La industria del aceite de soja ya no es lo que era en la Argentina. Con añoranzas de las épocas en las que importaban poroto paraguayo a granel y en las que China todavía no procesaba a la escala que lo hace ahora, la voz de Alberto Rodríguez, de la Ciara (Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina)—quien disertó en Rosario sobre industria oleaginosa en el mundo en el marco del 5º Congreso Mercosoja— sonó más triste que la brasileña, más protestona que la paraguaya y menos filosófica que la china.
“Desde abril del año pasado la industria empezó a tener márgenes negativos, tanto por el aumento en dólares de los costos que enfrentamos como por la menor utilización de la capacidad instalada de nuestras usinas”, desgranó Rodríguez, a quien le costó —incluso en un ámbito afín como la Bolsa de Comercio de Rosario— explicar que representa a un sector en crisis.
Rodríguez aprovechó la ocasión para reclamar mayor y mejor infraestructura, en una lista que se repite en todos los foros granarios y que incluye el anillo del Circunvalar, el ferrocarril Belgrano Cargas y mejoras en la red caminera para llevar la producción hasta los puertos. Pero además, lanzó algunos dardos también de frecuente uso en los foros industriales, ya que acusó pérdida de competitividad por los menores márgenes de ganancia y un incremento de las barreras proteccionistas en terceros países.
“Sufrimos un aumento de los costos en dólares, ya que en los últimos años el tipo de cambio subió un 33%, pero los costos lo hicieron mucho más, por esos motivos hoy la industria aceitera argentina no gana mucha plata”, apuntó el dirigente empresarial, quien detalló que la utilización de la capacidad de molienda de las plantas ubicadas en el cordón ribereño del Gran Rosario cayó desde un 85% en 2005 a un 76,1% el año pasado.
En ese punto, los dos factores que mejor explican esa reducción son la prohibición temporal de importar soja paraguaya para procesar acá —una medida que terminó favoreciendo al país guaraní, que corre como liebre en la carrera de los commodities—; y el incremento en la capacidad de molienda de China, que importa cada vez más porotos sin elaborar: “Esa reducción significa un aumento en el costo fijo por tonelada por la perdida de escala”, dijo Rodríguez.
Tampoco fue auspicioso el escenario internacional que trazó, ya que aseguró que desde la Ciara prevén un estancamiento en las economías desarrolladas y un ralentizamiento en el crecimiento de los emergentes: “puede haber un estancamiento en la demanda de harinas oleaginosas como consecuencia de la crisis internacional, y además esperamos un aumento de la capacidad instalada en China, con crecimiento de las importaciones de porotos”, subrayó.
GRAN HERMANO. En un tono menos dramático pero apuntando algunas situaciones que perjudican a la industria aceitera de su país, el brasileño Fábio Trigueirinho, de Abiove (Asociación Brasileña de Industrias de Aceites Vegetales) destacó la oportunidad que tiene el Mercosur en el mercado de los alimentos, en parte porque es el único lugar del mundo donde quedan tierras fértiles sin explotar.
“Estados Unidos ya no tiene tierras porque llegó al límite de la frontera agrícola, eso significa crecimiento para la zona Mercosur más Bolivia y una oportunidad única de crecimiento para 2020”, sintetizó.
En un plano local, Trigueirinho destacó que Brasil enfrenta dos desafíos mayores: aumentar su productividad en al menos 2% por año, y dar un salto de calidad grande en cuestiones logísticas como transporte, puertos y acopios.
Es que las distancias terrestres entre las zonas de cultivo y los puertos son el gran enemigo de la rentabilidad sojera brasileña, ya que el 60% de la producción va en camión recorriendo distancias en promedio superiores a los 1000 kilómetros, lo que convierte en invivibles a los costos logísticos: “cuesta más de 60 dólares por tonelada llevar la soja hasta el puerto, y ese costo si hablamos de la producción del Mato Grosso sube hasta 1000 dólares, por eso necesitamos cambiar la matriz del transporte”.
Pero además, destacó que Brasil exporta cada vez más porotos, y cada vez menos productos elaborados. De hecho, la mitad de la harina de soja queda en el país.
“Exportamos el 70% del poroto a China, pero ese país tiene una escalada tarifaria para proteger su industria de aceites y harinas, así el poroto paga 3%, la harina 5%, el aceite 9% y las carnes 25%, es que China se protege”, aseguró, para completar: “Argentina se protege mejor de la escalada tarifaria china, porque en Brasil los reintegros tardan cinco años en hacerse, y cuesta obtenerlos, la burocracia es grande y pesada”.
Además, aseguró que en el gigante del Mercosur existen fuertes desequilibrios tributarios que atentan contra la industria aceitera, como un impuesto interprovincial de 12% si el industrial quiere comprar poroto en otro estado: “por eso no hay compras interprovinciales, lo que genera que las industrias sean pequeñas, porque sino no conviene”.
“Es como si fueran 27 países, es todo muy complicado”, bramó Trigueirinho, quien además agregó que la industria paga 2,3% de impuesto al fisco cuando compra materia prima (el Funrural) y que por eso exporta sin elaborar.
“Precisamos un nuevo modelo tributario para igualar lo que hace China, hay que eliminar los desequilibrios y mejorar la política monetaria con bajas a la tasa de interés”, destacó.
Existen además cuestiones de política macroeconómica como los altos valores del real y de las tasas de interés, dos variables que si bien el gobierno de Dilma Roussef comenzó a corregir —para desgracia industrial argentina— todavía presionan la rentabilidad brasileña. “Enfrentamos un problema con la tasa de cambio y la tasa Celic, que está en 12 puntos, mientras que la inflación está en 7, eso significa entrada de fondos especulativos”, expresó.
GARRA GUARANi. Mientras los gigantes sudamericanos desentrañan los secretos de sistemas fiscales complicadísimos y de actores políticos contrapuestos, Paraguay abandonó el vestido de Cenicienta y ya se prueba los tules reales de gran productor mundial de soja.
Contra los pesares de sus colegas argentino y brasileño, el guaraní Eduardo Tessari —de Dreyfus Paraguay— fue un canto al optimismo y hasta tuvo tiempo de decir que las medidas de sus socios que alguna vez los perjudicaron terminaron favoreciendo el crecimiento de la industria oleaginosa en esa nación sin mar.
Paraguay produce harina, aceite, soja, maíz y trigo y mueve entre el 90 y el 95% de los granos a través de la Hidrovía Paraguay-Paraná. Ya es el cuarto exportador mundial de soja, el sexto de aceite de soja, y el octavo de carne bovina y de harina de soja. El año pasado su economía creció un 15%, y espera para esta campaña una cosecha récord de 8 millones de toneladas, con un crecimiento estimado de la productividad de 2 a 3 puntos anuales. Para la próxima campaña pronostican llegar a las 9 millones de toneladas gracias al aumento de la productividad, que alcanzó este año 2.917 kilos por hectárea, apenas 100 kilos menos que en Brasil.
“La molienda no está muy desarrollada todavía, hoy procesamos 6500 toneladas por día, pero esperamos duplicar esa cifra para 2013”, explicó Tessari. Es que la decisión argentina tomada en 2009 de prohibir la importación de soja paraguaya hizo que la industria ampliara sus bases en Paraguay, donde Dreyfus y ADM lanzaron millonarias inversiones.
“El cierre temporario nos terminó ayudando, hace dos años vendíamos la mitad de nuestra producción a Argentina y eso se cortó, pero sirvió para encontrar mercados alternativos, por eso hoy no nos afecta, pudimos incrementar la capacidad de molienda propia y se convirtió en una fortaleza”.
Antes que la Argentina, Brasil ya había hecho lo propio para —sin proponérselo— colaborar con el desarrollo del vecino, cuando a raíz de la prohibición en 2004 de embarcar soja transgénica por el puerto de Paranaguá la nación guaraní desarrolló un modo alternativo para el flujo de la cosecha al rescatar la estructura del canal Paraná-Paraguay. Hoy Paraguay usa 27 puertos fluviales, 16 sobre el Paraná y 11 en el Paraguay.
Entre los principales aliados que el agro tiene en Paraguay, Tessari destacó la aplicación de tecnología de última generación; el alto poder negociador en la esfera política de los agroindustriales; y el gran potencial de crecimiento que resta tanto en área como en rindes.
“El sistema financiero está sano y está involucrado en los agronegocios, y el régimen impositivo por ahora es suave, no hay retenciones, se habla, se debate, pero no hay nada hasta ahora”, apuntó.
La contra son los costos logísticos que significa no tener salida al mar; la falta de recursos humanos capacitados y la proliferación de barreras para-arancelarias internacionales. •