Parece que se fue. Yo sé que se quedó para siempre con nosotros. La muerte de Gary Vila Ortiz me produjo una gran tristeza.
Parece que se fue. Yo sé que se quedó para siempre con nosotros. La muerte de Gary Vila Ortiz me produjo una gran tristeza.
No obstante, superados los primeros momentos de estupor y dolor, comenzaron a aparecer los recuerdos de tiempos compartidos alrededor del arte, el periodismo, el jazz, junto a un personaje singular, irrepetible.
Tenía un alma tan receptiva para la belleza que podía abarcar tanto como hubiere. Todo le provocaba asombro. Y lo disfrutaba compartiéndolo.
Era un adorable irresponsable que vivía en poesía.
Nadie estaba seguro nunca de que llegaría a tiempo para los programas radiales, televisivos o a las conferencias y presentaciones de libros.
Inmensamente culto. Pero de verdad. Había leído todo,y lo seguía haciendo. Había escuchado mucho y sabía compartirlo,sin soberbia.
A Gary entrevistar varias veces a Borges y presentar un libro de un debutante en una biblioteca de barrio lo motivaba con la misma intensidad .
Fue generoso porque sabía de verdad. En tiempos de grandes lectores de solapa y de intelectualoides de pacotilla, fue un personaje extraordinario por su sólida cultura y formación.
Voy a contar, a modo de homenaje, uno de los momentos más difíciles y singulares de cuantos he vivido y del que fuimos protagonistas con nuestro querido amigo .
Compartíamos en aquellos tiempos el programa El Clan de Canal 5 junto a Raúl Granados. Un día apareció Vila Ortiz con una propuesta que sonaba simpática.
Se acercó al piano y me dijo: "Jorge, dice mi viejo si queremos compartir, una noche de estas, una reunión con sus amigos en el Jockey. Quieren que yo les hable de cine y vos toques las melodías de películas".
Yo había entrado una vez al recinto de Maipú y Córdoba y había visto que en un pequeño restaurante tenían un piano de cola.
Conocía al doctor Vila Ortiz,y acepté de inmediato. Imaginé una tenida íntima, pedida por un hombre exquisito como era el padre de Gary, al que era difícil negarse. Y dije que sí.
Pasó el tiempo y nunca más se habló. Transcurrieron varios meses, el asunto estaba casi olvidado y de repente,un día cualquiera, entró al estudio con su mejor sonrisa y me dijo: "Nos esperan hoy a las 19.30. Dice mi viejo que no lleguemos tarde".
En un rapto de irresponsabilidad contagiada por el coprotagonista de esta anécdota, acepté, y a la hora señalada llegue a la entrada del viejo club de Córdoba y Maipú.
Me recibió un empleado que me llevó al despacho del presidente. Allí estaba él. Alberto Carlos Vila Ortiz, junto a su padre y dos o tres señores que me recibieron con una copa, una conversación corta y una amabilidad tranquilizadora.
"¿Vamos?". Dijeron. Y caminamos todos hacía donde nos estaban esperando.
De repente vi que había un salón colmado y mucha gente que no había encontrado lugar, amontonada afuera. Unos parlantes distribuidos para que estos últimos también pudieran escuchar y el murmullo tradicional de público que espera un espectáculo.
-Qué hay aquí, Gary, dije con un hilo de voz.
-¡Nosotros, Jorgito!, contestó.
Juro que quise salir corriendo. Nunca habíamos ensayado ni preparado nada. Jamás tuvimos la mínima conversación sobre lo que haríamos. Y de repente estábamos ante un auditorio colmado que esperaba el gran recital que habían anunciado como: "El cine y su música".
No era en el pequeño restaurante que yo conocía. Era un salón, con otro piano, en un escenario... Correr, huir, pedir perdón eran los sentimientos. Y él como si nada.
Subimos, para mí como a un cadalso, entre un aplauso largo. No miré a nadie y me senté al piano, esperando lo peor.
-Señores, buenas tardes. Como se sabe, la creatividad nace de la improvisación. Por lo tanto con mi amigo no hemos preparado absolutamente nada", dijo.
Se escuchó una carcajada general, incrédula y estruendosa.
¡Pero era verdad!
Y empezó: "En el principio el cine era mudo y un pianista ilustraba las escenas en vivo ,junto a la pantalla".
Puse las manos en el teclado y Soleado de Scott Joplin acudió a salvarme. Toqué, escuché, toqué, busqué, toqué y pasamos por Chaplin, por Francia, por Italia, por el cine nacional, por los tangos, y fue el Tema de Lara y El Hombre del Brazo de Oro, y el Tercer Hombre, y Zorba, y Según Pasan los Años y Rififí... y así estuvimos dos horas. Él sabía todo. Directores, actores, autores, fechas, anécdotas.
El final fue una ovación y Gary con la sonrisa dibujada en su rostro satisfecho que me dijo al oído: "Viste que salió bien"
Repetimos la experiencia muchas veces en escuelas de la provincia. Era todo alegría, emoción, una fiesta.
Alberto Carlos -Gary- Vila Ortiz, quiero que sepas que jamás te olvidaremos.
"Siempre imaginé que el paraíso sería una suerte de biblioteca" dijo tu admirado Borges.
Creo que ya sé dónde estás.