Somos el país con mayor cantidad de dólares billete per capital del mundo. Sin embargo, tenemos escasas reservas. La crisis externa es una oportunidad para el país. Si nos capitalizamos, salimos.
Somos el país con mayor cantidad de dólares billete per capital del mundo. Sin embargo, tenemos escasas reservas. La crisis externa es una oportunidad para el país. Si nos capitalizamos, salimos.
Desde la crisis de 2008, los máximos economistas de la Reserva Federal de Estados Unidos (FED) apuntaron una solución simple para superar la crisis había que bajar los tipos de interés a cero, e inundar de liquidez al mercado. Esta reducción de un problema mayor, que fue la crisis hipotecaria y financiera americana, término por instalar un nuevo paradigma a escala mundial: falta de confianza de los inversores.
Por si esto fuera poco, el mundo desarrollado tomó la solución americana como regla, y ahora no sólo Estados Unidos, sino Europa, Japón y China emiten dinero a destajo, con tasas de interés irrisorias. En todos los casos, los problemas están lejos de superarse.
La baja de tasas en 2008 invitó a que el mundo dejara de invertir en instrumentos tradicionales y saliera a comprar materias primas. Como siempre sucede, éstas últimas subieron por encima de sus posibilidades, generando una sobre expansión en su producción.
El mundo emergente crecía a tasas del 5% anual, y actuaba de locomotora del mundo, el Bric (Brasil, Rusia, India y China) no detenía su marcha y la dolarización de estos países crecía a pasos agigantados, gracias a créditos a tasas muy bajas, y al excedente de liquidez mundial.
En el mundo desarrollado, la baja tasa de interés invitaba a la inversión en tecnología. Esto implicó el desarrollo de avanzados métodos de producción, que vinieron a apropiarse de la renta de materias primas, que se ubicaban en precios exorbitantes.
La suba de precios de las materias primas permitió un ensanchamiento del proceso productivo, que llevó a que la inversión marginal sea rentable, dado el gran avance de los precios. Por ejemplo, se sembró soja en campos marginales que rendían menos de 25 quintales por que el precio disimulaba todo. Se explotaron minas de cobre y oro, que antes eran inviables. Se lanzó la producción de petróleo extraído de la roca, que es sumamente costoso por el alza de precios.
Esta mayor oferta, comenzó a aparecer lentamente en el mercado. Como la demanda no pudo seguir creciendo al ritmo de la oferta, ya que los cimientos del crecimiento mundial están sustentados en la impresión de billetes y tasas intervenidas al 0% anual, los precios comenzaron a ceder abruptamente.
El mundo emergente se había preparado para vivir con precios de materias primas muy elevados. Los Estados hicieron crecer el gasto público social, brindaron la mayor cantidad de subsidios posibles, generaron las condiciones para fuertes alzas de los salarios, apuntalaron la mayor clase media que se haya conocido en la historia de América latina, y para sostener ese Estado, incurrieron en déficit, y a este lo financiaron con deuda a tasas muy bajas.
El sector privado no estuvo lejos de lo que realizó el Estado. En un mundo de tasas bajas, y con gran apetito inversor, se colocó deuda a tasas del 5% anual en el mundo emergente, algo inédito en el pasado reciente, pero que era el triple de lo que rendía un bono en el mundo desarrollado.
Esto llevó a que muchos países de la región como México, Brasil, Perú, Colombia y Chile quedaran muy dolarizados, endeudados y extremadamente dependientes de comportamiento de las materias primas. Argentina y Venezuela son países que no están muy dolarizados, ya que en los últimos años se desendeudaron y no recibieron inversión extranjera directa. Nadie se va del lugar en donde nunca llegó.
Nuevo ciclo. América latina vive una baja en los precios de las materias primas que invita a readecuar el tamaño de sus Estados. Se vivió por encima de sus posibilidades, y ahora llega el momento del ajuste. Los capitales que llegaron en los momentos de bonanzas hoy prefieren retirarse y el déficit de cuenta corriente abunda.
Brasil se sometió a una abrupta devaluación de su moneda, ya que el tamaño de su Estado es inviable, en la actual coyuntura, y deberá readecuar estructuras. Los beneficios del dinero que ingresó son los perjuicios que se observan en su salida. Los niveles de pobreza se volverán a incrementar, la economía retrocederá en su tamaño, y habrá que readecuar la rentabilidad de las compañías al nuevo escenario. Una típica crisis del mundo emergente, producida por los vaivenes de la tasa de interés del mundo desarrollado, y que genera la volatilidad en los capitales.
Argentina, control de capitales mediante, no vive este escenario. A la inversa de toda la región, en los últimos años pagó deuda, y se quedó con poco efectivo en las arcas del Banco Central, pero a su vez, con muy poco pasivo. El control de capitales le quitó volatilidad a la inversión, más bien la inversión fue muy poca, pero sostenible.
En la actualidad Argentina no vive un escenario tan difícil como Brasil, sin embargo es un país con problemas. Si lo viéramos como una empresa, no tiene capital de trabajo, esta ilíquido y con bajo stock de capital. Revertir este escenario no debería ser complejo. Habría que invitar a los propios argentinos que traigan una parte de los más de u$s 200.000 millones que tienen en el exterior, de los cuales u$s 80.000 millones serían dólar billete, casi el 5% de los dólares que circulan a nivel mundial.
Argentina es el mayor tenedor de dólares billetes del mundo, en términos per cápita. Por eso, habría que dinamizar las exportaciones, que están siendo castigadas por impuestos internos y que ingresen dólares. Hay que dejar de ser tan estrictos con el desendeudamiento, y tomar deuda para darle liquidez a la actividad productiva, y dejar de pasar zozobras. La salida económica no es muy compleja, hay que volver al mundo, pero con cuidado.