Si el primer acuerdo con el FMI terminó en un completo fracaso, el segundo debutó con una crisis política. La renuncia de Caputo al Banco Central no es una anécdota ni una pelea. Concentra todos los elementos del derrumbe económico macrista. Caputo comandó las operaciones de endeudamiento del gobierno en favor de los fondos especulativos. Lo hizo bordeando los dos lados del mostrador, como lo demostraron las revelaciones sobre su participación como socio o apoderado de esos fondos en paraísos fiscales.
La última de estas operaciones fue gestada en ocasión del primer acuerdo con el FMI. Entonces, Caputo convenció a varios de los principales fondos especulativos del mundo –Templeton, BlackRock, Pimco– a traer fondos a la Argentina, bajo el señuelo de que el acuerdo aseguraría una estabilidad cambiaria y –con tasas de interés del 45%– rendimientos jugosos en dólares, al menos por un período.
Pero la promesa de Caputo a sus ¿ex? socios resultó un fiasco: en apenas dos meses, el dólar subió de 24 a 40 pesos. Caputo intentó entonces contener la evolución del dólar para aminorarle a los fondos los daños de una salida de Argentina. Y lo hizo a costa de una nueva sangría de divisas: la "estabilidad" cambiaria de las últimas semanas se sostuvo sobre la venta de 200 a 300 millones de dólares por día. Caputo –¡y Macri!– aspiraban, en última instancia, a recrear un nuevo financiamiento internacional, y darle aliento a un régimen en terapia intensiva. Naturalmente, y para que esta operación prosperara, había que arrancarle al FMI un acuerdo "generoso".
Sin embargo, el FMI les cortó el rostro: el "gran" anticipo de fondos del organismo se reducirá a un monto menor. El FMI sólo auxilia para el pago de los vencimientos de deuda. Por lo demás, ha ratificado que el valor del dólar debe "fluctuar libremente", o sea que la desvalorización del peso –y por lo tanto de los salarios y jubilaciones– debe ir tan lejos como lo indique la bancarrota argentina.
Macri aprovechó su viaje a Washington para lanzar su candidatura a la reelección. Los anfitriones lo aplaudieron, pero –a través de Lagarde– le hicieron ver que primero deberá rescatar a los acreedores de Argentina. El régimen político deberá adaptarse a esa exigencia, y no al revés.
El BCRA y Hacienda
El economista Miguel Kiguel sostuvo que el gobierno dio una señal "positiva" al unificar toda la política económica en manos del Ministerio de Hacienda, y restarle así autonomía al Banco Central.
"Claramente lo que se ha hecho es unificar toda la política económica, me parece que ahora tenemos un ministro de Economía fuerte, que realmente le puede dar homogeneidad a todo el manejo económico", enfatizó.
Kiguel señaló que de ahora en más "va a haber mucha más coordinación entre el Banco Central y el Ministerio de Hacienda, lo veo como algo positivo".
En ese sentido, explicó: "muchas veces, en los países, se pide un Banco Central más independiente o autónomo y eso tiene mucho sentido cuando una economía está estabilizada, para que ese organismo cumpla con su tarea de ir controlando la inflación".
"Pero creo que en la Argentina, en esta coyuntura, donde tenemos inflación muy alta, importantes desequilibrios y donde hay un programa con el Fondo Monetario, es importante que haya mucho más coordinación y una visión conjunta de la economía", añadió.
Para el economista, la renuncia de Luis Caputo "fue muy sorpresiva y no legó en el mejor momento" y sobre su sucesor, Guido Sandleris, dijo: "desde el punto de vista técnico es un muy buen profesional, aunque claramente le falta experiencia" para el cargo que ahora ocupa.
Con relación al dólar, evaluó: "El precio del dólar está muy alto, pero puede subir un poco más, aunque no veo cambios bruscos".
A su criterio, "una crisis cambiaria puede seguir en la medida en que las presiones para la devaluación sean muy fuertes".
"Pero el dólar está a un nivel en el que es difícil pensar que pueda llegar a haber un movimiento tan fuerte" como los recientes, consideró el economista.