Argentina vivirá un largo período de estancamiento económico con inflación. La consecuencia será una gran presión tributaria y caída de consumo. El desafío es mantener el nivel de ingresos y reinventarse para superar la crisis. El contexto internacional no luce favorable a la economía argentina, y empantana la expectativa de una recuperación económica en 2019. La guerra comercial entre Estados Unidos y China detonó la crisis en el mundo emergente. Comenzó en abril de 2018, y desde el arranque cortó el financiamiento del mundo emergente, con nocivas consecuencias para Turquía y Argentina, los dos países con mayor déficit de balanza de pagos en 2018.
Otro impacto de la guerra comercial es la fuerte caída de la actividad económica a escala global, que empujó a la baja el precio de la mayoría de las materias primas que impulsan las exportaciones argentinas. Hay que destacar que los problemas entre Inglaterra y la Unión Europea ayudaron a potenciar la caída de la actividad económica a escala mundial. La comedia de enredos del Brexit dejó con pocos negocios al viejo mundo y un camino plagado de incertidumbre.
Hoy la puja entre Estados Unidos y China deja como saldo una devaluación de todas las monedas del mundo emergente, incluída la moneda China, tasas a nivel mundial más bajas para Estados Unidos, y mucho más elevadas para el mundo emergente por la debilidad estructural de sus economías, y menos inversión en casi todo el planeta.
En este escenario, la economía argentina está condenada a vivir con lo nuestro. A raíz de un mal diagnóstico internacional, el gobierno creyó tener financiamiento externo disponible por 8 años y La Argentina en los últimos 365 días es un ajuste permanente. El poder adquisitivo de la población cayó estrepitosamente, y la extensión de la crisis en el tiempo hace que el fantasma del desempleo se pavonee entre nosotros.
El gobierno comienza a ver con preocupación que la actividad económica en 2019 no crecerá, lo que implica que posiblemente no pueda cumplir las metas de recaudación esperada. Quedan dos caminos por delante, aplicar nuevos tributos, subir los existentes o bajar el gasto público.
Luce muy difícil que pueda aplicar un nuevo tributo, dado el hartazgo de los empresarios y la sociedad que conviven con una presión tributaria asfixiante. Sin embargo, el gobierno se las ingenia para aumentar alícuotas impositivas como lo hizo hace muy poco con la tasa de estadística de las importaciones.
El gasto público nunca baja, y el gobierno tiene sus razones. El 61,3% del gasto público corriente son prestaciones sociales, entre el pago de jubilaciones y la asignación universal por hijo; mientras que un 14,6% del gasto corriente es pago de salarios a empleados del sector público. Entre estos dos rubros representan el 75,9% del gasto corriente. El de capital es un 10% de lo desembolsado en estos rubros, por lo que es imposible que la inversión del estado mueva la rueda de la actividad económica.
Además, los intereses de la deuda pública duplican lo invertido en gasto de capital. En este escenario es difícil bajar el gasto público, dada las restricciones que tiene el gasto social; dejar de pagar intereses de la deuda implicaría quedar afuera del mundo y poco hay obra pública: un pronóstico de caída de actividad cantado.
En este contexto el consumo privado, agobiado por una presión tributaria creciente, tasas de interés en la estratósfera, costos en suba y salarios que pierden poder adquisitivo no pueden mover el amperímetro de la recuperación económica. Quedarse en casa y mirar televisión o Netflix parece el programa más apropiado para la familia. No gastás dinero, te insertar en el mundo a través de un canal de películas y series, te alejás de la vida cotidiana y no ves ni de cerca a la clase política argentina. Noticieros abstenerse.
Conclusión
Los motores del crecimiento económico no están encendidos. El precio de las materias primas que exportamos es muy bajo, pese al veranito de suba de precios de los últimos días. Una golondrina no hace el verano. Brasil no muestra posibilidades de un crecimiento del PBI que impulse a nuestra economía. El Estado no está en condiciones de empujar a la economía ya que el gasto en capital es insignificante y representa el 1,6% del PBI. Nuestra economía no está recibiendo inversiones por la incertidumbre sobre los resultados electorales, lo que enturbian la mirada de mediano y largo plazo. Desde 2015 estamos estancados en una exportación que no supera los u$s 62.000 millones.
La economía no crecerá en 2019, vemos una mejora en los activos financieros por los bajos precios de títulos públicos y acciones. Las empresas deberán adaptarse a una nueva escala productiva, agregar valor, bajar costos, más tecnología y financiamiento propio. Habrá que reinventarse para superar la crisis, nada será gratis, mucho esfuerzo y trabajo, sin esparcimiento fuera de casa, Netflix y pizza en el living o comedor. tasas de interés extremadamente bajas. Este panorama halagüeño duró hasta abril de 2018, luego se cortó el crédito y el gradualismo mutó en un ajuste salvaje. A fines de 2017 el déficit fiscal primario rondaba los u$s 23.000 millones al año. En la actualidad bajó a u$s 7.000 millones: el ajuste lo pagó el sector privado con mayores tributos a la producción, aumento de tarifas púbicas, y el Estado absorbió el crédito disponible en el mercado interno, dejando al Banco Nación desfinanciado y sin posibilidades de atender al sector productivo con tasas de interés competitivas.