"La Argentina necesita un shock de razonabilidad y de racionalidad para bajar el
grado de drama permanente en el que malviven la economía y la política". La opinión del economista
Aldo Ferrer ilustra lo que, a su juicio, es el mayor déficit nacional de cara al Bicentenario: la
incapacidad para generar consensos y la tendencia casi suicida a fracturar cualquier proceso de
acumulación en el tiempo. A favor de construir "densidad nacional" para pararse frente al mundo y
militante del "vivir con lo nuestro", Ferrer participó en Rosario de una charla sobre el
Bicentenario organizada por la Universidad Nacional de Rosario.
La fecha del Bicentenario coincide con una época de cambios muy importante a nivel global. La
crisis global obligó a los países centrales a depurar los vicios del capitalismo financiero,
revitalizó el papel de los Estado-Nación y volvió a poner de moda conceptos del siglo XX como
regulación, nacionalizaciones e intervencionismo. En ese marco, Argentina aparece en escena con
varios años de crecimiento sobre sus espaldas y con las heridas cicatrizadas después del estallido
de 2001.
—¿Cómo llega la Argentina al Bicentenario?
—Argentina ha podido recuperar el dominio sobre si misma después de
una de las peores crisis que recordemos. Si hacemos un balance económico y social, la crisis de
2001 significó el final de años de política neoliberal caracterizados por la venta del patrimonio
nacional y por políticas de castigo a la producción. Los pronósticos eran muy negativos, así como
la crisis política. Sin embargo país respondió, la democracia resistió y hubo un cambio del rumbo
económico. Se pudo arreglar con los acreedores y la actividad económica retomó fuertemente. Y
aunque subsisten algunos interrogante y desajustes, lo bueno es que ya no dependemos de las
decisiones de otros, tenemos gobernabilidad, los recursos están, los instrumentos de política
económica también, y venimos de años con aumento de la masa salarial y del empleo.
—¿Cuáles son los interrogantes o desajustes que subsisten a pesar de
la recupera ción?
—Sin duda nuestro gran desafío pasa por lograr generar más y mejores
consensos. Tenemos que dejar de esperar que la solución llegue desde afuera, si entendemos esto
seremos capaces de recuperar un lugar de importancia en el mundo. Pero para eso tenemos que
sentarnos y debatir los temas de fondo sin dramatizar. Creo que el conflicto del campo es el mejor
ejemplo de cómo no hay que hacer las cosas. Tenemos una estructura productiva desequilibrada donde
lo que corresponde es discutir en términos de estructura, no de renta, que fue lo que impidió
acordar con el campo. Veo que hoy la política está muy crispada, todo se vuelve rápidamente un
drama —la energía, el Indec, la inflación— que forma parte de una tendencia a potenciar
lo negativo y a desconocer los recursos. Precisamos un shock de racionalidad y de razonabilidad en
todos los sectores.
—¿Cómo se adapta el país a la nueva realidad mundial?
—Cada país tiene la globalización que se merece, hay que ver cómo
responde cada uno a los cambios que plantea el mundo, y preguntarse cómo nos ubicamos nosotros en
ese contexto. Hemos dado malas respuestas a esa interacción, por ejemplo vendiendo nuestro petróleo
y con la deuda. Hoy necesitamos mirar hacia adentro y construir lo que llamo la densidad nacional.
Si nos fijamos en Brasil, allí han sido capaces de armar políticas estratégicas a lo largo del
tiempo en terrenos clave como la petroquímica, la aeronáutica y la ingeniería. Nosotros acá hicimos
todo al revés. La mejor manera de estar en el mundo es construyendo soberanía y con poder nacional
de decisión.
—¿Cómo evalúa el papel del Estado en la economía?
—Para mí, el papel del Estado en los mercados es insustituible. Queda
claro que la economía de mercado necesita del Estado para funcionar bien, eso es así desde el
origen del capitalismo. Lo hizo Gran Bretaña, cuna del capitalismo industrial. Existen límites, no
se puede hacer todo. Aún así, sigue existiendo una carga de resentimiento antiestatal, a pesar del
final del paradigma neoliberal y de que la imagen del Estado ausente para sacar las regulaciones se
desplomó a la par de la caída de las Bolsas. Hoy vemos que los Estado tuvieron que venir a rescatar
al sistema, tal como pasó acá en el 2002. Igual, en Argentina los prejuicios subsisten, y como
suele pasar acá no se discute la forma que debe tomar la intervención estatal, sino directamente si
se debe o no se debe hacer. Es una de nuestras especialidades, fracturar los procesos de
acumulación, sean estos institucionales, industriales o tecnológicos.