Con 83 años, el célebre economista Abraham Leonardo Gak se mantiene activo como siempre. En su oficina de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA), el profesor honorario de la casa, ex rector del Carlos Pellegrini e integrante del Grupo Fénix y premio Konex, recibió a La Capital y compartió sus coincidencias y desacuerdos con la política económica del gobierno. Su principal preocupación pasa, dijo, más por el empleo que falta que por la inflación que sobra en el escenario cotidiano de los argentinos. Y no se aparta de su idea de hierro: “Voltear la limitante de la deuda externa es fundamental”.
—¿Cuándo y por qué nace esta reunión de académicos que se conoce como Grupo Fénix y que usted preside?
—Hagamos un repaso de lo que pasó porque a veces se pierde la perspectiva. Cuando en el 2001 culmina un proceso recesivo de cuatro años, aparece la necesidad de ver cómo seguíamos y en ese panorama la deuda externa era una gran limitante para encarar cualquier política económica. Heterodoxa o no, la deuda era una limitante esencial. En ese momento nacimos como grupo Fénix a fines de 2000.
— En los 80 en las universidades se discutía si había que pagar o no la deuda y no pocos decían que no. En el 2001 no se pagó.
—En septiembre de 2001 planteamos lo que era la columna vertebral de un proceso diferente. Liberarnos de esa monstruosa pared que se llama deuda externa. Veníamos de asistir a un vergonzoso canje que el gobierno de (Fernando) De la Rúa con la guía de (Domingo) Cavallo a último momento quiso ensayar y planteamos que el punto inicial debería ser liberarnos de esa traba. Dijimos que la deuda era impagable y que el único camino para el país era renegociar su monto, sus plazos y tasas de interés. El segundo punto esencial era recuperar la presencia del Estado como gran motivador, mediador y fomentador del proceso económico. Durante 30 años se había desmantelado el Estado y la Argentina vivió una fantasía en la cual el aporte externo era el elemento del desarrollo. La realidad era todo lo contrario.
—También se vivió la fantasía de una convertibilidad eterna.
—Bueno ahí había elementos adicionales. No cabe ninguna duda de que pasar del 1 a 1, a una nueva paridad requería algunas medidas claras y en muchos de nosotros había mucha duda por el temor de la incidencia de esas medidas sobre una población que estaba muy pauperizada. Había 25% de desocupación, 11 o 12% de indigencia, más de 50% de pobreza y una devaluación iba a traer aparejado un incremento de los costos internos. No obstante, el gobierno de (Eduardo) Duhalde decidió salir con una devaluación del 40%.
—¿De dónde surge el porcentaje?
—No fue arbitrario. Era el 40 % en que se estimaba se iba incrementar el costo de la producción argentina a raíz de la devaluación del 40, en un 15%, y el 25% era la recuperación de la competitividad argentina. Así comenzó y con algunas particularidades como esa asimetría que hacía que los deudores pagaran sus deudas 1 a 1 y que los acreedores las recibieran a 1,40. No obstante, se avanzó. El FMI aconsejó en ese momento que debíamos volver a un sistema cambiario de flotación sucia, con alguna intervención del Estado. Eso nos llevó a una devaluación monumental de más del 300%; el dólar saltó de 1 a 4. Pero simultáneamente, no sé si por azar o porque fueron videntes, esa devaluación no se trasladó al mercado interno. El traslado no pasó del 100% en vez del 400%, que hubiese sido catastrófico. Pesó mucho más en los sectores más pobres y menos en las clases medias adonde solo alcanzó un 50%. El país no tenía empresas porque habían quebrado las chicas y medianas y las grandes, tenían serias dificultades.
—¿El problema hoy es la inflación?
—Para nosotros el problema central de la Argentina es el empleo. Si uno quisiera simplificar —cosa que no deberíamos— yo prefiero tener un país con inflación y trabajo antes que uno con estabilidad y desempleo. Por eso me preocupa que quienes plantean su preocupación por la inflación propongan medidas que nos retornarían al desastre: ajustes, reducción del gasto público, reducción de políticas sociales. El empleo y la obra pública son esenciales. Hay que considerar que la Argentina tiene una historia de inflación muy arraigada pero en un proceso de crecimiento como el que tuvimos al 8 a 9%, es imposible que no haya inflación. De todos modos hoy hay un agravante que no ha cambiado y es la enorme concentración económica que hace que un grupo pequeño de empresas, muchas de ellas extranjeras, tiene una participación en la producción y el PBI muy importante. Resolver la distribución de la riqueza es una asignatura pendiente y no va a ser fácil porque no ha habido voluntad empresarial local de hacerlo. Muchos de nuestros empresarios optaron por ver sus empresas y poner su dinero afuera.
—¿En todo caso el problema no es que tengamos una inflación de un dígito sino que no sepamos qué inflación tenemos?
—Deducimos que ronda el 20 o 22% y es conveniente que sea reducido. Pero no es la vida o la muerte en la Argentina. Durante este proceso de crecimiento de los últimos años la Argentina tuvo en el exterior del orden de los 25 mil millones de dólares. Eso fue liberación para el Estado porque si el Banco Central hubiera tenido que comprar esos 25 mil millones de dólares hubiera tenido que emitir pesos por un valor equivalente y luego bonos para esterilizar ese exceso de emisión. Ahora la cosa ha cambiado, el país enfrenta la reducción de la posibilidad de ventas y la oferta a precio de remate de productos de otros países por la crisis internacional.
—¿Allí se explican las medidas en el mercado de cambio?
—En el 2008 estuvo la crisis del campo, en el 2009 se enfrentaron ya coletazos de la crisis internacional, se recupera en 2010, 2011 y 2012 ya no es así. Argentina no es que creció poco sino que también se comió los 2 o 3 puntos de arrastre que venían de 2011. Por eso estas medidas que se podrán criticar pero que son imprescindibles para mantener un superávit del orden de 12 mil millones dólares en cuenta corriente para enfrentar las cancelaciones de deuda externa sin necesidad de caer en manos de acreedores inescrupulosos.
—¿La política económica del gobierno es la aplicación del Plan Fénix?
—No. Aclaremos que nuestra intención fue poner en conocimiento de la sociedad caminos alternativos a los conocidos hasta ese momento. Y siempre hemos dicho que una cosa es opinar y otra es gobernar. Hay muchas cosa que no nos agradan, otras que discutiríamos y lo hacemos. La estrategia de sostener esto que pasa en el Indec y permitir que pierda credibilidad la presencia oficial en la información estadística nos parece un gravísimo error. La otra cuestión es que la distribución del ingreso no ha seguido un proceso creciente. En el 2004 dijimos que apoyábamos la discusión de renegociación de la deuda externa. La reactivación de un mercado nacional, la reforma de la carta del Banco Central que apoyamos aunque no reemplaza a la necesidad de una nueva ley de entidades financieras, nos pueden poner contentos. Pero en todo lo demás tenemos muchas idas y venidas. La redistribución del ingreso, una ley de reforma tributaria, una política minera porque no estamos muy seguros con lo que hace el gobierno, están pendientes.
—¿Llegamos a un escenario en el que la riqueza sigue sin distribuirse más equitativamente?
—Sí, claramente. Se ha mejorado la participación en el PBI del sector asalariado pero hay grandes focos en los que el sistema anterior sigue vigente. La renta financiera sigue siendo un patrón de acumulación importante en relación al PBI y no hay una política seria que reduzca las tasas de inflación porque no cabe ninguna duda que influye en el salario. La concentración económica no está resuelta. Las principales 300 empresas del país representan cerca del 58% de la producción y eso marca que sean formadoras de precios.
“La renegociación de la deuda fue inédita”. El economista Abraham Gak consideró que once años atrás, durante la crisis de 2001, aparecieron ideas de regionalizar el país por parte de muchos gobernadores. “Esas ideas que aterraron, ayudaron a morigerar las consecuencias de la devaluación”, dijo. “Algún día discutiremos si fue o no excesiva, si fue buena acerca de sus asimetrías que pagó el país creando una nueva deuda a favor de los bancos”, dijo.
De todos modos, para Gak fue “imprescindible” porque “el valor de nuestra moneda se había incrementado y nos descolocaba en el comercio internacional” y agregó que “el único sector que a pesar del 1 a 1 seguía de alguna manera medrando era el agrario. No el pequeño productor”. Recordó las 14 millones de hectáreas que estaban hipotecadas en el Banco Nación y que eran miradas vorazmente por sectores financieros que querían privatizar el banco al sólo efecto de ejecutar esas hipotecas. “Felizmente eso no ocurrió”, agregó.
Por otra parte, consideró que la renegociación en la deuda externa “la Argentina fue líder y logró un hecho inédito”. Según dijo, “en todo el mundo hubo default en algún momento, todos tomaron medidas que afectaron intereses privados. Pero nunca llegaron a tener el volumen al que llegó la deuda argentina que llegó a tener y negociar una cifra inédita. Era el 140 o 150% del producto bruto y el 97 % de esa deuda era en moneda extranjera”.