De resultados positivos y tropiezos se van forjando los equipos. Con una única misión: lograr que esos pasos en firme logren una ventaja considerable por sobre el resto. Claro que para que uno o varios equipos sean regulares es necesario que otros padezcan de las ambivalencias en sus producciones. En lo que respecta a Rosario Central, esa búsqueda es uno de los principales argumentos a consolidar. Fue el pensamiento desde el retorno a primera división, por obvias razones, y lo que aún hoy se intenta alcanzar. Las cinco primeras fechas transcurridas en el torneo Final muestran a las claras de que esa consolidación requiere aún de algunas materias pendientes. Sí está el punto a favor de que gracias a aquella regularidad que Central encontró en la segunda mitad del torneo Inicial es lo que hoy le permite gozar de cierta impunidad en los resultados y, básicamente, en los números.
Por supuesto esta es otra cosa. Se trata de una historia que cuenta con un aprendizaje importante de lo que fue el semestre anterior, donde el equipo volvía a incursionar en un terreno que lo tenía olvidado. De hecho le costó, aunque resulte difícil de determinar si fue con un grado de dificultad mayor al esperado.
Aquellos vaivenes fueron pronunciados. Porque se ganaba un partido, se perdían un par al hilo, se retornaba a la senda del triunfo y nuevamente los cachetazos venían uno tras otro. Pasó en la primera mitad del torneo Inicial. Con algunos triunfos espaciados y una serie de derrotas contraproducentes desde el resultado mismo pero también desde el juego.
Con parámetros distintos, a Central comenzó a sucederle lo mismo en este campeonato. Arrancó el torneo con resultados positivos y en las últimas dos fechas sufrió dos derrotas consecutivas. Una seguidilla que en absoluto enciende alarmas y obliga a replanteos, pero sí que mete palos en un andar que debería ser más sereno.
La cosecha de puntos no es un dato a obviar. Es imposible disociarlo del análisis. Haber logrado en la tercera fecha la misma cantidad de puntos que en el torneo pasado se obtuvo cuando finalizó la octava no es poca cosa. Y no sólo eso. Es desde ese punto donde se permite mirar el presente y el futuro con una determinada calma, sin dudas y mucho menos desesperación.
Que cada partido sea un capítulo distinto implica otro tipo de lectura. Es que no se puede leer de la misma forma lo que fue la puesta en escena en Mendoza con lo que ocurrió el pasado sábado en el Gigante, contra Colón. Lo primero fue decididamente bajo. Lo segundo tuvo otro color, más esperanzador si se quiere, aunque con deficiencias claramente palpables, como lo fue la claridad a la hora de la definición. Pero claro, cuando cada una de esas historias llegan a su fin lo que aflora son los resultados. Allí sí todo se vuelve en caminos afluentes del análisis final.
El comportamiento del equipo es lo que deja poca margen para la duda. Esa intención de ganar o al menos de salir a buscar el resultado en cualquier cancha es el componente que hace al convencimiento. "Nosotros vamos siempre con lo nuestro porque creemos que es lo mejor y lo que más nos conviene", dijo Russo el lunes, como tantas otras veces.
Pero todo esto no exceptúa esa regularidad que Central debe adquirir para hacer de su recorrido una excursión más placentera que traumática. Aquella velocidad crucero que logró afianzar en la segunda mitad del semestre pasado (allí también hubo momentos de altibajos importantes) es a lo que debe apuntarse hoy y consolidarlo en la cancha con los resultados. Porque el presente habla de cierta complicidad en cuanto a los números, pero la base (léase el equilibrio) será siempre la gran hacedora de los mejores comportamientos futbolísticos. La que logrará que las turbulencias no formen parte de la cotidianeidad.