sociedad argentina parece insuficiente para explicar los procesos políticos en toda su
complejidad.
Presencia santafesina. Entre los santafesinos presente en el velatorio (ver página 6) pudo verse
al diputado Agustín Rossi, por lejos el que más tiempo acompañó a la presidenta y a sus hijos.
También estuvieron el gobernador Hermes Binner y el intendente Miguel Lifschitz. El regreso de
Carlos Reutemann a un territorio pingüino y especialmente sensibilizado provocó una respuesta de
tal frialdad como tal vez no tenga antecedentes la historia política mundial.