Todos sabemos que los seres humanos, al nacer, somos una de las especies vivas más desprotegidas del planeta, merced a que no podemos valernos para nada de nosotros mismos.
Todos sabemos que los seres humanos, al nacer, somos una de las especies vivas más desprotegidas del planeta, merced a que no podemos valernos para nada de nosotros mismos.
Ni siquiera poseemos la voluntad de mamar como sí los tienen otros animales ni bien nacen, ni mucho menos el de caminar, huir del peligro, etcétera.
Esta precariedad inicial es determinante, en tanto fija nuestra necesidad esencial de ser amados y de ser instruídos en los menesteres básicos para sobrevivir, proceso éste que es mucho más extenso que el del resto del mundo animal: por lo general caminamos al año o algo más, comemos solos entre los dos y tres años, aprendemos a leer y escribir después de los cuatro o cinco años.
Todo lo antedicho ha determinado que la familia o aquellos que hagan las veces de ella (en el caso de los huérfanos) juegue un rol fundamental a la hora de formarnos como seres humanos, como ciudadanos integrantes de una sociedad que nos une a todos sin avasallar nuestra individualidad.
Por ello, a poco que observamos qué sucede hoy con nuestros jóvenes, su excesiva adicción al alcohol, su inconsciente necesidad de autodestrucción a través del consumo del paco y otras drogas, su insensibilidad a la hora de asesinar por veinte pesos o un par de zapatillas siendo adolescentes, nos dice a las claras dos cosas: muchos habitantes de nuestro país en tanto familia y comunidad venimos fracasando desde hace tiempo en lo que hace a brindar amor e instrucción.
El tema del amor, dado su carácter personalísimo y la necesidad de brindarlo en tiempo oportuno, limita notablemente nuestras posibilidades de intervenir directamente, pero nos deja abierta la puerta a la piedad, a la solidaridad fraterna que no es poco. Por ello, como ex magistrado, estoy plenamente convencido de que la solución al problema de la inseguridad personal no pasa por el aumento de las penas sino por el compromiso de todos para hacer que el delincuente se arrepienta de sus actos y se reintegre a la sociedad. La inseguridad no es lo más importante, sino tan solo la punta del iceberg, lo que sucede es que muchos dirigentes y personalidades nacionales viajan en el Titanic y tal medio no les permite ver la magnitud del problema.
En lo que hace a la instrucción, creo que al haberse ampliado notablemente el espectro familiar merced a la creciente inestabilidad de las parejas, también los tíos, los hermanos y los abuelos tienen que asumir la responsabilidad de amar, contener y educar a los miembros más jóvenes de la familia.
Pero allí se debe jugar un papel decisivo: no puede haber instrucción sin rigor. La ignorancia cultural y de formación educativa que evidencian los adolescentes en los programas de TV es lamentable.
No se puede aprender nada útil de modo inconstante o a los ponchazos como solíamos decir. Se necesita tesón, dedicación, seriedad, ganas de aprender y alguien que tenga también ganas de enseñar. Hoy estamos como estamos por haber andado a medias tintas, se han escrito miles de proyectos educativos pero en la práctica han fracasado.
Ello nos permite tener en cuenta entonces al servicio militar. Dejando de lado excepciones como el caso Carrasco, el mismo impulsaba a los jóvenes a terminar la secundaria antes de los dieciocho años porque "se perdía un año" para ingresar a la facultad o al primer puesto de trabajo. La familia lo tenía bien claro y motivaba decididamente al joven en esa dirección.
¿Qué se aprendía en medio de la instrucción militar?. Entre muchas cosas: a ser limpios, ordenados en todos los ámbitos de la actividad diaria, a tomar conciencia de que se era parte de un "grupo de iguales" sin importar el rango social, la provincia de orígen o el color de la piel; se compartía con los pares y los superiores toda una serie de problemáticas personales y familiares que, merced a ello, luego se podían encaminar. Se lograba amar a la patria como parte de un todo no como un individuo aislado.
Si bien hoy no existen peligros de guerra para la Argentina, amén de ello, las Fuerzas Armadas cuentan con oficiales probos y de carrera y con soldados voluntarios y profesionales. Magúer de ello, con la madurez que ha adquirido el debate democrático, nada impide que se consensúe con la sociedad civil, los políticos y los responsables militares qué tipo de instrucción se brindaría, durante qué plazo y bajo qué formas. Sin duda, este puede ser un buen comienzo para muchos jóvenes argentinos que están a la deriva y desamparados, que a los dieciocho años de edad no hayan encontrado un rumbo fecundo.
Esta es mi idea, perfectible por cierto, pero dejar abandonados como hasta el presente a nuestros jóvenes y adolescentes, sin instrucción alguna, no sólo es un acto de cobardía manifiesta de parte nuestra, sino un terrible y deliberado hecho de abandono, puesto que los condenamos al fracaso como seres humanos. Frente al nuevo año que se avecina, hago mis votos para que entre todos hagamos algo más de lo que se ha hecho hasta el presente. Es muy ardua la labor que debemos encarar, si honestamente deseamos un mejor mañana para nuestros jóvenes; pero sería lamentable quedarnos indiferentes y ver como ese barco que se llama Juventud Argentina hace naufragar su futuro.
(*) Doctor en Derecho y Ciencias Sociales, ex Juez de la Cámara Federal de Apelaciones de Rosario.
Por Ricardo Nidd / Médico
Por Antonio Montero / Infectólogo de la UNR