“Yo acepté la fragilidad, algo que no había podido hacer antes en mi vida”, dice María Masino, que en el último año y medio aprendió a sacar coraje de la vulnerabilidad.
Fue en Singapur, donde residía, cuando escuchó de boca de un médico un diagnóstico duro y un pronóstico sombrío: en su colon habían encontrado un tumor tan grande que tenía pocas chances de sobrevivir. La revelación confirmó sus sospechas más íntimas: “Sabía que algo andaba muy mal”. Hacía más de diez meses que consultaba a distintos profesionales por fuertes dolores abdominales y cambios en el ritmo intestinal, pero ninguno creyó conveniente hacer una colonoscopía, el estudio que hubiese permitido encontrar la enfermedad antes. Es que la edad de María (ahora tiene 39) y el hecho de que no tenía antecedentes familiares justificaban desde el punto de vista médico evitar la anestesia y la invasión que esa práctica implica. Sin embargo, ella está convencida de que ante fuertes sospechas el paciente tiene derecho a exigirla. “El 90% de los casos son en personas mayores de 50 años, es cierto, pero hay cada vez más enfermos por debajo de esa edad”, asegura. Por eso se puso al frente de una campaña de prevención del cáncer de colon que pilotea desde una página de Facebook con la ayuda de varios amigos.
María nació en Santa Fe y siendo muy chiquita su familia se trasladó a Buenos Aires. Allí creció.
Estudió Bellas Artes y luego hizo un master en museología en Canadá. Su formación profesional siguió en la Escuela del Louvre en Francia donde se capacitó en gestión cultural y administración del patrimonio. También hizo cursos de economía social con orientación al diseño de pensamiento en la Universidad de Oxford, en Inglaterra, y estudió marketing en Berklee College en los Estados Unidos. En los últimos tres años, antes del diagnóstico, estaba viviendo y trabajando en Singapur junto a su ahora ex marido y su pequeña hija.
“Viajé, conocí mucha gente, tuve buenas oportunidades de trabajo. Venía de estándares muy altos de producción en mi vida familiar y profesional, pero solía tomar las decisiones correctas y no las decisiones auténticas”, dice. Sincerarse profundamente y ser fiel a sus deseos es algo que sí le permitió el hecho de tener que lidiar con una enfermedad que la llevó dos veces al quirófano, la obliga a estudios constantes y a sesiones de quimioterapia que suelen ser difíciles de tolerar.
Cuando se hizo esta nota María volvía de enfrentar su quimioterapia número 34. Tiene cáncer de colon en fase IV con varias metástasis. Los médicos que la tratan, y a los que ella menciona como sus ángeles guardianes, decidieron seguir con una terapia agresiva después de las cirugías. María dice que los primeros en no rendirse fueron ellos, y lo agradece.
En los últimos meses las cosas habían marchado un poco mejor, pero un chequeo de rutina, hace poco, le mostró una vez más los dientes de la enfermedad, esos que asustan, que muerden y lastiman. Cuando pudo, se sentó frente a su computadora y escribió para su página de Facebook: “Cáncer sádico, cáncer compulsivo. Vuelve y se instala, sin aviso y en silencio. Quiere más. ¿Angustia, ansiedad, bronca, cansancio, debilidad, desesperación, desolación, desorientación, incertidumbre, tristeza? Todo esto y mucho más. Debatirse nuevamente entre el sufrimiento del cuerpo y el impacto de un tratamiento. Decidir si vivir o dejarse morir. Una condición de conciencia total. Un estado de espíritu donde se cobijan los sentimientos más profundos y las reflexiones más difíciles. Un punto de transformación total. Una encrucijada que sólo unos pocos pueden comprender sin juzgar. Y decididamente un lugar en el que nadie quiere estar”. La escritura le sirve como tabla de salvación, como vía de purificación.
El texto sigue: “Hace un mes y medio tuve que volver a un tratamiento de quimioterapia agresivo. La noticia movilizó pensamientos caóticos durante más de cuatro semanas sumergiéndome en un estado de vulnerabilidad total. Fue en vano tratar de ordenarme desde la lógica y la razón porque el tiempo, sabio y autárquico, tenía que jugar sus cartas para reacomodarme en semejante marea emocional y poder tomar así la decisión más inteligente. No pude ser fuerte. Una vez más tuve que darme permiso para una sincera fragilidad”. Al sacar todo, María avanza.
Unas semanas después de ese momento de desolación y sinceridad brutal y liberadora, María está charlando otra vez sobre lo que le pasó, lo que le pasa. Resignifica el dolor de la manera que puede, y en ese poder se hace grande el poder advertir, el poder ayudar a los demás. “Por un lado está la campaña #PrevenirEsvivir en la que buscamos que la gente conozca más sobre cáncer de colon y las opciones que existen para prevenirlo o minimizar las chances de enfermarse, por otro, la página es un refugio, una compañía para otras personas que están pasando por situaciones similares”. Allí hay consejos sobre alimentación y actividades que aportan al bienestar, hay relatos sinceros sobre lo más humano, hay también enojos por las consecuencias del tratamiento, pero sobre todo hay ganas, miradas compartidas, valores, anhelos.
Ese apetito por la vida, por absorber cada momento llevó a María a reencontrarse con otra de sus pasiones: los caballos. “Después de las cirugías no fue sencillo conectarme con mi cuerpo, reconectarme. Tenía que escuchar, escucharme, en silencio. Siempre estuve cerca de los caballos, de la equitación, y decidí volver. Por la complejidad de mi enfermedad tuve que hacer equinoterapia. Cada quince días, después de la quimio, me subía al caballo, que me daba una libertad profunda, un sentimiento de paz, y eso fue crucial para sostenerme”, relata. Aunque le cuesta un poco caminar y a veces debe sostenerse con un bastón, María pudo más. Por estos días está de nuevo haciendo equitación profesional, “como hice toda mi vida”.
Delfina, su yegua, es una gran compañera. En un video que gestó para difundir la campaña de prevención se la ve feliz en las caballerizas, acariciando a Delfina, disfrutando de su andar, del contacto con el animal. Todo parece estar bien. “Es que estoy bien, hoy me siento bien. Ahora. Yo no sueño demasiado, me cuesta proyectar. Es hoy. Pero si miro un poco para atrás veo que me descuidé mucho por no poder parar, por cumplir con todo y con todos. El cáncer fue una oportunidad de reencontrarme, un camino de aprendizaje, de reconexión con mi vida interior, con lo auténtico. De verdad que hoy me siento feliz con un ramito de flores, un rayito de sol en la cara, la posibilidad de tomar un cortado en un bar”.
Lo que María quiere es que otros puedan aprenderlo antes de que el cuerpo grite. “No hay que llegar tarde a las decisiones que nos hacen bien”, dice con firmeza, y suena tan convincente su dulce voz que una se queda repitiendo como un mantra: “No hay que llegar tarde a las decisiones que nos hacen bien”. “No hay que llegar tarde a las decisiones que nos hacen bien”.