En el medio, flotan otras líneas de pensamiento que van desde la teoría del decrecimiento a la "economía azul", que denuncia cierta funcionalidad de las "acciones verdes" con el statu quo y busca reciclar todo lo ya producido para alimentar un consumo más cercano a lo necesario que a lo deseado.
En el cruce entre nuevos desarrollos y consumidores cada vez más atentos a la huella ecológica de la maquinaria económica, no son pocas las empresas que buscan combinar buenas prácticas ambientales con nuevos nichos de mercado que premian estas conductas, incluso disponiéndose a pagar precios más altos por productos que sigan procesos respetuosos de los tiempos verdes.
Por caso, esta semana se conoció que la compañía Vicentín pagará un plus adicional al precio de la soja certificada que utilizará para la producción de biocombustible. Es un requerimiento de los compradores de la Unión Europea que en base a una normativa propia demandan como requisito obligatorio que la materia prima (la soja en este caso), debe provenir de tierras que hayan sido agrícolas al 1º de enero de 2008, con el objetivo de frenar la deforestación.
PROGRESION. Muy atrás en el tiempo, las civilizaciones antiguas funcionaron bajo criterios de respeto a su entorno casi como condición necesaria para su supervivencia.
Con la irrupción de la agricultura comercial y de la revolución industrial las sociedades humanas comenzaron a apropiarse de la naturaleza, en el sentido de su utilización como "recurso" sin límites ni controles de ningún tipo.
La economía recién comenzó a ocuparse de los problemas derivados de la producción a gran escala en el siglo XVIII, pero desde una óptica restringida a una visión de la naturaleza como proveedora de recursos para la producción.
La preocupación por los sistemas ambientales derivados tanto de los sistemas de producción como de la sociedad de consumo derivó, con el tiempo, en la economía ecológica, nacida hace un siglo pero popularizada recién durante los últimos años.
Según reseñan una serie de artículos escritos por Alberto Calderón, Julio Lozeco y Martín Tarragona (de la cátedra de Economía Ambiental de la facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas de la Universidad Nacional del Litoral), para los autores clásicos defensores de "la mano invisible" los recursos naturales eran inagotables, por lo que ni siquiera entraban dentro del estudio de la ciencia económica.
El marxismo, nacido durante el siglo XIX, tampoco fue demasiado generoso con esta problemática, ni demasiado innovador en cuanto a su inclusión en su cuerpo teórico: "Los problemas de degradación del entorno físico y biológico quedaron fuera del mundo de la producción y del valor, a lo que se circunscribe su visión de lo económico, y no encontramos en su obra una búsqueda de armonía con la naturaleza", señalan los autores, quienes sintetizan que en la visión marxista de la historia "no hay un enfoque ecológico, aunque sí una crítica exhaustiva al capitalismo".
Durante una segunda etapa histórica empezaron a desarrollarse teorías del "marginalismo económico" o neoclasicismo, en las que se acentúa el énfasis por desnaturalizar lo económico. Estas escuelas de pensamiento sostenían que la economía se autorregula y se autocorrige, y distanciaban la economía del medio ambiente del contexto social donde ocurren las actividades económicas.
"Entre los neoclásicos el capital pasa a ser el factor protagonista, la tierra y las personas quedan incluidas en la categoría de capital fijo que no se consume ni destruye con su uso, y se ignora su capacidad o incapacidad de reproducción", destacan.
La revolución keynesiana, la depresión de los años 30 y la crisis neoclásica tampoco introdujeron cambios profundos respecto a la discusión de parámetros medioambientales.
"Con Keynes se consolidan los sistemas de contabilidad nacional, pero reductibles a las cosas apropiables y valoradas que se consideran producidas: se estudian sólo los flujos, y se excluyen los recursos y el medio ambiente", señalan Calderón, Lozeco y Tarragona.
Sobre esa base, la economía ambiental recién se empezó a consolidar a mediados del siglo XX, no tanto como un intento de resolver desafíos ecológicos sino más bien como respuesta a ciertas "externalidades" dañinas (actividades que afectan a otras para peor).
A partir de allí comenzó a cobrar fuerza la idea de "deseconomías externas" (según el autor Arthur Pigou), que trata los efectos no deseados sobre terceros de las actividades económicas, donde el costo privado de actividad es menor al costo social que implica llevarla adelante.
ECONOMIA ECOLOGICA. Ya sobre el cambio de siglo, el nuevo paradigma de la economía verde (teorizado entre otros por el argentino Walter Pengue) sostiene que la economía ambiental es afín a la economía neoclásica, ya que los derechos privados, las relaciones costos-beneficios y la asignación óptima de los recursos y de los sujetos de contaminación se hacen teniendo en foco el sistema de precios. El último enfoque es entonces el de la economía ecológica, una forma de crítica ecológica a la convencional que sostiene que la escala de la economía está limitada por la oferta de los ecosistemas y, al mismo tiempo, asume que gran parte del capital natural no es sustituible por el capital construido por los humanos.
Para la economía ecológica, no todo lo que constituye el entorno de la sociedad humana puede ser medido y valorado en unidades monetarias como único patrón de valoración.
Entre sus autores más sólidos se encuentran Nicholas Georgescu-Roegen, quien relacionó el consumo energético con los procesos sociales de consumo y producción.
Tanto su visión de la “bioeconomía” como otras teorías más atadas a la “termoeconomía” reflejan, según los investigadores de la UNL, las nuevas propuestas de pensamiento “que buscan un híbrido entre las ciencias físicas y de la naturaleza con la economía, en un avance por trascender las rigideces en el análisis económico de los recursos dentro de un mundo finito.
En síntesis, para la economía ecológica la economía humana es apenas un subsistema de la economía global.
NUEVA ECONOMIA. En ese dibujo, el mundo de la producción busca su lugar e intenta no perder el tren, un trabajo que se complejiza a medida que crece la competencia y que se afinan las exigencias de usuarios y consumidores.
En el panel de pymes en la nueva economía organizado en el marco del foro medioambiental, se planteó la actualidad de las pequeñas y medianas firmas en un escenario “verde”. ¿Necesitamos una nueva economía?, se preguntó Ariel Giménez, coordinador local de Rarse, una red de organizaciones empresarias que adopta como marco de acción la RSE (Responsabilidad Social Empresaria) con un fuerte énfasis en la sustentabilidad.
Según detalló, la economía versión siglo XXI atraviesa una serie de complicaciones de diversa índole que van desde cuestiones macroeconómicas clásicas como la inflación o el desempleo, a las nuevas preocupaciones por temas medioambientales.
¿De qué manera las empresas pueden involucrarse en la gestión y generación de nuevos valores asociados a la economía verde? Para Giménez, la RSE puede ser una herramienta eficaz para “marcar rumbos, generar agendas consensuadas y construir capital social”.
Desde Rarse (Red Argentina de Responsabilidad Social Empresaria) buscan dar impulso a valores que sirvan para construir “una nueva economía verde, inclusiva y transparente” a través de la integración de principios y prácticas de sustentabilidad que van desde la adopción de prácticas de buena salud en los lugares de trabajo hasta la separación de residuos.
Según Javier Ojeda, director del grupo TyT y Kitec SA (que comercializa los productos tecnológicos de Telecom), las pymes están en la actualidad sumergidas en un mar de “cambios dramáticos” de contexto caracterizado por la hiperconectividad y la creciente escasez de recursos productivos, humanos e intelectuales.
“Estamos en un nuevo paradigma donde prima la virtualización de servicios antes tradicionales, con dificultad para acceder a financiamiento y fuertes competencias de nuevos mercados”, resumió.
Ojeda subrayó que, desde otro registro y a pesar de esos cambios, subsiste un mundo pyme marcado por la alta informalidad de sus relaciones laborales, las fuertes desigualdades sociales y los problemas de contaminación.
“Ya no se puede ser eficiente a cualquier precio”, afirmó, para agregar que si bien la RSE “está en pañales” se trata de un camino de ida donde los valores de transparencia y gestión responsable de recursos humanos y materiales van en el sentido de protección del medioambiente.
Como la lógica empresarial, obviamente, siempre prima, Ojeda destacó que “el mercado premia” a las empresas que adopten comportamientos respetuosos de este tipo de prácticas: “el mercado está vibrando alrededor de estos aspectos, todo se maneja con una visión más moderna y concreta, y al consumidor no le da todo lo mismo”.
En términos casi psicológicos, explicó que el mercado “está teniendo sensibilidad” a las prácticas sustentables, lo que abre una perspectiva de “gran futuro” a la economía verde.
ECONOMIA AZUL. Como en una carrera de obstáculos, los principios de la “economía azul” diseñados por el belga Gunter Pauli, supera en velocidad y precisión sustentable al paradigma de la economía ecológica.
De hecho, se declama superadora tanto de la economía financiera (basada en el crédito y la deuda) como de la economía verde, que muchas veces queda entrampada en la lógica neoclásica de costos y beneficios y que necesita grandes inversiones que en ocasiones la vuelven inviable.
La premisa básica de la “economía azul” es servirse del conocimiento acumulado durante millones de años por la naturaleza para alcanzar cada vez mayores niveles de eficacia, respetando el medio y creando riqueza, y traducir esa lógica del ecosistema al mundo empresarial.
En ese recorrido, Pauli sugiere posibilidades que van desde aplicar el diseño bicolor de la piel de las cebras o la estructura de los termiteros a la arquitectura bioclimática, a celulares que se recargan sin batería gracias a la diferencia de temperatura entre el aparato y el cuerpo humano, pasando por la reutilización de los desechos mineros o agrícolas.
Editado bajo la forma de un informe para el Club de Roma, el libro “La Economía Azul” propone cien iniciativas empresariales innovadoras que pueden generar cien millones de empleos en los próximos diez años.
Sus postulados más conocidos apuntan a la reutilización absoluta de los materiales: “en la naturaleza los nutrientes, materiales y energía siempre se reutilizan, la basura no existe, y cada producto lateral es la base para un nuevo producto” y a la utilización de las energías renovables.
Pero también se apoya en criterios casi de sentido común que apelan a cuestiones más culturales: “la naturaleza trabaja sólo con lo que se encuentra disponible en el mismo sitio, por lo que la economía sustentable debe respetar no sólo los recursos naturales, sino también la cultura y la tradición”. Por último, hace un culto a la eficiencia y al no derroche de los recursos: “La naturaleza es eficiente, por eso la economía sustentable aprovecha al máximo los materiales y la energía disponibles, lo que hace que el precio baje para el consumidor”.