Es uno de los conceptos que mejor refleja la dinámica del siglo XXI. La
inversión en innovación tecnológica, entendida como curiosidad, investigación y planificación
permanentes, es lo que diferencia a los países que hacen punta de los que siguen enredados en el
pelotón de retaguardia.
Cerca del segundo aniversario de su primer gobierno patrio, la Argentina, que
supo ser líder en sectores como el energético o el aeronáutico, busca reencontrar los brillos
perdidos de la mano de una fuerte apuesta estatal, un camino que si bien se opone a la tendencia
mundial —donde son los privados los que hacen el mayor gasto— parece ser el único
viable al menos por el momento.
Con problemas para encontrar financiamiento, el sector industrial todavía no
encontró la manera de priorizar las inversiones en investigación y desarrollo (I+D). El agro, en
cambio, aparece como el líder indiscutido en nuevas tecnologías. De la mano de la siembra directa y
de los adelantos en biotecnología, el campo local logró ubicarse como un actor económico de
altísima competitividad a nivel global.
La apuesta por la innovación es uno de los caminos más seguros hacia el
desarrollo. Así lo afirmó Bernardo Kosacoff, el director de la oficina en Buenos Aires de la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) de Naciones Unidas. Según el economista,
a pesar de que el desarrollo de las grandes potencias tiene en su origen determinantes muy
complejos y variados, sí existe un denominador común donde todos confluyen: el fomento a lo largo
del tiempo de la generación propia de conocimiento tecnológico.
"La innovación es la única garantía para producir con mayor calidad y
diferenciación. En el mundo global, la competitividad de una economía basada en la innovación y el
conocimiento no va a estar sustentada en los bajos salarios y el reducido costo laboral, pero sí en
la excelencia y en la alta calidad y capacitación de la mano de obra", detalló el funcionario.
Lejos de los números de los países centrales, la inversión oficial en
investigación en Argentina llegó al 0,61% del PBI el año pasado, lo que significa unos 3.630
millones de pesos. Una cifra que si bien supera la de años anteriores, todavía ni siquiera roza el
uno por ciento sugerido por la Unesco como el mínimo indispensable para que un país no pierda el
tren del desarrollo.
"Argentina es un país muy heterogéneo y paradójico, que dio tres premios Nobel y
con algunas áreas destacadas como la nuclear y la biotecnología. Pero en el conjunto, parecen
ventanas pequeñas en un horizonte donde todavía falta mucho por hacer", resumió Kosacoff.
La deuda de los privados
Otro punto a superar es la relación entre inversión pública y privada en
cuestiones de innovación. A contramano de la tendencia mundial, en Argentina casi todo el gasto
corre por cuenta del Estado. "Hay síntomas de mejoría en los últimos tiempos, como la tendencia al
incremento del gasto público en investigación y desarrollo o la reciente creación del Ministerio de
Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva", apuntó el funcionario, para quien de todas formas
todavía queda "un largo camino" para equipararse a los países centrales.
En ese punto, destacó un dato fundamental que reaviva el debate sobre el escaso
compromiso que muchas veces el sector privado demuestra tener hacia la construcción de un proyecto
de país a mediano y largo plazo. "En Argentina el 70 por ciento del gasto en investigación y
desarrollo lo hace el Estado, mientras que en los países que hacen punta son los privados los que
cubren esa parte de la inversión. Allí los gobiernos asumen tareas de orientación y coordinación",
dijo Kosacoff, quien terminó haciendo un llamado a mejorar el trabajo en equipo entre los
diferentes actores sociales. "Hacen falta más y mejores acciones conjuntas entre el Estado y el
sector privado, y mejores políticas de incentivos también", concluyó.
El panorama sobre inversión en innovación es especialmente sombrío en el sector
industrial, donde lo que gastan las empresas argentinas es todavía infinitamente menor a lo que se
estila en otros países. "La comparación internacional acerca de la intensidad de la inversión en
innovación de las firmas manufactureras argentinas es notoriamente desfavorable para nuestro país.
El gasto en innovación alcanzó el 1,12% de las ventas en 2004, un porcentaje inferior al de las
firmas de las naciones europeas (en 2000, Bélgica y Alemania gastaron el 5,5% y 5,31% de su
facturación e, incluso, de sus contrapartes brasileñas (con 2,46 por ciento en 2003)", explicó
Gonzalo Bernat, economista de la Fundación Crear.
Según el especialista, la flaqueza de estos números genera que "el proceso de
convergencia hacia la frontera de competitividad internacional es lento, a raíz de la baja
intensidad del gasto de innovación". "En algunos casos, dado que el estado del arte global se
expande a una velocidad comparativamente mayor a la que registra la inversión en innovación de las
empresas locales, se manifiesta un proceso de divergencia respecto de la frontera tecnológica",
subrayó.
Según Bernat, uno de los factores que mejor explica la distancia tecnológica
entre Argentina y los países centrales es la dificultad para encontrar financiamiento. "La
reducción de la brecha tecnológica depende de la inversión en innovación. En los últimos años, el
principal obstáculo de ese tipo de inversión en nuestro país residió en las dificultades de acceso
al financiamiento, déficit que resultó significativamente más relevante para las medianas y, en
particular, para las pequeñas firmas industriales".
Según detalló el economista, la mayoría de las empresas se ve obligada a recurrir a sus propios
ahorros para modernizarse, lo que las limita seriamente. "Durante 2004, el 82 por ciento de las
necesidades de financiamiento para inversión en innovación de las pymes locales fue cubierto con
recursos internos de las firmas, y no con créditos externos", precisó.