El 20 de Junio pasado tuvimos el honor de recibir en nuestra casa, en la sede de nuestra bandera patria, a la presidenta de la Nación Argentina.
El 20 de Junio pasado tuvimos el honor de recibir en nuestra casa, en la sede de nuestra bandera patria, a la presidenta de la Nación Argentina.
Como cualquier ciudad del interior, teníamos la expectativa de acoger, puertas adentro de nuestra ciudad, con la hospitalidad que caracteriza a Rosario, a nuestra primera mandataria nacional, a toda su comitiva gubernamental pero también, e indefectiblemente, a sus candidatos y a su ecléctica militancia.
Pero este año electoral empobreció esas ansias. Un paisaje distinto se dibujó en las inmediaciones del Monumento Nacional a la Bandera. Una mañana gris, más gris que de costumbre, opacó aún más el escenario. Y eclipsada la fecha patria por la mediocridad de un acto electoral disfrazado de protocolo presidencial, hizo resignar a muchos de sus asiduos ciudadanos, que año tras año comparten y disfrutan de este acto conmemorativo, su cuota constitutiva, de propiedad, que significa nuestro símbolo patrio.
Los de por acá, todos, sabemos cómo funcionan en la provincia de Santa Fe las instituciones; estamos habituados a un posicionamiento ético que indeclinablemente nos reivindica en el respeto. Hace décadas que el 20 de Junio se configura entre nosotros como una fecha de celebración, de reivindicación histórica y de conmemoración de una única bandera. Vamos al acto por convicción, personal o institucional, y disfrutamos unas pocas horas de un encuentro emocionante pero sereno entre ciudadanos de cualquier tinte político. Tal vez, a nuestros distinguidos visitantes se les escurrió la sana posibilidad de, antes de llegar, conocer las costumbres de esta ciudad.
Es bastante probable que la voz presidencial, además de opacar refleje. Sin dudas, una erguida postura que hace ver y hace hablar. Los episodios, en directo o mediatizados, vividos el lunes por todos los argentinos, seguramente no se sienten con la misma intensidad, pero se evidencia algo de lo mismo, en cada uno de nosotros, que no se puede ocultar.
Existe, desde hace unos años en Argentina, una tenaz necesidad ciudadana de saber de qué se trata, de dejar de mirar de costado los acontecimientos políticos (y no sólo los políticos partidarios), la vida institucional, el suelo económico, social e histórico en el que nos paramos. Un ansia, tal vez tímida pero cada vez más consistente, de descubrimiento, de des-velo y de desmantelamiento. Una forma decididamente más lúcida de mirar.
Inexorablemente aquello que ayuda son los escenarios, los lugares altos. Hacia allí no dejamos de observar. Estamos atentos, como ciudadanos, a los montajes y a las escenas que nos interpelan permanentemente a la toma de decisiones, a la elección de posturas y a la construcción decidida de una accionar autónomo. Nada demasiado rebuscado, simplemente una instancia posible, más prudente, más serena, más sólida y, sobre todo, mucho menos tramposa, de construcción de lazo social.
Y esta vez, los ciudadanos vieron (vimos) con indudable claridad, una situación decididamente vetusta para la edad que ya tiene nuestra democracia, pero reveladora; pues nada quedó tras bambalinas y apareció, en el palco central, ese atril cooptado por la primera mandataria, sus principales colaboradores y sus candidatos y, en la platea principal, sus militantes embanderados.
Y los dueños de casa no hablaron. No porque no pudieran hacerlo, sino porque ante tal despliegue intolerante, suele ser mejor callar. Los silencios son modos de decir, y también de desenmascarar, sobre todo considerando que el éxito del gobierno nacional se halla en directa proporción con los procedimientos que logra ocultar.
En el día memorioso de nuestro Belgrano heroico, de su lucha histórica por la igualdad y por una mayor libertad popular, hemos experimentado la situación de ser meros observadores de una evidente paradoja: como blanco de todas las miradas lució menos nuestra larga "bandera idolatrada" que el personalísimo asuntillo electoral. Es la ciudadanía, en su ejercicio cotidiano de la democracia, la que sin dudas sabrá evaluar. Una ciudadanía cada vez más alejada de esos "miserables intereses sectoriales", de esos "puños crispados" y muy probablemente algo reacia a creer efectivamente que "estas son las políticas de Belgrano", distintas a las existentes "diez años atrás, cuando los argentinos estábamos enfrentados". La absurda paradoja de la palabra en acto.
El discurso, hacia el final, cerró la posibilidad de otras voces, tras la enseñanza de que "a la patria la construimos todos, con humildad pero también con dignidad" y a la postre apenas algunas palabras más, hasta el día después, y el anuncio por cadena nacional de su decidida postulación presidencial.
La antesala, la previa, con sede a los pies de la bandera, deja un sabor amargo, por lo menos local.
No obstante, siempre es útil la enseñanza. Seguimos pensando que vamos por más democracia y mayor cohesión social, aportando de verdad a la armónica convivencia entre los argentinos debajo de la única "celeste y blanca", de todos. Lejos, bien lejos de inútiles, retardatarias y dolorosas confrontaciones.
(*) Diputado provincial, FPCyS Partido Socialista