Pero sucede que ahora los plomeros y carpinteros del mundo entero van a tener
que pagar las malas decisiones, no exentas de corrupción, del poder financiero norteamericano. En
Wall Street han estado de fiesta durante el último lustro y nadie lo advirtió ni denunció: ningún
organismo internacional, ninguno de los "gurús" de la economía que anticipan casi siempre
equivocadamente qué va a suceder. Nadie. ¿Cómo fue posible?
Paul Krugman, premio Nobel de Economía 2008 y columnista del New York Times dijo
hace unas semanas a un grupo de estudiantes de Economía en Estocolmo —según lo reflejó la
prensa argentina — que la crisis mundial se debió a la existencia de "un sistema financiero
paralelo que hace los negocios del banco, pero sin las regulaciones del tradicional "banco de
mármol". El economista, profesor de la Universidad de Princeton y fuerte opositor a las políticas
de Bush, fue muy autocrítico: "Me culpo por no haberlo detectado a tiempo y hoy vemos una corrida
bancaria, pero en vez de tener gente haciendo cola en las calles, están haciendo click con el
mouse".
Plata fácil
Las explicaciones a este fenómeno pueden ser esbozadas por los expertos, sin
dudas, desde la teoría económica: tasas de interés bajas, bancos y financieras con necesidad de
obtener ganancias, hipotecas subprimes, burbujas inmobiliarias, securities incobrables, etcétera,
etcétera. Pero, además, se trató de una suerte de complicidades no escritas y tácitas en el mismo
seno del núcleo financiero mundial que tiene que ver más con la miseria del ser humano y su afán de
lucro y especulación ilimitados que con escuelas económicas y análisis micro o macroeconómicos.
Cómo se explica, si no, el comportamiento de las calificadoras de riesgo, que con sus veredictos
suben o bajan la calidad de deuda de bancos, empresas y naciones.
Moodys, por ejemplo, una de las más importantes del mundo, calificó con buenas
notas a los instrumentos financieros de los préstamos hipotecarios norteamericanos de mayor riesgo
de pago (subprimes) que se "empaquetaban" y se transferían a los inversores con promesas de
seguridad y buen rendimiento. En menos de un año los bajó a la peor calificación, cuando ya era
tarde, y el "virus financiero" se desparramaba por el mundo entero.
Moodys, como otras calificadoras, ganaron mucho dinero poniendo notas a
instrumentos financieros que emitían sus propios clientes y a quienes les cobraban por sus
servicios. Eran jueces y partes y aunque siempre lo habían hecho, hasta aquí con independencia, el
afán del dinero fácil y una vida licenciosa tal vez les hicieron perder el rumbo y la
trayectoria.
Cuando las crisis, de cualquier tipo, están en la cresta de la ola, aparecen
como por arte de magia historias que convalidan y explican situaciones que nadie sabe por qué antes
no llamaban la atención. Los sueldos increíbles de los ejecutivos de empresas financieras y los de
sus secretarias no tenían parangón con los de sectores de la producción o servicios
norteamericanos. La fastuosidad consumista que les otorgaba su nivel de ingresos era pensada más
como producto del éxito que de una burbuja que no tardaría en pincharse. "Nosotros producimos los
commodities de este país con esfuerzo y trabajo y allá en Nueva York ni se enteran y están siempre
de fiesta", comentaba hace unos meses un granjero norteamericano, productor de maíz en el estado de
Iowa.
El caso Madoff
Cómo explicar, también, que una sola persona, Bernard Madoff, haya podido
producir la mayor estafa de la historia al defraudar en cerca de 50 mil millones de dólares a
millonarios, fondos de inversión y bancos de todo el mundo sin que nadie lo notara.
La historia, conocida en las últimas semanas, de la empresa gestora de fondos
especulativos Bernard L. Madoff Investment Securities no deja de asombrar al planeta entero. Su
dueño, un operador aparentemente confiable, con trayectoria en el mercado, autorizado y supervisado
por la Comisión del Mercado de Valores de EEUU, engañó a todos e ingresó en lo que en la Argentina
llamaríamos una bicicleta financiera que no pudo parar. Madoff pagaba altos rendimientos y tenía
liquidez con el dinero que le iba ingresando de otros inversionistas que confiaban en su empresa.
Pero cuando por la crisis muchos de sus inversores le pidieron retirar sus fondos la cadena se
quebró y todo se derrumbó.
En España, por ejemplo, hay miles de afectados por un fondo denominado, vaya
paradoja, "Optimal Strategic". Es lo que se conoce como un "hedge fund", fondos libres, de alto
riesgo y que podían dejar una renta de entre un 10 y 15 por ciento anual, sospechosamente una cifra
muy superior a la media del mercado. Sólo el Banco español Santander admitió haber colocado nada
menos que 2.330 millones de euros de sus clientes en los fondos que administraba Madoff. También
hay organizaciones benéficas de todo el mundo muy afectadas.
Mientras la crisis hacía que los rendimientos de los instrumentos financieros se
hundieran en todo el mundo, los que gestionaba Madoff parecían estar en una isla, ajenos a la
volatilidad y sin ser afectados. ¿A nadie en Wall Street le llamó la atención?
¿Toda esta estafa la hizo Madoff para mantener, entre otras cosas, su lujoso
piso en el Upper West side de Manhattan o su mansión en un selecto club de golf de Florida? Parece
muy ingenuo. Le esperan varios años de cárcel y la ruina total. Madoff, de 70 años, y más de 40 en
el rubro financiero, ¿fue cómplice o víctima de un sistema que puja y puja cada vez más por mayor
rentabilidad? ¿Tanta ganancia para qué?, una pregunta más filosófica que económica y que ha tenido
mucho que ver con lo que ha pasado en el complejo mundo de las finanzas.
El plomero Joe
Todo este desbarajuste financiero terminó afectando a la economía real de los
Estados Unidos. Su dimensión se vio con el famoso caso del plomero Joe, de Ohio, que se "metió" en
la campaña entre Obama y MacCain. Ambos candidatos le habían prometido que podría cumplir el sueño
americano de comprar la empresa donde trabajaba en base a recortes de impuestos e incentivos a la
inversión. Pero hay dudas de que Joe pueda hacerlo porque la prensa descubrió que, en realidad, no
tiene título habilitante para ser plomero, no está registrado en el sindicato que los agrupa y
mantiene una deuda con el Estado. En la Argentina diríamos que Joe es un trucho. Y esa palabra (ya
aceptada por la Real Academia Española) que tan bien recrea el espíritu de muchos argentinos parece
haber sido adoptada en el Norte. El sistema financiero norteamericano a través sus bancos
comerciales y de inversión con pocas regulaciones, sus dudosas calificadoras de riesgo, sus
empresas gestoras de fondos, asesores, corredores de bolsa y todo el ambiente de las finanzas se
mandaron la "truchada" del siglo y crearon una riqueza ficticia de la nada y en base a la
especulación.
El granjero de Iowa, que en épocas de cosecha se levanta a las cinco de la
mañana y pasa más de doce horas arriba del tractor, tenía mucha razón: Wall Street armó una gran
fiesta.
Obama, en problemas
Barack Obama, el primer presidente negro en los casi 233 años de democracia
ininterrumpida en los Estados Unidos, deberá enfrentar una de las peores crisis de la historia.
Además de corregir el rumbo desquiciado del país que le dejará en enero George W. Bush, la peor
administración en décadas, deberá convencer al mundo de que el pueblo norteamericano también tiene
valores y que no sólo se limita a los "halcones" de Washington que decidieron invadir Irak, a los
paranoicos de la CIA que ven enemigos en todas partes o a los financistas de Wall Street que
veneran el dinero y el consumo.
Obama deberá comenzar con recomponer, fronteras adentro, una nación desorientada
que no conoce crisis económicas severas desde hace siete décadas ni guerras en su suelo desde Pearl
Harbor, en 1941. Su liderazgo mundial en gran parte del siglo XX y en lo que transcurre del actual
se sustentó en su gran poderío económico y también militar.
Sólo Estados Unidos representa un tercio de la economía mundial. Si este gran
actor no recompone su estructura interna, o alguien no lo reemplaza en el corto plazo, el resto del
planeta no tiene posibilidades de evitar un serio retroceso en su nivel de vida.
La crisis comenzó en Estados Unidos y ya arrastró a las economías más
industrializadas del mundo, que entraron en recesión. ¿Qué les espera, entonces, a los actores de
reparto más pobres en un mundo globalizado pero desigual? Nada demasiado bueno, pese a que esta vez
no fueron el motor de la crisis por un excesivo endeudamiento ni por manejos irresponsables de sus
economías.
La crisis se gestó en el núcleo mismo del poder financiero mundial pero ahora todo el planeta
deberá afrontar sus consecuencias en forma directa o indirecta. La fiesta de Wall Street tendrá un
costo impredecible.