El cierre de la autopartistas Mahle, decidida en otro continente, por ejecutivos de
los que no se conoce siquiera sus nombres y menos las razones que respaldan su drástica
determinación para la planta de la ciudad de Rosario, dejando en la calle a casi 500 personas y sus
familias (entre ellos 60 discapacitados, sin la que tal vez haya sido su ultima oportunidad
laboral), es la crisis internacional. O se le parece.
Su rostro recién comienza a asomar entre nosotros. De lo que
no podemos tener dudas es que se mostrará del todo y con la misma mala cara que está arrojando
gente de sus casas y empleos en los países del Primer Mundo como en Alemania, donde tiene su sede
central Mahle.
Todos los operarios de las empresas internacionales comienzan
a temer ser los próximos, por aquel consejo castizo acerca de la oportunidad de poner las barbas
propias en remojo cuando se ven cortar las del vecino.
En Mahle queda desamparo y desazón. Pero también la sensación
de impotencia reflejada en las palabras del ministro de Trabajo de la provincia, Carlos Rodríguez,
amenazando "poner todas las trabas posibles" ante lo que llamó "irresponsabilidad" de los
directivos alemanes, quejándose de que "no puede ser que la suerte de las familias rosarinas se
libre en Alemania".
¿Alguien puede estar en desacuerdo con el lamento del
ministro? Definitivamente no. Pero eso es la crisis por las que los países centrales vienen
lamentándose desde hace ya muchos meses. Supongamos por un momento que los directivos de Mahle en
Alemania no actuaron irresponsablemente y, en cambio, como diría Max Weber, se vieron compelidos a
postergar sus convicciones en aras de su responsabilidad. ¿Esa responsabilidad con qué parámetro se
mediría? ¿Con el de la supervivencia de puestos laborales en Alemania o en un país tan alejado como
Argentina? ¿En el bienestar de los obreros alemanes o de los rosarinos?
Claro que puede ser que la decisión haya sido tomada por mera
especulación u otra causa superflua que justifique que el ministro la califique de irresponsable.
En ese caso, los interrogantes planteados servirán para otros casos que pudieran darse, pero, antes
que nada, para interpelarnos al gobierno y a la sociedad santafesinas acerca de hasta qué punto
estamos preparados para hacer frente a catástrofes de empleo.
Cualquiera sea la calificación que merezcan las razones por la
que los ejecutivos alemanes decidieron cerrar la planta Rosario, no alteran un ápice los efectos
entre los operarios locales, sus familias, la ciudad y la provincia.
La pregunta se debe trasladar al ámbito nacional. Al fin al
cabo, tratar de tener una idea de cuántos procesos de autogestión, como el que se les está
proponiendo a los desempleados de Mahle, los Estados nacional y provinciales están dispuestos a
financiar a lo largo y ancho del país, podría hacernos sentir los pies sobre la tierra.
Sin plan preventivo. En rigor, fuera de su difusa dialéctica referida al "proyecto
de país" que conduce no se le conoce al gobierno nacional ningún plan preventivo de cierre de
fuentes laborales. O fondo alguno para reabrir fabricas ni siquiera para instalar un subsidio de
desempleo más eficaz y abarcativo que el que existe. Solo se sabe que está pidiendo plata prestada
al BID y al FMI.
Quinientos obreros desocupados en proyección de familias
representan, a modo rápido, unas 2.000 personas cuyas subsistencias pasan a depender exclusivamente
del Estado.
Es decir que se trata de una cuestión que debería prevalecer
en la inquietud de las autoridades del país y la provincia a las que se les exigirá algo más que un
lamento más o menos adecuado.
Plantearse esto desde Santa Fe tiene, tal vez, un valor extra.
En apenas poco más de dos años —y los pronósticos dicen que para entonces la crisis mundial
estaría en su apogeo— dos santafesinos podrían estar compitiendo por la presidencia de la
Nación. Es decir, que desde este momento a entonces resulta muy oportuno que la ciudadanía
santafesina en virtud de experiencia drástica que se le presenta comience a reclamar campañas
electorales alejadas del entretenido chisporroteo y los vacuos artificios de siempre.
El senador Carlos Reutemann acaba de asegurar que el 2011
comenzará el 29 de junio. Aludió a que al otro día de las elecciones en las que espera revalidar su
título de senador nacional iniciará, eso se desprende de tales palabras, su campaña presidencial
porque —aseveró— "Reutemann (sic) será mejor presidente que Macri o Kirchner".
Si se toma la fecha de hoy hasta octubre de 2011, Reutemann
piensa estar de campaña (al menos su mente y con ella todos sus actos condicionados) 30 meses
consecutivos.
Este dato, que nada tiene de extraño, se replica también en
Santa Fe. Si Hermes Binner, el otro competidor santafesino para la presidencia del país, decide
—y desde su partido lo aseguran con una religiosidad laica que conmueve— postularse
finalmente dentro de dos años, al igual que Reutemann, no puede descuidar el 2009. Con una
inversión notable en persuadir a los medios nacionales, el senador peronista, comienza a instalar
una supremacía electoral anticipatoria de un triunfo seguro que predicen encuestas que la mayoría
no ha visto nunca.
Muestra de seguridad. Reutemann está en ganador. Algunas solturas y liviandades,
como ciertas declaraciones sorprendentes, se permiten quienes así se sienten o buscan exhibir ante
los demás una seguridad de ganador.
Por el contrario, al competidor, el candidato socialista Rubén
Giustiniani, le ha tocado por el momento la percepción del imaginario colectivo de que va detrás
del peronista. Eso no necesariamente puede ser tremendo. Una derrota, por todos anticipada, siempre
viene anestesiada en tanto se mantenga en los límites de la previsibilidad que se le otorgaba.
De modo que para que el 2009 no le resulte a contramano del
2011, Binner deberá involucrarse más de lo que quisiera en la campaña nacional. No lo ha hecho aún.
Y deberá hacerlo porque después sobrevendrá el desafió provincial que, todos, esperan que gane con
comodidad. Pero el telón de fondo para él y para Reutemann, por igual, es el caso Mahle y los otros
casos Mahle que puedan darse o que logren evitarse.
Sin palabras. Binner es el gobernador de la provincia y Reutemann fue gobernador y
es representante de esa misma provincia en el concierto nacional, jurando como a diestra y
siniestra que es la defensa de los intereses provinciales el único norte de su vida política. No
existen funcionarios más encumbrados en esta provincia que ambos para hablar de todas las
cuestiones, sobre todo aquellas de las que nadie quiere hablar porque incomodan, comprometen,
duelen.
El desempleo puede ser la próxima gran epidemia que nos caiga
encima. No se trata de exagerar sino de ver la enorme cantidad de barbas que están quedando ralas
en todo el mundo. No se trata de ser agoreros sino de ser responsables.
Reutemann representa, como se dijo (y el asegura que hace),
los intereses de la provincia en el Parlamento argentino. Binner es el que administra la provincia.
Sin embargo, no se hablan entre sí. Están de campaña.
Preocupante.