La política argentina parece haberse ya lanzado a una campaña que garantice un final de año con no pocas tensiones. Se la ve a actuar así y todo luce haciéndolo con deliberación y alevosía. No aparece la torpeza culposa.
Por Luis Novaresio
La política argentina parece haberse ya lanzado a una campaña que garantice un final de año con no pocas tensiones. Se la ve a actuar así y todo luce haciéndolo con deliberación y alevosía. No aparece la torpeza culposa.
A menos de un año de las internas abiertas que definirán los candidatos que disputen la presidencia, gobernaciones y muchos cargos importantes, los actores de la cosa pública se mueven sólo concentrados en sus deseos personales de llegar al poder sin que, en la mayoría, prime el deseo de hacer transitar a la ciudadanía por un camino de cierta tranquilidad socioeconómica.
El gobierno está convencido de que hay ánimo destituyente en sectores del gremialismo y del empresariado, y que se cuenta con el apoyo político de los que prefieren ver zozobrar el final de los tres períodos kirchneristas. Una fuente del Ministerio de Seguridad trabaja para detectar lo que se cree son los focos de inestabilidad que, según ellos, se pergeñan para diciembre. ¿Saqueos, manifestaciones populares en las calles? “Todo eso”, dice. En esa misma inteligencia se ubica como lugar de conflicto el gran Buenos Aires (especialmente en territorio de los que abandonen el FPV hacia el massismo) siempre proclive a mostrar ausencia de respuestas del Estado y a reclutar a eternos violentos disfrazados de punteros políticos con capacidad de movilizar a descontentos y “foquistas” a cambio de muy poco. Lamentablemente la ciudad de Rosario está siendo también vista como campo fértil para estos supuestos conflictos de fin de año. ¿Estará pensando en alguna estrategia especial el gobierno socialista de Santa Fe?
Planteado lo dicho, se impone separar alguna paja del trigo de la realidad de estos días. El gobierno de Cristina disfruta con su papel de víctima y es en el territorio en donde mejor se mueve para dogmatizar apoyos o detracciones. Los Kirchner creyeron que la sutileza del disenso es para los tibios y que la argumentación racional es inversamente proporcional a la posibilidad de conseguir apoyos ciegos. En la Casa Rosada se entusiasmaron con los sondeos que mostraron un cierto repunte de la imagen de la presidenta a partir de haber impuesto el slogan (precario y elemental) de “patria o buitres”, y decidieron apostar por este tipo de actitudes. “Nos quieren incendiar el país”, sería el lema que barruntan en privado.
La primera mandataria está encandilada por el discurso épico de su ministro de Economía, que cree que todo lo malo es obra de una confabulación internacional y pulsa (¿porque ella también lo cree o porque es pragmática a secas?) la cuerda del nacionalismo herido.
No hay modo de hacerle ver que la gestión de Axel Kicillof es un rosario de resultados negativos desde que asumió. La inflación desbordada como nunca en estos 12 años y apenas mitigada por un analgésico de Precios Cuidados insuficiente. Encima, ya se dice en voz alta que este sistema se aplicaba antes con primitivo autoritarismo por Guillermo Moreno pero sin margen de sospecha de corrupción de funcionarios del área que “favorecieran” a algunos empresarios para incorporarlos a la lista de los precios promovidos. Ahora parece que la transparencia ha desaparecido y surgen voces que denuncian que hay caminos heterodoxos para aceitar las burocracias lentas. Anciana y triste práctica corrupta para ser operada por estos jóvenes que se creen el cambio.
El desempleo crece en la era Kicillof, y ni qué hablar de la cotización de las divisas extranjeras multiplicadas en mucho en los guarismos oficiales y hasta las nubes en los mercados paralelos. De la pobreza y la miseria parece haberse preferido ocupar el jefe de Gabinete, que aseguro que “prácticamente” (sic) han desaparecido. Se ve que Jorge Capitanich sale poco de la Casa Rosada y mucho menos visita su Chaco natal.
Los pocos índices creíbles que quedan en el país muestran que se atraviesa por una situación de recesión con pronóstico crítico en materia de empleo y producción. Esto no existe en el discurso del gobierno. A cada reclamo se contesta con un salario mínimo aumentado en un 2.300 por ciento (¿4.100 pesos es todo lo que postula la movilidad ascendente peronista?) o jubilaciones que crecen dos veces por año (¿de verdad se sienten satisfechos con 6 de cada 10 hombres y mujeres de la clase pasiva cobrando un poco más de 3.000 pesos?).
A los críticos se les responde con comparaciones del 2001. Claro que entonces el país se quebraba. ¿Y? Por ello no se puede decir que hoy la inflación es de más del 40 por ciento y que se produce destrucción del empleo. Parece que no.
Habrá que reconocerle un mérito para garantizarse el papel de víctima del gobierno de la doctora Kirchner a un evidente sector que (aunque minoritario) desearía verla fuera del poder cuanto antes. Los hay. Si no, es inexplicable que un hombre que representa a un sector beneficiado por esta década como la industria compare la actual coyuntura con la dictadura militar y las obediencias debidas. No le cabe ni el beneficio de la metáfora. La dictadura fue la muerte física sin juicio previo y a sangre y fuego. Y la obediencia debida también se producía cuando ante los avances autoritarios sobre el prójimo, creyendo como Bertolt Brecht que a uno no le iba a tocar, algunos aplaudían en el Salón Dorado de la Casa Rosada.
El arco político juega la disputa que más le gusta. Juntar votos con miras al 2015 y así llegar al puesto de decisión deseado. Aunque en muchos casos carezca de idea de para qué y, peor, sin importarle lo que quede en el camino para la gran mayoría de sus conciudadanos que temen repetir viejos enfrentamientos y retrocesos tantas veces padecidos. En tres meses llega el simbólico mes de diciembre. De eso, no caben dudas.