Esta vez hubo juego. También actitud. Se ajustaron mejor a una partitura, con mucha determinación y entrega. Y lo hizo en gran parte del partido. Pero ni así pudo ganar. Como si se tratara de un maleficio. Pero no. Es fútbol. Así de simple. Y de complejo. Argentina hizo todo para ganarlo. Le faltó certeza. Porque generó. Pero un gol no fue suficiente. Es que este Brasil utilitario fue contundente en una jugada aislada. Y le alcanzó para llevarse un punto. Por lo que la selección de Martino no pudo sumar de a tres. Y sigue el tiempo de sequía. Aunque esta vez el rendimiento fue superior. Pero no alcanzó. Porque le faltó definirlo. Fue uno a uno. No obstante el público aplaudió al final. Como una extensión de una garantía. De reconocimiento. A lo que hicieron y cómo lo hicieron.
Cuando a los 32 minutos Argentina convirtió un golazo como consecuencia de una jugada colectiva made in Martino, en ese momento la conquista fue la derivación justa de la producción colectiva e individual que la selección había exhibido previamente. Un conjunto de cualidades sintetizadas en esa maniobra. Banega que logra recuperar la pelota en posición defensiva, se la pasa rápidamente a Di María y Angelito deja en ridículo a un rival para meterle después un pase perfecto hacia la derecha al Pipita Higuaín, quien levanta la cabeza en velocidad y a ras del piso la mete al corazón del área para que Lavezzi se metiera entre los dos zagueros y la empuje al fondo del arco. Concentración, convicción, velocidad, ductilidad, inteligencia y certeza se hilvanaron en una jugada para sacar la ventaja en tiempo y forma.
Claro que antes hubo un prólogo de buen juego, de dinámica articulada con organización, con rendimientos tan sorpresivos para los escépticos pero anhelados por los creyentes, como la del Pocho por ejemplo, que corrió y desniveló por izquierda, como el de Di María por derecha, como la del delgado Pipita convertido en asistente, y el de Banega en posición de creativo.
Argentina comenzó presionando y empujaba al error a un Brasil que sufría la salida. Una impronta que ponía en crisis al sistema defensivo brasileño, en un esquema en el que Dunga con un 4-2-3-1 intentaba contener pero a la vez salir rápido con Neymar y William.
Habían transcurrido muchos minutos en la etapa inicial cuando un error de los zagueros argentinos les permitió la primera llegada a los visitantes. Y luego un cabezazo de David Luiz tras un córner fueron las únicas aproximaciones de riesgo hacia el arco de Sergio Romero.
Antes del gol de Lavezzi el árbitro Antonio Arias ya había dejado la impresión de su permisividad. Dani Alves lo bajó al Pocho y después a Di María y ni siquiera vio la tarjeta. Y después la mostró ante la primera infracción de Luis Filipe también a Angelito. Ese comportamiento dejó imaginar que si los jugadores se desconocían la cosa podía picarse.
Sin embargo, Argentina pugnaba por jugar y Brasil por transitar. Ni siquiera el gol de Lavezzi lo empujó con determinación al arco argentino. Y la incógnita se fue al vestuario en el entretiempo para ver si en el complemento había cambios.
Y los hubo, pero no tanto en el juego como sí en el resultado. Porque con Argentina como protagonista constante, a los 58 minutos sorprendió Lucas Lima al empatar tras capturar un rebote en el travesaño, producto de un cabezazo del recién ingresado Douglas Costa, tras una jugada que inició Neymar con un gran cambio de frente y siguió con la experiencia de Dani Alves para poner un centro de tres dedos..
El gol del pragmatismo sacudió la confianza argentina sustentada en el juego, que siguió aferrado a sus convicciones, pero el cansancio comenzó a convertirse en un aliado brasileño.
El Tata movió el banco en pos de mayor juego y profundidad, pero a diez minutos del final era complicado ya que Brasil se aferraba a su jogo práctico para resistir y por ahí sorprender. Pero no. Todo concluyó en un empate que no reflejó la superioridad albiceleste. Que fue clara. Muy clara.