En el medio de pronósticos económicos apocalípticos y operaciones de prensa, que no lograron conmover la transición, la campaña electoral obligó a los protagonistas a ganar en precisión respecto de sus planes de gobierno.
En el medio de pronósticos económicos apocalípticos y operaciones de prensa, que no lograron conmover la transición, la campaña electoral obligó a los protagonistas a ganar en precisión respecto de sus planes de gobierno.
Enancado en la tensión entre la continuidad y el cambio, el candidato del Frente para la Victoria, Daniel Scioli, jugó la carta de presentar a su gabinete. Una forma de mostrarse ganador y también de expresar en gestos lo que la estrategia electoral y las circunstancias políticas le impiden decir con palabras.
Compuesto por mayoría de bonaerenses, el equipo combina a sus más cercanos colaboradores, como Silvina Batakis, con funcionarios que vienen del kirchnerismo, como Alejandro Vanoli y Ricardo Echegaray, y economistas de fama en la city, como Miguel Bein y Mario Blejer.
Las propuestas quedaron expresadas antes del inicio de la veda electoral. Sus enunciados en materia de empleo, impuestos, retenciones, tipo de cambio, reservas y deudas, ganaron en detalle sobre el cierre de la campaña, condicionados por una realidad económica que pide más sintonía fina que cambios fundacionales.
El candidato de UNA, Sergio Massa, elevó el perfil de su economista estrella, Roberto Lavagna. El padre de la posconvertibilidad se convirtió en la mejor garantía del espacio político que se articula en torno del Frente Renovador en materia de políticas económicas. Oficia como un seguro de que, más allá de los cambios que se proponen, no se volverá a las políticas que precipitaron la crisis de 2001.
Mauricio Macri, de Cambiemos, también visibilizó a sus principales referentes económicos. Alfonso Prat Gay, ex presidente del Banco Central durante los primeros tiempos de la posconvertibilidad, fue ganando en protagonismo. A medida que avanzó la contienda electoral, la ruptura fundamentalista planteada en el inicio, fue mutando hacia propuestas que incluyeron promesas de continuidad en políticas de la última década.
Es interesante subrayar esta convergencia de la agenda política, sobre todo cuando la nueva fase de la crisis internacional impulsa un cambio de ciclo económico que, en distintos países de la región, también se lee como una piedra de toque para cambiar el ciclo político.
Consensos. En Argentina, cuyas singularidades económicas se tienden a exagerar por parte de la doxa de los economistas, la inteligencia electoral parece consolidar consensos que no pueden ser puestos en cuestión por los candidatos con chances de ganar las elecciones. Al menos, sin arriesgarse a una fuga de votos.
Más allá de los deseos, discusiones públicas sobre la necesidad de recortar programas sociales como ocurre en Brasil, se vuelven impensables en Argentina.
La búsqueda de alternativas más sofisticadas para expresar esas recetas, como llamar reinserción en el mundo al pago a los buitres, o denominar a esos fondos como holdouts, corrección cambiaria a la devaluación, cepo a la administración de un bien escaso como el dólar y competitividad a una agenda de recomposición de la tasa de ganancia empresaria, no tienen sólo efecto discursivo. Tienen también una consecuencia práctica. Es que parten del reconocimiento de la clase política y propietaria de que existe, al cabo de 14 años, otra "herencia" que no es la que los cronistas de la economía identifican como una pesada mochila para los que vienen.
Herencia y ajuste. Esta aparente paradoja aventur la llegada un tiempo político interesante. Así como los candidatos que hoy compiten con chances en las elecciones saben que deben respetar, les guste o no, un piso mínimo de políticas económicas asociadas a la protección social, al desarrollo del mercado interno, la industrialización y el empleo, también coinciden en impulsar una agenda de ajuste para incentivar a los dueños del capital a movilizarlo y volver a hacer andar la rueda de la inversión privada. La esperanza en esas carpas partidarias que ese ajuste sea la señal para atraer dólares y aliviar la restricción externa.
No hay dudas en este sentido que los programas en danza apuntan a devolver a los empresarios las tasas de ganancia de la primera época posterior a la crisis de 2001.
Eso implica cristalizar la puja distributiva, anclar los salarios (más allá de las modificaciones al interior de la clase por vía del impuesto a las ganancias) y, sobre todo, devolverle centralidad política a actores que debieron compartir en los últimos años su ancestral protagonismo con los gobernantes electos. Se vienen, en ese sentido, tiempos de disputa.