El 20 de septiembre de 1975 una bomba destruyó el salón de actos de La Casa del Maestro, el sitio donde el magisterio mantenía reuniones gremiales y daba lugar a valiosas experiencias educativas. A 40 años de aquel atentado perpetrado por la Triple A, un grupo de educadoras se propuso recuperar esas historias bajo la consigna “En memoria de una pedagogía militante”. Un dato impactante es que el sitio destruido nunca más se recuperó: permanece hasta con los escombros de aquel ataque.
La Casa del Maestro está en pleno centro rosarino, en Laprida 1423. Ingresar al lugar es como hacerlo a un túnel del tiempo: primero aparece un busto dedicado a Sarmiento, luego mobiliario en uso y que por su diseño delata una buena cantidad de años, y un espacio al que le falta mantenimiento. Lo más llamativo es recorrer el terreno que está detrás, en el fondo del edificio, donde se ven los límites de lo que fuera un salón y un gran patio. El lugar está abandonado y los rastros de aquel atentado se conserva como un testimonio intacto. Eso se ve en los escombros que permanecen entre los yuyos y hasta restos de una bella mayólica. Un espacio que nunca más se recuperó.
¿Qué había detrás de aquel ataque? ¿Por qué eran “peligrosos” esos maestros que habían pasado por esa Casa? Algunas de esas preguntas se las hicieron las educadoras ahora abocadas a reconstruir esas historias, donde surgen nombres como los de Rosita Ziperovich o María Teresa Nidelcoff. Y cuentan que lo que apareció tras esa pregunta fue encontrarse con maestras y maestros que además de “militantes gremiales eran verdaderos militantes pedagógicos, que desplegaban en sus escuelas claras propuestas de una educación al servicio del pueblo”.
Estas docentes conformaron en 2009 el espacio Alfabetizar-nos que comienza a dictar talleres y capacitaciones en la sede de La Casa del Maestro, el nombre con el que se conoce a la sede de la Sociedad Unión del Magisterio. Así comienzan a recuperar las aulas de la planta alta para esas clases, un mobiliario tan antiguo como bellísimo y también la vieja biblioteca, hasta entonces abandonada.
La sorpresa fue mayúscula cuando comenzaron a desempolvar cajas y bolsas con libros, boletines y publicaciones, entre los que hay bibliografía de fines del 1800 y principios del 1900 sobre didácticas de distintas disciplinas, revistas El Monitor de la Educación y folletería gremial. “Ahora falta catalogar y poner el material a disposición de los docentes, investigadores, institutos de formación”, adelanta la profesora Stella Perino, una de las integrantes de Alfabetizar-nos. En este espacio y emprendimiento también están Marinil Esquivel, Beatriz Pedrana y Adriana Cantero (quien fuera ministra de Educación de la gestión de Jorge Obeid).
Según comparte Perino, la intención va más allá de recuperar un espacio de trabajo y formación, también pretenden rescatarlo como ámbito de estudio, debates, recopilación de experiencias pedagógicas, proyección de posibles investigaciones educativas y de memoria. Para dar continuidad a semejante iniciativa, cuenta que fue oportuno trabajar sobre el aniversario del atentado a La Casa del Maestro ocurrido el 20 de septiembre de 1975. Por eso a 40 años de ese hecho una de las primeras tareas fue organizar un encuentro con la consigna “En memoria de la pedagogía militante”, para compartir distintas miradas sobre aquellos protagonistas de los 70. Tal como explica Perino, la idea de esta convocatoria, que se realizó ayer, tiene la meta de “caracterizar el contexto político gremial en los inicios de los 70, las discusiones a partir de definirse como Sindicato de Trabajadores de la Educación de Rosario (Sinter) que llevan a la ruptura con la Casa del Maestro, y también valorar algunas de esas experiencias pedagógicas”.
Biblioteca. La conversación se da en la biblioteca de la Casa del Maestro, con la que están entusiasmadas en darle vida. “Quién la habrá leído, qué experiencia habrá provocado”, se preguntaba Stella Perino a medida que iban descubriendo los libros olvidados. En ese trabajo siempre aparecía el recuerdo del atentado, “todos hablaban de la famosa bomba con diferentes datos de lo que había pasado”. La lectura de un artículo periodístico las llevó al año preciso del ataque y resultó una invitación inmediata a seguir indagando en el hecho. Se trata de la nota “El día en que Elvira volvió a dar el presente en el Iset 18”, publicada el 25 de octubre del año pasado en este suplemento. De ahí se volcaron a rastrear más información en la hemeroteca y comenzar a andar este camino de reconstrucción. La nota recordaba a Elvira Márquez Dreyer, una joven bibliotecaria secuestrada y desaparecida en 1976, quien había trabajado en la Escuela 100 de Pueblo Nuevo y en la Vigil. Militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y en el Sinter.
Perino repasa que con esos datos en mano, más los que les proveyó el recuerdo colectivo, comenzaron a aparecer los nombres de aquellos militantes gremiales pero que además compartían “una militancia pedagógica marcadamente comprometida”. Menciona entonces figuras emblemáticas como Rosita Ziperovich, María Teresa Nidelcoff, Susana Gauna, Beatriz Ravier, Nora Lijtmaer, Elsa Salvoni, Rosa Trumper de Ingalinella, Alicia Cerliani, Ovide Menin, Susana Figueroa, Olga Baroni, Raúl Ageno... Dice que trabajaban con “un concepto donde la educación es una práctica política”. Una visión de este oficio que se correspondía con lo que pasaba en ese momento: en 1973 se había constituido la Ctera en Huerta Grande reconociendo al maestro como un de trabajador de la educación.
Para confirmar la primera hipótesis sobre la “peligrosidad” de esos educadores a los que se atacaba con una bomba, Perino cuenta que extendieron la búsqueda a materiales de lectura y de investigación: “Encontramos una investigación de Flavia Alonso, de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), publicado como libro: «Nacionalismo y catolicismo en la educación pública argentina», desde el 76 al 83, que nos aportó mucho”. Esa lectura colaboró para ayudar a entender, entre líneas, aquellas “acusaciones que hacían los milicos a la docencia”. Por ejemplo, —continúa— “los milicos sostenían que los docentes habían perdido los valores del catolicismo y del nacionalismo, y que confundían a los niños porque les transmitían ideas equivocadas”. O bien censuraban aquella literatura infantil “por exceso de imaginación” o “una fantasía ilimitada” tal los libros de escritoras como Laura Devetach o Elsa Bornemann, o de aquellos educadores acusados de “subvertir la palabra y la gramática”, como los textos de lectura Ernesto Camilli, como “El sol albañil” y “Las casas del viento”.
Compromiso. En este recorrido, aparecen el trabajo de Nidelcoff “Maestro pueblo, maestro gendarme”, su original experiencia de enseñanza con “las cartografías”, las formas de organización que toma una comunidad y donde también se hablaba de por qué la pobreza, por qué la desigualdad; también el de Rosita y su desarrollo de la teoría de conjuntos que discutía aquellos principios matemáticos presentados como axiomas. Y Susana Gauna —sigue el relato Perino— que había desarrollado una experiencia bien interesante en la Escuela 100 de Pueblo Nuevo y en la Primaria 81 de Rosario con las realidades del barrio. También el desarrollo del grupo Contenidos, desde donde los maestros se nutrían de autores como Freire, Bachelard, Althusser, Vigotsky o Piaget.
Marinil Esquivel resalta junto a Perino que lo que viene es no quedarse atadas a ese pasado, sino más bien hacerlo presente para que esas historias sean conocidas, motivadoras de nuevas experiencias, en particular por los nuevos docentes y quienes se están formando. En el encuentro realizado ayer fueron convocados Enzo Montiel para hablar del contexto político de aquel momento; Amanda Boses para referirse a Rosita Ziperovich, Liliana Sanjurjo sobre el Grupo Contenidos y Perino sobre la obra de Nidelcoff. Es el primero de lo que promete ser una serie de encuentros para rescatar la pedagogía militante.