Hay una parte de la disputa con los opositores que el gobierno nacional parece no comprender. La Casa Rosada se basa en un dogma, el marketing político, y da por cierto que los conflictos se resuelven cuando las "mayorías" de la opinión pública se terminan imponiendo sobre las minorías; y eso más allá de las razones o de las sinrazones que arguyan las partes.
Estos objetivos se conseguirían operando de manera millonaria _legal e ilegalmente_, y permanente, a la opinión pública. Algunos resultados transitorios se consiguen, como ganar puntos en una elección. Pero gobernar la Argentina es otra historia, que excede a las mediciones cualitativas en los "focus groups", el blindarse de la maquinaria mediática oficialista, o inundar con mensajes falsos las redes sociales.
Resulta una banalidad suponer que la gigantesca expresión popular, con sus demandas, irá a la derrota porque, presuntamente, una mayoría de los argentinos silenciosos no sintoniza con el paro docente, o rechaza a los sindicalistas. Las organizaciones sindicales, políticas, populares, la militancia espontánea, los activistas, son clave en la vida real de un país, también en su narración histórica, en especial en la Argentina.
Ni el 17 de octubre, ni el Cordobazo, ni diciembre de 2001, por nombrar sólo algunos hechos determinantes, estuvieron precedidos por encuestas de opinión pública que los advirtieran con antelación.
Por momentos, Cambiemos entiende que está asistiendo a la fundación de una nueva cultura, al exterminio de las tradiciones, de las memorias, de las experiencias históricas, a la desaparición del sujeto "pueblo", por el mero hecho de la emergencia de la tecnología de las comunicaciones. Y que todo será una cuestión de tiempo.
Con sus aciertos y carencias, la "pesada" herencia del peronismo kirchnerista sembró nuevos derechos y mejoras para la base de la pirámide social y económica. Cambiemos llegó con una reversión conservadora a una velocidad sin precedentes. El rechazo popular se sintió en calle, y crece.
Sin bien no está claro qué tipo de representación política querrá adoptar la nueva emergencia popular que se expresó esta semana, algo quedó a la vista: la conducción dialoguista de la CGT _dos de sus tres miembros son parte del Frente Renovador, y un tercero, Juan Carlos Schmid, expresa a Hugo Moyano, hoy un mix entre macrismo y massismo_ no es lo que buscaban los trabajadores.
El triunvirato dio un triste espectáculo al negarse a fijar la fecha del paro. Y buena parte de los presentes en el acto los maltrató: "poné la fecha la p...que te parió", fue el cantito de la semana.
Con todo, distintas fuentes sindicales consultadas por La Capital coinciden en subrayar la sorpresiva musculatura que mostró el sujeto social que salió a la calle, "el único dato relevante del acto del 7" dicen; el final de la jornada, con el triunvirato en fuga, insultado por los manifestantes, no debería ocupar demasiado análisis. "No hay un tema especial a favor o en contra de la conducción de la CGT, si hubieran anunciado la fecha del paro se iban aplaudidos y abrazados por todos", confió el dirigente con años de trayectoria sindical.
Al cabo, no hay un destino marcado. Desde las dos CTA, que ya organizan un plenario conjunto para la próxima semana, confían en que el tema de la fecha del paro "será definido por la CGT en los próximos días". Nadie quiere hablar de traidores, ni de entreguistas. Como siempre, la unidad política de las organizaciones populares, entienden, debe cuidarse como oro. Se trata de un activo imprescindible para bloquear el avance del plan neoliberal de Macri.
La primera semana de marzo dejó desnudo el resquebrajamiento del sistema exitoso de alianza parlamentario que supo tejer la Casa Rosada durante 2016, que le permitió salir adelante con leyes clave. El actor estrella de ese juego fue el diputado Sergio Massa y un bloque con cerca de 35 integrantes, el Frente Renovador.
También habían hecho lo suyo, en la misma línea, unos 17 diputados orientados por Diego Bossio, ex funcionario del kirchnerismo, que ingresó a la Cámara por la lista que armó en 2015 Cristina Kirchner, pero luego, muy tempranamente, armó su fracción, y jugó para el equipo contrario.
Massa, Bossio y una consistente mayoría de casi el 70% en el bloque del FpV del Senado _donde se destacan el jefe del bloque, Miguel Pichetto y el santafesino Omar Perotti_, jugaron durante un año en la misma sintonía. Y le facilitaron casi todo a una alianza oficialista numéricamente muy débil, y sin quórum propio, en ambas cámaras. Bossio, Massa, y los senadores justicialistas (los que votan con el gobierno) estuvieron, todos, muy lejos del acto de la CGT. Luego de las marchas cabría preguntarse si el repetido diagnóstico que blandió una y otra vez la oposición "responsable" y amigable, "la sociedad nos pide que seamos dialoguistas, propositivos, que acompañemos", sigue vigente. O es un diagnóstico que ya no explica el actual momento político de la Argentina.
La senadora santafesina del FpV, María de los Angeles Sacnun, que no tributa en el sector dominante de senadores peronistas que juegan para el partido amarillo, escribió en las redes sociales: "La ancha avenida del medio no exista más, estamos transitando un bulevar de doble mando, donde el pueblo va en un sentido y el gobierno de Macri en el sentido contrario".
Mientras Daer, Acuña y Schmid todavía sueñan con el milagro de un cambio de rumbo en las políticas económicas de la Casa Rosada, desde abajo del escenario les empujan las vallas al tiempo que les gritan "poné la fecha la p...que te parió". En el gobierno se aferran a la posibilidad de una negociación agónica con la cúpula de la CGT que evite el paro.
Los datos económicos continúan a la baja, la actividad en Santa Fe ya entró en zona de zozobra, y la expectativa a un presunto futuro de recuperación ya es una música desafinada que cada vez menos argentinos quieren escuchar.
Finalmente, proliferan lecturas políticas sobre presuntas guerras internas setentistas en el peronismo (que se habrían expresado el último martes). Sin embargo, este cronista caminó todos los rincones de la movilización obrera y no percibió ninguna guerra interna: la mirada de todos los sectores tuvo un punto en común, parar a Macri.